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Relación natural entre el fuego y el agua

Bosque

 

Hace unos años el corazón de la Serranía de Cuenca sufrió algunos incendios forestales que quemaron extensas áreas en Poyatos, Buenache de la Sierra, Cañete y Uña. La gravedad de aquellos fuegos, que pudieron ser intencionados, supuso para algunos de nosotros un antes y un después. Quienes vivimos la extensión, densidad y grandiosidad de los bosques arrasados sentimos una enorme tristeza por lo que estábamos perdiendo, y porque pudimos intuir que ya no viviríamos para ver el espectáculo boscoso que llegaron a ser. Los responsables (!) políticos recomendaron entonces que la población no saliera al medio natural, no sé muy bien si era por no seguir quemando el monte o para que la moral no se cayera por los suelos. En fin…

Los bosques absorben mucha humedad, sí, también los nuestros, por muy resecos que parezcan, y la hojarasca que cae al suelo forma una especie de mantillo natural. Los incendios superficiales, sin embargo, consumen estos restos vegetales y llegan a afectar a los troncos de los árboles (1). Una vez que la arena se quema, y que las raíces ya no pueden aferrarse a la humedad y al suelo, la erosión puede ser catastrófica. La imagen muestra los efectos del fuego. Hubo un tiempo en que la sombra lo cubría todo y el suelo era rico y denso. Pero el agua y los elementos se llevaron cualquier esperanza de vida para muchos años.

 

 

Con el paso del tiempo partes del bosque comienzan a recuperarse. Otras probablemente permanecerán desnudas a medida que el clima continúe experimentando condiciones de sequía. Los incendios forestales nos hacen infelices, pero han formado y aún forman parte de nuestra geografía durante millones de años. No estoy argumentando que el cambio climático y la mala gestión forestal no tienen nada que ver, pero la geología y la geografía de esta parte de nuestro entorno también han conspirado para crear las condiciones adecuadas de propagación del fuego. Muchas plantas se han adaptado al fuego, como la encina, el boj o los brezos, por ejemplo, capaces de regenerarse a partir de la propia raíz aún no quemada, o el romero, las jaras o los mismos pinos, que conservan el poder germinativo de sus semillas después de un incendio. Los árboles viejos son más resistentes al fuego, tal vez porque la corteza es más gruesa, y es por eso un error cortar todos en lugar de dejar algunos para ayudar a los bosques a recuperar su equilibrio.

 

 

La ausencia de cubierta vegetal nos acerca al desierto, las inundaciones y la erosión, pues deja de existir el filtro natural que retiene el suelo y evita la escorrentía. Una tormenta de mediana intensidad puede provocar efectos devastadores, con pérdida a veces irreparable de suelo fértil. Los que queda del mantillo que allí había es transportado junto a las cenizas a terrenos más bajos o incluso hasta los ríos. La contaminación de las aguas está asegurada, lo que también afectará a la calidad del agua potable. El suelo se hace más impermeable y las especies vegetales lo tienen más difícil para prosperar. La recuperación de la fertilidad perdida puede llevar décadas. Y, mientras tanto, la ausencia de vegetación es sinónimo de ausencia de agua por evapotranspiración de las hojas. El ciclo hidrológico es alterado y los acuíferos subterráneos disminuyen su capacidad.

En todo caso, transcurrido un año del incendio, la erosión se enfrenta a un primer obstáculo: el crecimiento de plantas a partir de la raíz, al menos en suelos llanos, pues campa a sus anchas en laderas, barrancos y pendientes. Es momento de recordar la inestimable colaboración de otro eficaz agente preventivo de los incendios forestales, el pastoreo ovino y vacuno. Queda en el recuerdo el tiempo en que la presencia de esta ganadería en nuestros montes era garantía de conservación forestal y de equilibrio hídrico. Pero no conviene olvidar tampoco que los incendios no se apagan en verano ni con agua, sino durante todo el año por medio de una gestión forestal sostenible y preventiva, no con medidas de extinción, sino otorgando un papel más destacado al bosque mixto, no con medidas que solo prohíben, sino cortando de raíz la inmunidad de los incendiarios.

 

(1) Guardia Lledó, C. (1988). Efecto de los fuegos en árboles y arbustos de los montes conquenses, Diputación Provincial, Cuenca