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Robles (y 2)

Bosque

En estas latitudes que pisamos, en pleno corazón meseteño, hay pocas especies tan peculiares e interesantes como el roble albar. El específico petraea procede del latín petra, piedra, pedregoso, en referencia al suelo donde se desarrolla. Es un árbol de porte esbelto y copa regular y amplia. El sistema radical es potente; debe serlo en un suelo de escasa riqueza en nutrientes. En los primeros años desarrolla una raíz principal de más de un metro de profundidad y cuando cesa esta progresión, se desarrollan mucho las raíces secundarias.

Las hojas son caedizas y, como las del melojo, también permanecen en el árbol algún tiempo después de marchitas. Esto hace que en algunos lugares de Centroeuropa se le llame “roble de invierno”. El limbo aparece cuneiforme o truncado en la base. Es lampiño en el haz, de color verde intenso, y con una leve pubescencia en el envés, que es algo más pálido.

 

 

Los amentos masculinos son colgantes, mientras que las flores femeninas aparecen sentadas o sobre un pedúnculo muy corto. La floración se produce de abril a mayo. Las bellotas son igualmente sentadas, con cúpula parda a gris ligeramente pubescente. Maduran de septiembre a octubre. El roble albar es una especie vecera —un año da mucho fruto y otro poco o ninguno— que comienza a producir a los 30-40 años.

En España aparece en las cordilleras septentrionales, donde formaba bosques magníficos y extensos hasta que el clima comenzó a ser más árido y se intensificó el aprovechamiento por el hombre y la deforestación por motivos agrícolas. Poco a poco fue sustituido por especies forestales de crecimiento más rápido. El límite sur de la especie se encuentra en la Sierra de Valdemeca, donde bien puede considerarse una joya botánica. Podría decirse de él que es un árbol algo huraño, si no fuera porque tiende a convivir con otras especies, como el pino, el melojo y el quejigo. Sin embargo, parece gustarle destacar de alguna manera entre la confusión. En verano, con un verde más claro; en otoño, con tonalidades doradas. Sea como sea, el conjunto se configura como un magnífico ejemplo de bosque mediterráneo, tan inusual como valioso.

 

 

No debemos pasar por alto otras de las rarezas botánicas que adornan nuestros paisajes serranos, el roble cantábrico (Q. orocantabrica). Su nombre lo dice casi todo. Sabíamos que es un endemismo de la cordillera Cantábrica, que ha colonizado las estribaciones meridionales del Sistema Ibérico, buscando las laderas y barrancas más umbrías. Pero no estábamos preparados para encontrarlo en la hoz del río Chico. Otra especie que merece todos los cuidados que seamos capaces de ofrecer.

 

Quercus orocantabrica

 

Los robles son de los mejores amigos del hombre. Prácticamente nuestra civilización se ha nutrido de todo lo que proporcionan estos árboles y sus parientes, las demás quercíneas. Conviene recordar que cada ejemplar que alcance 200 o 300 años, algo que puede lograr con cierta facilidad, proporciona todos los años el oxígeno que necesitan de 10 a 15 personas. En verano liberan entre 300 y 600 litros de agua diariamente. La superficie de sus hojas puede superar los 2.000 m2 porque no es raro que tengan hasta 300.000 hojas cada uno. Un regalo más de la naturaleza.