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Poda natural

Bosque

Sería muy fácil pensar que un árbol se va muriendo de abajo arriba. Fácil si nos dejamos engañar por las apariencias. El bosque está plagado de árboles con las ramas inferiores ya resecas, las más de las veces casi acostadas, mirando al suelo, como empujadas por la fuerza de la gravedad y del tiempo, un tiempo en el que han debido soportar las inclemencias y el peso del follaje, la lluvia y la nieve. Una vez más debemos rechazar el pensamiento antropocentrista para entender que esas ramas han dejado de ser útiles para el árbol, ya prestaron sus servicios durante años y ahora les llega el ansiado momento de la jubilación.

Melojos (Quercus pyrenaica)

¿Por qué, cuándo sucede este acontecimiento? ¿Cómo puede pasar esto a las ramas supuestamente más fuertes y mejor dotadas? Suele ocurrir. Las nuevas generaciones llegan pisando fuerte y quitan la sombra a las veteranas. Además, con relativa frecuencia la pugna entre individuos por la luz y el alimento es muy fuerte, de modo que unos desarrollan fustes majestuosos mientras otros deben conformarse con la delgadez y algo más de debilidad. Sí, las ramas bajas son fuertes porque almacenaron sustancias de reserva y año tras año aportaron lo que pudieron al resto del sistema vegetal. Pero poco a poco se fueron deshidratando hasta llegar a la base, y fue entonces cuando su propio peso las partió y se desprendieron o quedaron a la espera de caer definitivamente. El tronco acabará marcado con una cicatriz, una más que, en el caso de ser pino, nos dará cierta información acerca de su edad —como sabemos, los pinos tienen un crecimiento verticilar, cada año, un verticilo— o de las condiciones meteorológicas que ha debido atravesar. El árbol se encarga más tarde de cerrar esa cicatriz mediante la generación de corteza, evitando así la posible entrada de patógenos. Pero podría darse el caso de que esa rama cayera por azar en un arroyo y que navegara unos centenares de metros hasta un lugar donde acaso quedara plantada en la orilla dando lugar a un nuevo individuo. Este tipo de plantación por esqueje es posible si hablamos, por ejemplo, de un sauce, un árbol que cada año pierde en torno al diez por ciento de sus ramas (1), de las cuales una o dos, pasado el tiempo, dan lugar a nuevos miembros en el vecindario del bosque de ribera.

Sauce blanco (Salix alba)

 

Lo relatado hasta aquí vendría a ser un resumen de la poda natural, un proceso espontáneo estimulado por esa competencia entre individuos o de unas ramas con otras. Pero se trata de un proceso absolutamente inocuo para el árbol, que no sufre nada por la pérdida de unas ramas cuyo consumo de hidratos de carbono era netamente superior a su producción de oxígeno, pues de forma paulatina fueron descargando sus hojas. Una vez que esas ramas dejan de realizar la fotosíntesis, se van secando y muriendo poco a poco desde el extremo hasta la unión con el tronco.

Quejigos (Quercus faginea)

Pero siguiendo con la poda natural, cabría preguntarse si el árbol obtiene algún beneficio añadido al hecho de dejar caer sus resecas ramas inferiores. Pues bien, alguno no, varios. Podríamos empezar con que el árbol no tiene que dedicar energía a mantener una rama que no le aporta nada. Dejarla caer supone un ahorro de recursos nutritivos que puede destinar a la generación de nuevas ramas, hojas o flores, o simplemente a su propio crecimiento. Añadamos que cualquier rama seca que no esté en el árbol es una rama que no favorecerá la propagación del fuego en caso de incendio. Además, el árbol —muy coqueto él— mejorará su aspecto, su forma, la calidad de su madera, y perderá elementos que bien podrían atraer la presencia de insectos xilófagos. Con cada rama que cae, el árbol se hace una especie de moderna cirugía estética.

Bosque de pino albar (Pinus sylvestris)

Es lógico deducir que las ramas de aquellas especies más imputrescibles, como el tejo, el acebo o la sabina, se resisten a caer, más incluso que las ramas gruesas, que se protegen con su madera dura y sus dimensiones. A veces el hombre puede acelerar el proceso eliminando esas ramas mediante poda artificial, lo que tampoco supone provocar daño alguno al árbol. No obstante, esta operación deben realizarla los técnicos, que saben si una rama, aunque carezca de hojas, está aún viva. Guiados por la bonanza de este proceso natural, tal vez tengamos la tentación de contribuir con nuestra impericia a acelerar la limpieza de ramas inútiles. Sin embargo, lo más probable es que, además de hacerlo de forma errónea, estemos interfiriendo en un asunto que la naturaleza prefiere llevar a cabo a su aire, con espontaneidad, sin injerencias. No metamos la pata.

 

(1) Jahren, H. (2017). La memoria secreta de las hojas, Paidós, Barcelona