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Fragmentando la vida
Ya hice referencia en su momento (aquí y aquí) al impacto que la actividad humana tiene sobre los ecosistemas, que Richard Leakey y Roger Lewin resumen en su libro La sexta extinción diciendo que el hombre utiliza tres vías principales: la eliminación o fragmentación de los bosques, la introducción de especies foráneas y la explotación directa, como la caza. Quiero centrar ahora mi atención en la primera de ellas.
La diversidad de vida se distribuye de forma irregular en función de determinadas variables (el clima, el suelo, la interacción con otras comunidades). También los entornos pueden sufrir variaciones por causas naturales (incendios, terremotos, inundaciones, etc.). Pero lo preocupante es la intervención humana sobre el territorio, que ha intensificado la parcelación de los ecosistemas. Un ejemplo es la disminución de la superficie forestal para incrementar la superficie de suelo cultivable o urbanizable —algo que se viene haciendo prácticamente desde la revolución neolítica—, o la introducción de nuevas explotaciones forestales —pensemos, por ejemplo, en los bosques de eucaliptos en Galicia—, o la construcción de infraestructuras —embalses, carreteras, vías ferroviarias, etc.—.
Embalse del Molino de Chincha
Por todo ello, la fragmentación del hábitat supone una seria amenaza para la biodiversidad vinculada al mismo. Leakey y Lewin nos ayudan a entender cómo:
Supongamos que las comunidades ecológicas están compuestas de dos clases de especies vegetales, las bien adaptadas a las condiciones locales y las que lo están menos. Las bien adaptadas gastan su energía explotando recursos del hábitat, por ejemplo hundiendo las raíces para llegar a una capa freática baja o sobreponerse a incendios periódicos; o desarrollando tallos largos para absorber luz con más facilidad que las especies más pequeñas. La estrategia que adoptan las especies peor adaptadas es la movilidad, mediante la dispersión de simientes. Esto les permite aprovechar oportunidades ocasionales de colonizar hábitats nuevos. Cuando una comunidad ecológica de estas características queda aislada, mediante la fragmentación del hábitat, las especies que más peligro corren son las menos móviles, es decir, las bien adaptadas. Encerradas en terrenos aislados, estas pequeñas poblaciones locales se vuelven vulnerables a las catástrofes ocasionales, por ejemplo las enfermedades, los incendios o la escasez de nutrientes. Una tras otra, las poblaciones aisladas se extinguirán localmente y al final desaparecerán en un radio geográfico amplísimo o se extinguirán del todo desfilando lentamente hacia el olvido eterno.
Bosques densos en el Barranco de la Hoz Somera.
Un bosque, por ejemplo, mantiene en su interior unas condiciones climáticas diferentes a una zona deforestada. El arbolado retiene la humedad gracias a su sombra, mitiga la fuerza del viento y disminuye las oscilaciones térmicas. La fragmentación del bosque altera esas condiciones ambientales, a la vez que favorece la penetración de especies invasoras que pueden perjudicar a las que están allí establecidas. Estas especies se ven obligadas a modificar sus hábitos. Por ejemplo, la roturación del suelo destruye las madrigueras de los ratones de campo, que tienen que desplazarse hacia el interior de un encinar, donde aumentan el consumo de bellotas. Las encinas, entonces, incrementan su producción de estolones, lo que favorece la clonación y la pérdida de calidad de la especie.
Dehesa de Carrascosa de la Sierra.
Otro ejemplo tenemos en algunas aves forestales como carboneros, herrerillos o reyezuelos, que se ven obligados a dedicar buena parte de su tiempo a la vigilancia contra los depredadores, lo que les quita tiempo para otras actividades importantes, como la búsqueda de alimento o la formación de grupos consistentes de individuos que les permitan afrontar el riesgo de depredación. Según José Luis Tellería (Introducción a la conservación de las especies, Tundra, 2012), “no ha de extrañarnos, por ello, que ciertas especies de aves acantonadas en fragmentos forestales presenten peor condición corporal que las asentadas en un hábitat extenso y continuo”.
Embalse de La Toba desde La Modorra.
¿Quiere todo esto decir que la explotación de los bosques es perjudicial para la vida? No, si se hace de forma sostenible, si cada árbol cortado se sustituye por otro u otros ejemplares nuevos. Sería —es— una torpeza de singulares proporciones permitir la desnudez de los suelos y olvidar que el bosque es nuestro mejor aliado por ser el hábitat de un 70% de la vida de este planeta, por ser un eficaz escudo contra la contaminación, por ser generador incansable de oxígeno y almacén de dióxido de carbono, y por tantas cosas que habría que recordar más a menudo.