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Ahorrar agua por adelgazamiento
Imaginemos un bosque cuajado de árboles. La luz del sol apenas penetra la espesura, dejando al suelo en casi total umbría. La temperatura es sensiblemente más baja que en el exterior. Los troncos están próximos unos a otros, tanto que se hacen una dura competencia por los recursos. Es posible que nos encontremos a gusto paseando por este bosque, y que especulemos acerca de cuán maravilloso y fértil es. Sin embargo, nunca se nos ocurriría pensar que hay en realidad demasiados árboles para el espacio que ocupan, que tal vez no sea tan beneficioso que vivan en tales apreturas.
Esto puede sorprender a quienes ven los bosques densos y verdes como signos de un ambiente saludable. Después de todo, el verde es bueno, ¿verdad? Pues no necesariamente. Cuando se trata de la cantidad de árboles en un bosque, más grande no siempre es mejor. Eso es, en parte, porque los árboles usan mucha agua para realizar tareas biológicas básicas. Además, actúan como pilas de vapor forestal, recogiendo el agua almacenada en el suelo y expulsándola como vapor a la atmósfera, donde es accesible para nosotros y los ecosistemas forestales cuando cae a la Tierra en forma de lluvia y nieve. Ese proceso, mediante el cual las plantas emiten agua a través de pequeños poros en sus hojas, los estomas, se conoce como evapotranspiración. Y según los investigadores, la evapotranspiración excesiva puede dañar el frágil sistema de agua de nuestro entorno, especialmente durante sequías prolongadas y cálidas.
Los científicos muestran que la pérdida de agua por evapotranspiración ha disminuido significativamente en los últimos treinta años. Esto se debe en gran parte a la reducción de los bosques provocada por incendios forestales, un hallazgo con importantes implicaciones para la gestión del medio forestal y el agua. La gestión forestal puede reducir al mínimo los incendios forestales. Pero sin fuego, los bosques se hacen demasiado densos. En los últimos decenios, las nuevas políticas han permitido que la naturaleza siga su curso, y los incendios forestales ayudan a diluir los bosques crecidos. Quién lo iba a decir, ahora resulta que un buen fuego de vez en cuando no viene mal.
Estamos habituados a considerar los incendios forestales como desastres, pero, según parece, el fuego es parte de los ecosistemas forestales saludables. Al reducir los árboles, los incendios pueden atenuar el estrés hídrico en los bosques y aliviar la escasez de agua durante las sequías, un agua que es para la naturaleza lo que la sangre para nosotros. Y al reducir el agua utilizada por las plantas, fluyen más precipitaciones a los ríos y se acumulan en las capas freáticas, agua que, de otro modo, se perdería por evapotranspiración. Total, que interesa llevar a cabo una dieta de adelgazamiento de los bosques en un esfuerzo por evitar los incendios forestales desastrosos alimentados por bosques densos, al tiempo que se restaura su maltrecha salud. Y, de paso, también se pueden ahorrar miles de millones de litros de agua cada año. Cabría argumentar en contra de este criterio que la inversión necesaria para dicha gestión forestal sería elevada. Cierto, pero tal desembolso económico podría ser compensado por el propio ahorro de agua logrado. Y, si además vamos sustituyendo los bosques monosespecíficos por bosques mixtos, mejor que mejor.