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Árboles muertos, claves para la vida
Con frecuencia vemos en nuestros paseos por el monte grandes cantidades de troncos y ramas dispersos por el suelo, sin otro destino que el de vernos pasar y dejar que el tiempo y los elementos vayan dando cuenta lentamente de la materia orgánica que atesoran. A nadie se escapa que esto era menos habitual en el tiempo de las chimeneas y las estufas de leña. Quién más y quién menos ha pensado que dejar esa madera expuesta a la intemperie era una invitación a la entrada de plagas, ya sea en forma de bacterias, hongos o parásitos, vectores de graves enfermedades para el bosque, así como un serio aliado del fuego. Y se ha planteado como medida preventiva la limpieza del monte.
Sin embargo, se ha visto que hay otras formas de gestionar el monte sin necesidad de eliminar una de sus principales fuentes de sustento y, por tanto, de conservación de la biodiversidad. La madera muerta, normalmente, se genera por causas naturales, ya sea por envejecimiento o por la muerte de árboles y arbustos.
En este caso, pues, debemos contemplarla como algo natural y necesario. Esa madera desempeña, además, un importante papel ecológico por facilitar el reciclado de nutrientes y como fuente de recursos para muchas especies del bosque. Se trata, por consiguiente, de un elemento esencial del ciclo de la materia orgánica.
La madera muerta constituye un abono de primera calidad, un alimento que se consume lentamente. Salvando las distancias, es algo así como la nieve y el hielo para las reservas hídricas. Por ello, es fácil entender que si retiramos la madera muerta del monte, le estamos privando de sus reservas nutritivas, y el suelo se empobrecería. Por otro lado, muchas especies de hongos y líquenes, así como el musgo y gran cantidad de invertebrados, perderían un valioso recurso vital. Estos seres que se alimentan de madera en descomposición reciben el nombre técnico de saproxílicos o saproxilófagos (del griego sapros, en descomposición, podrido, y xylo, madera). Además, gran cantidad de vertebrados dependen de la madera muerta, no solo porque supone para ellos un eficaz refugio, sino porque se alimentan de los xilófagos (comedores de madera).
Poco a poco musgo y líquenes recubren el sustrato inerte.
De todas las aportaciones que hacen los árboles a la vida, que son incontables, buena parte se producen cuando ya han muerto. Bien mirado, un bosque sano y bien alimentado está lleno de troncos y ramas caídas. Esta madera inerte, incluso si se trata de árboles muertos aún en pie, constituye por sí misma un auténtico ecosistema donde habitan organismos saproxílicos y adonde llegan sus depredadores.
Brinzales de abeto y pino y otros arbustos se desarrollan sobre la madera muerta.
La moderna silvicultura recomienda una serie de medidas encaminadas a la generación de árboles añosos y al mantenimiento de madera muerta, así como respetar un área sin alteraciones dentro de la zona que se va a talar, mantener árboles vivos repartidos por esa zona, prolongar los tiempos de rotación entre talas, dejar la madera muerta en el bosque o mantener árboles muertos en pie.