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Corazón de otoño
Nos encontramos en los dominios de la arenisca. La sierra se yergue orgullosa frente a los montes de caliza, tratando de realzar su mayor veteranía. Esta áspera roca se formó en ambientes fluviales de aguas someras millones de años antes que las calizas. No podemos dejar de percibir la fuerza de la tierra, nuestra pequeñez, la trascendental necesidad de que nos comportemos como miembros de una comunidad en la que no pasamos de ser unos recién llegados. No cabe duda, estas montañas y sus bosques van a formar parte relevante de nuestra memoria. Su perduración dependerá de que seamos capaces de afianzar vínculos con la Naturaleza.
Cojines de musgo esmeralda envuelven lentamente las piedras en paciente espera de los ansiados efectos que traigan las lluvias caídas durante toda la noche. Otras rocas se revisten con incrustaciones de líquenes de gran variedad cromática, una extraña amalgama de hongos y algas con copas de esporas de apenas un centímetro de altura, con forma de reducidas praderas redondeadas. El suelo cubre su arenosa desnudez con melenas de helecho. El amanecer ha llegado con la quietud de la niebla, con grandes bancos mullidos que persisten en la llanura. La brisa no es capaz de dispersarla; solo la despeina en trazos inconexos, como si estuviera desenredando vellones de lana. El aire y la bruma crean susurros entre los árboles. Parece que están hablando entre ellos, siseos de serenidad, gruñidos de indignación. La oscura ladera, cubierta por un velo húmedo atravesado por una nebulosa luz, nos hace imaginar la presencia de extraños espíritus cuchicheando sobre nosotros. En el inquietante silencio se escucha con mayor intensidad el eco del picapinos.
El rocío se aferra con fuerza a las frondas de los helechos, ahora teñidas de ocre. Curiosa planta esta, tan primitiva como desconocida. Lejos de aparecer desnuda, la ladera se nos presenta revestida de zarzas terreñas, arándanos y brezos de varias especies. Con el nombre de brezo se conocen docenas de especies, todas ellas de porte arbustivo de hasta 4 metros de altura, muy ramificadas y con hojas pequeñas, estrechas y agrupadas en verticilos. Entre las especies que podemos encontrar en la Serranía destacan el brezo blanco (E. arborea), el brezo rubio (E. australis) y el brezo nazareno o ceniciento (E. cinerea). Erica se cree derivado del griego ereiken, quebrar, en alusión a sus ramas frágiles.
Los brezos se desarrollan sobre suelos ácidos, sueltos y bien drenados. Su madera es muy dura y resistente al fuego, por lo que, unido a su capacidad de rebrote, resultan muy útiles para sujetar suelos tras los incendios. La raíz, gruesa e igualmente dura, se utiliza en la fabricación de pipas para fumar. Por su alto contenido en néctar y polen, los brezos son muy apreciados por la industria apícola. Durante la floración, pueden teñir el paisaje de diversas tonalidades, desde el blanco al violeta. Forman el estrato arbustivo que acompaña a especies arbóreas como el pino rodeno (P. pinaster) y el pino silvestre (P. sylvestris).
Brezo ceniciento (Erica cinerea)
Con las cepas o raíces gruesas se fabrica un carbón de excelente calidad, el más empleado en las herrerías y fraguas. Sus restos o mantillo son la base de la llamada “tierra de brezo”, muy empleada en jardinería para las plantas que no toleran la cal. La leña es muy apreciada para alimentar los “hornos de pan cocer” ya que levanta mucha llama. En el corazón del otoño llegan a formar verdaderas masas tupidas de color entre musgos, helechos, areniscas y tierras rojizas.
Sobre la arena se perfilan claras huellas de tejón. Le gustan estos suelos protegidos por marañas arbustivas. El tejón planta el pie en la arena como si fuera un pequeño oso y marca sus cinco uñas largas y gruesas sobre un suelo suave y escasamente cubierto de hierba, que permiten distinguir la huella de la de otros animales. Hay mucho que leer en este lienzo escrito sobre el suelo. Este tasón, de torpe aspecto, pero ágil en realidad, decidido y prudente, debió merodear por aquí la pasada noche en busca de alimento, el hocico pegado al suelo. Sus potentes garras pueden extraer gusanos, hacer túneles y pasillos a voluntad, y rastrillar un nido de avispas en la tierra dura del verano. No hace ascos a insectos, reptiles, raíces, lombrices, setas, bayas, carroña… Seguimos el camino del tejón y más adelante observamos un agujero excavado al borde del camino, tierra que ha removido bajo unas piedras para saquear un nido de avispas. Un trabajo lento y minucioso. Los rastros dejados alrededor no ofrecen dudas