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Bosques perdidos
Corrían los años setenta cuando el número uno de la divulgación de la Naturaleza en España decía que todo el planeta era una selva antes de que el hombre interviniera en la remodelación de los ecosistemas. Y al refereirse a la Península Ibérica hablaba de “bosque infinito”. Entonces contaba lo dicho por Estrabón relativo a los bosques de Iberia, aquello de que una ardilla se podría haber movido de un árbol a otro por toda la península sin tocar el suelo. Quien hablaba era el admirado Félix Rodríguez de la Fuente.
El bosque era en la Edad Media dominio del Maligno, pues allí estaba lo desconocido, lo incierto, lo peligroso. Allí se refugiaban los bandidos que acechaban a quienes osaban penetrar la espesura; allí las brujas realizaban sus conjuros y aquelarres… Y, sin embargo, el bosque tenía su atractivo y contenía buena parte de los recursos que servían de sustento para la población: caza, pesca, frutos, leña, madera… Hasta tal punto se llegó a penetrar y desear su dominio, que se hizo necesaria la regulación de su uso. Ahí tenemos, por ejemplo, el Fuero de Cuenca (1).
Julio. Ciclo de los meses. Maestro Wenceslao, c. 1400. Castello del Buonconsiglio, Trento (fragmento)
Por contradictorio que parezca, el bosque significaba entonces un obstáculo natural, la barbarie, el refugio de los genios paganos, de animales salvajes y de todos aquellos que huyen del mundo: ermitaños, enamorados infelices, caballeros andantes, bandoleros y proscritos. Es a los bosques, peligrosos y atrayentes, lugares de encuentros insólitos en los que quien se aventura solo corre el riesgo de toparse con el salvaje o con lo prodigioso, hacia donde se dirigían en busca de refugio los criminales, los herejes y los anacoretas. En ellos crecían los “árboles sagrados” y, por ello, han sido derribados de modo implacable por la superchería.
Los medios de subsistencia de más de 1.600 millones de personas en todo el mundo dependen de los bosques, que albergan el 80% de nuestra biodiversidad terrestre y a 300 millones de personas. El 30% de los bosques, que cubren el 31% del área total de la Tierra, se utilizan para la producción de madera y productos no madereros. España es el cuarto país europeo en superficie forestal, después de Rusia, Suecia y Finlandia. En los últimos 40 años ha pasado de 12 millones de hectáreas a 18. En España, más de la mitad del país está declarada como bosque. Los árboles absorben 87 millones de toneladas de CO2 al año, el 23,4% de las emisiones en España.
Estos datos podrían dar pie a felicitarnos como especie, pero nuestra relación con la Naturaleza desde el Neolítico supone un bofetón en toda regla para las arboledas. Más de la mitad de los bosques de Europa ha desaparecido en los últimos 6.000 años gracias a la creciente demanda de tierras agrícolas y el uso de la madera como fuente de combustible. Los científicos han demostrado que, en efecto, más de dos tercios del centro y el norte de Europa habrían estado alguna vez cubiertos por árboles. Sin embargo, hoy en día se reduce a alrededor de un tercio, aunque en las regiones más occidentales y costeras, incluidos el Reino Unido e Irlanda, la disminución ha sido mucho mayor, con la cobertura forestal en algunas áreas cayendo por debajo del 10%. Ambos países alcanzaron su mínimo de bosque hace unos 200 años. No obstante, esas tendencias a la baja han comenzado a revertirse, mediante el descubrimiento de nuevos tipos de combustible y técnicas de construcción, pero también a través de iniciativas ecológicas sostenibles.
La mayoría de los países pasan por una transición forestal y aún no han llegado al punto de Reino Unido e Irlanda. Algunas partes de Escandinavia, donde no se depende tanto de la agricultura, siguen siendo predominantemente forestales. Pero, en general, la pérdida de bosques ha sido una característica dominante de la ecología del paisaje de Europa en la segunda mitad del periodo interglaciar actual, con consecuencias para el ciclo del carbono, el funcionamiento de los ecosistemas y la biodiversidad.
¿Cómo ha cambiado la naturaleza de los bosques de Europa en los últimos 11.000 años? Analizando los datos de polen, se ha descubierto que la cobertura forestal en realidad aumentó de alrededor del 60% hasta el 80% hace 5.000 años. Sin embargo, la introducción de prácticas agrícolas modernas durante el Neolítico provocó un declive gradual que se aceleró hacia el final de la Edad del Bronce y ha continuado en gran medida hasta el día de hoy. Este fue uno de los elementos más sorprendentes porque, si bien se puede suponer que el desmonte de bosques es un fenómeno relativamente reciente, el 20% de la superficie forestal de Gran Bretaña había desaparecido al final de la Edad del Bronce hace 3.000 años. No se sabe si lo de la ardilla pudo haber sido posible hace unos 8.000 años, pero el caso es que puede entenderse como negativa la citada pérdida forestal, aunque algunos de nuestros hábitats más valiosos se han creado a través de la apertura de bosques para crear pastizales y brezales. Hasta alrededor de 1940, muchas prácticas agrícolas tradicionales también eran respetuosas de la vida silvestre y crearon hábitats para muchas de nuestras criaturas más queridas. Esta información podría entonces utilizarse para comprender cómo las futuras iniciativas forestales también podrían influir en el cambio de hábitat.
La Naturaleza, generosa sin límites, seguirá ofreciéndonos sus recursos siempre que no le pidamos más de lo que puede dar o más de los que necesitamos —que es lo que hacemos—. Dicho de otro modo, seguiremos disfrutando de los beneficios del bosque mientras tengamos un estilo de vida sostenible —pero hay que tenerlo—. Los ciudadanos precisamos el bosque para vivir, y el bosque precisa ciudadanos para desarrollarse. Esta es una cadena que se ha roto hace algún tiempo. Necesitamos mirar más al bosque para sentirnos conectados con la naturaleza. Muchos creímos el mito de la ardilla tras ser popularizado por Félix Rodríguez de la Fuente en uno de sus programas al hacer referencia a la extensión de los montes ibéricos cuando llegaron los romanos. Él transmitió a los demás lo que sabía y lo que se sabía en la época, incluyendo esa leyenda, pero se le olvidó mencionar que Estrabón ni era naturalista ni romano, sino un geógrafo griego. Además, nunca estuvo en Iberia y escribía de oído (2). Sí parece que mencionó la presencia de avutardas, una especie de hábitat estepario —mala pareja de baile para una ardilla—. También es cierto que cuando llegaron los romanos no habían sufrido mucho los bosques de Iberia, una tierra “en su mayor parte poco habitable, pues casi toda se halla cubierta de montes, bosques y llanuras de suelo pobre”, en palabras de Estrabón. Pero de la ardilla, nada de nada.
(1) Valmaña, A. (1978). El Fuero de Cuenca, Tormo, Alicante
(2) Perlin, J. (1999). Historia de los bosques, GAIA Proyecto 2050, Madrid