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Robles (1)
Se formaron estas tierras hace más de 200 millones de años, en un tiempo de clima caluroso y seco, cuando, según parece, los polos gozaban de temperaturas agradables y el ambiente era húmedo. Fue la hematita, piedra de sangre, el mineral encargado de pintar la tierra sobre la que se desarrollaría una vegetación adaptada a las condiciones de calor y sequedad reinantes. Cícadas, coníferas, ginkgos y helechos eran dominantes. Aún persisten pinos y helechos configurando con su verdor una bella discrepancia sobre el rojo suelo terroso.
Los troncos de los pinos trazan líneas casi rectas que se elevan en busca de la reconfortante luz solar. En la mezcla de especies, gana la partida el pino albar sobre el rodeno, que ofrece un artístico contraste entre el verde intenso del musgo, el más ceniciento de sus copas y el anaranjado de la corteza. Pero, visto desde la distancia, la disparidad cromática más destacable es la presentada por los robles melojo y albar. El nombre específico del primero, pyrenaica, quiere decir natural del Pirineo. Resulta no obstante poco afortunado, pues falta casi por completo en esa cordillera. Se debe a su descriptor para la ciencia, el botánico alemán Karl Ludwig von Willdenow (1765-1812), que se basó en unas muestras de herbario que le llegaron con una etiqueta que le atribuía esa procedencia.
Su distribución por buena parte de la Península Ibérica le otorga gran variedad de nombres vernáculos: rebollo, marojo, roble, roble melojo, roble tozo, tociu (Asturias), tocorno (Ávila y País Vasco). Un lugar poblado de melojos recibe el nombre de melojar, pero también marojal. He aquí el origen del nombre de la aldea serrana Huerta de Marojales.
El sistema radical consta de una potente raíz principal de la que salen numerosas raíces laterales de crecimiento superficial y gran vitalidad. Ello es comprensible si tenemos en cuenta que el melojo se desarrolla en terrenos pobres en nutrientes, y debe buscarlos en lo más profundo del suelo. Y sin embargo se las arregla para bombear agua subterránea y sales. De las raíces laterales brotan numerosos vástagos hasta edad avanzada. Si el tronco principal es talado, estos brotes adquieren tal envergadura que hacen difícil el tránsito por el monte. El ganado contribuye a controlar esta excesiva producción de retoños.
Las hojas al nacer tienen un atractivo color carmesí y se ven recubiertas de un denso tomento por ambas caras. Esta pilosidad se pierde en el haz al madurar, pero no en el envés. El contorno es lobulado, con 4 a 8 pares de lóbulos que en algunos casos alcanzan casi el nervio central. Son caducas, pero persisten marchitas sobre matas o árboles jóvenes gran parte del invierno, fenómeno conocido como marcescencia. Friedrich Hölderlin (1770-1843) dedicó un poema a los robles en un momento en que debió sentir la necesidad de parecerse a ellos, de ser marcescente como ellos:
Desde los jardines llego hasta vosotros, hijos de las montañas.
Desde los jardines, donde la naturaleza vive paciente y hogareña
cuidando a hombres afanosos que la cuidan.
Pero vosotros, ¡sublimes!, os erguís como un pueblo de titanes
en un mundo domesticado, y solo sois vuestros y del cielo,
que os nutre y ha criado, y de la tierra, que os ha parido.
Ninguno de vosotros ha pasado por la escuela de los hombres,
y os abrís paso, libres y gozosos, desde vuestras potentes raíces,
hasta lo alto, unos contra otros, y como el águila a su presa,
atrapáis el espacio con brazo poderoso, y a las nubes dirigís
vuestra gran copa, soleada y serena.
Un mundo sois cada uno; como las estrellas del cielo
vivís; un dios cada uno, juntos en libre alianza.
Si yo fuera capaz de soportar la esclavitud, no sentiría envidia
de este bosque y me resignaría a vivir entre la gente.
Si no me encadenara a vivir entre la gente, este corazón
que no renuncia al amor, ¡con qué gozo viviría entre vosotros!
Su periodo vegetativo coincide casi completamente con la escasez de precipitaciones en verano, que combate con su exposición en zonas umbrías y la altitud, pues se trata de una especie exigente de humedad, aunque resistente a la sequía. En nuestras latitudes, el melojo aporta un cierto aire atlántico al entorno mediterráneo.
El melojo es un excelente creador de suelos, conocidos como “tierras de melojar”. En laderas y pendientes escarpadas se comporta como un gran fijador de suelos gracias a su entramado radical. Muchas veces sus bosques han sido destruidos para favorecer otras especies de crecimiento más rápido, como el pino. Su madera produce un carbón de gran calidad y las hojas se utilizaban para el ramoneo del ganado.
(Continuará)