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Traedor de agua

Bosque

A mí, al menos cuando la playa fue mi destino, me ha pasado. Tras recorrer un buen chorro de kilómetros en la comodidad del coche y al amparo de su aire fresco, eso de llegar a la costa en plena canícula veraniega, abrir la puerta y recibir una bofetada de calor húmedo era todo uno. Ese calor pegajoso, pesado, que te pega la camisa al cuerpo, que entorpece la respiración… Donde esté el aire de la montaña… Pero en ese momento en que miro a mi alrededor en busca de un refugio umbrío donde el aire se pueda respirar, me olvido que la cálida humedad que tanto me molesta y asfixia es una deliciosa ambrosía para las plantas, que con tal refresco son capaces de fabricar vida y alimento, para sí mismas y para los demás. También para mí. Les debo estas líneas.

En la escuela nos enseñan —y enseñamos— la magia de uno de los cursos vitales que hacen posible la vida, el ciclo del agua. Me temo que no siempre insistimos lo suficiente en lo imprescindible que es para la vida y en que nada que pueda calificarse como vivo podría existir sin el agua. Creo que nos limitamos a ver el famoso dibujo que nos muestra cómo el sol calienta el agua de ríos y océanos, cómo se evapora y se condensa en las capas altas de la atmósfera, donde se forman las nubes, cómo estas se deshacen del agua en forma de lluvia, nieve o granizo, y cómo la misma agua que antes estaba sobre la corteza terrestre vuelve a ella cerrando el ciclo y volviendo a empezar. Tal vez deberíamos detenernos algo más en esa magia de la Naturaleza o incluso en la poesía que encierra el interminable viaje de una gota que va y viene incansable.

Pero tampoco fijamos nuestra atención en el hecho, aparentemente simple y trivial, de que las tierras alejadas de cualquier curso o almacenamiento más o menos extenso de agua también son visitadas por el líquido vivificador en su eterno viaje. Y no solo eso, sino que llega para quedarse, al menos una parte de la que llega, estando a veces a considerable altura sobre el nivel del mar. Y no nos paramos a preguntarnos cómo es posible que venza la fuerza de la gravedad que la debería empujar hacia tierras bajas, qué hace viable que se quede en esas tierras tan secas y a menudo tan desoladas. La respuesta, una vez más, nos la proporciona el bosque.

Peter Wohlleben (1) nos deja dos datos para nuestra admiración: primero, por cada metro cuadrado de bosque se extienden 27 metros cuadrados de copas repletas de hojas y acículas; segundo, en verano los árboles necesitan hasta 2.500 metros cúbicos de agua por kilómetro cuadrado —lo que cabe en una piscina olímpica—, agua que liberan por medio de la respiración. A esto añade Hope Jahren (2) otro dato: a las plantas les pasa lo que a nosotros, que en verano es cuando más sudan, o dicho de otro modo, cuando la evapotranspiración es mayor. Al final del estío los árboles dejan de crecer y las necesidades de agua son menores, su sistema se encuentra en equilibrio. De ahí deduce que su actividad no viene marcada solo por la temperatura y el fotoperiodo, sino también por la formación de hojas. Y dice más: para acumular todos los nutrientes del suelo que requiere un árbol —pongamos que soporta unos quince kilos de hojas—, debe absorber como mínimo 30.000 litros de agua y después evaporarlos. Esa es la cantidad de agua que lleva un camión cisterna y la que necesitan veinticinco personas en un año. Según Tompkins y Bird (3), las hojas de un girasol corriente transpiran en un día tanta agua como la que suda un hombre. Y añaden que, en un día cálido, un solo abedul puede absorber hasta cerca de 400 litros, exudando una refrescante humedad por sus hojas. Jahren nos ofrece una curiosidad más: si nos imaginamos que toda el agua de la Tierra cupiera en una piscina olímpica, la cantidad que está disponible en el suelo para las plantas no daría para llenar una botella de refresco. Y aún decimos que hace mal tiempo cuando llueve.

En nuestro escolar ciclo del agua hemos omitido el hecho de que buena parte del agua que se evapora procede de esas copas arbóreas, razón por la que el bosque es buen traedor de agua, el que mejor hace llegar la ansiada humedad hasta las tierras interiores, un elemento de enorme influencia sobre el clima y el equilibrio hídrico. De hecho, el 10% del vapor de agua atmosférico se debe a las plantas. Por eso, las zonas boscosas tienen un mayor índice de pluviosidad que aquellas zonas desprovistas de vegetación. En una comarca tan boscosa como nuestra Serranía, este detalle es de suma importancia, como lo es la necesidad de su cuidado y conservación.

Cuando el agua ha llegado a las hojas procedente de las raíces, a la velocidad de un centímetro por segundo, el árbol emplea una pequeña parte en la fotosíntesis y el devuelve el resto a la atmósfera en forma de vapor mediante la transpiración, y, lo mismo que nos ocurre cuando sudamos, esta operación ayuda a las plantas a mantenerse frescas. La transpiración se produce mayormente durante el día ya que la luz solar estimula la apertura de los estomas para el intercambio de gases durante la fotosíntesis, y es a través de los estomas que la planta libera el agua que no requiere. Cabe pensar que esto provoca un desequilibrio hídrico en su interior, pero durante la noche se recupera al haber mayor absorción.

¿Cómo comprobar que una planta está transpirando? La salida del vapor de agua depende de la temperatura, el viento, la humedad atmosférica o la intensidad lumínica. Seguramente todos conocemos ese sencillo experimento que consiste en coger una maceta con una planta de grandes hojas y cubrir el recipiente con una bolsa de plástico, dejando al aire el tallo y las hojas. Hay que tapar el conjunto con una campana de cristal transparente y dejarlo en un lugar iluminado durante varias horas. Al cabo de un tiempo observamos que la campana de vidrio se va empañando por dentro por gotitas de vapor de agua. Parece claro que este vapor procede de la transpiración de la planta. Más sencillo todavía: cojamos una maceta de casa y envolvamos una parte de la planta con una bolsa de plástico transparente sujetándola al tallo con un hilo. Al cabo de dos o tres días observaremos lo que ocurre. ¿Será igual si cubrimos toda la planta?

En nuestro entorno la especie arbórea dominante es el pino en sus diferentes especies, muy infravalorada en aspectos como la capacidad de atraer  agua. El pino tiene bajos requerimientos edáficos y nutricionales y está adaptado para resistir condiciones ecológicas y climáticas extremas. Sin embargo, se ha encontrado que puede almacenar gran cantidad de agua en la albura del tronco, de tal forma que si la transpiración excede al aporte hídrico a través de las raíces, como sucede en los periodos de sequía estival prolongada, el agua puede tomarse de las reservas del tronco, evitando la pérdida de superficie foliar (4). Es más, después de lluvias copiosas esta agua se puede recargar rápidamente. Además, el flujo hídrico no se inhibe tras la formación de hielo en el xilema —vasos que transportan la savia bruta— durante las heladas invernales.

¿Cómo influyen los bosques en el clima? Un bosque genera más humedad por evapotranspiración que una zona deforestada. Además, las nubes que se forman en una zona boscosa son más densas que en una zona deforestada. La luz solar, por tanto, se refleja más en la primera que en la segunda y el clima local se refresca. Por otro lado, el follaje arbóreo frena el impacto de las gotas de lluvia sobre el suelo, de modo que el agua resbala pausadamente por las ramas y el tronco y no provoca escorrentía. El suelo absorbe y retiene mejor el agua. Cuando se satura y las reservas hídricas del árbol están repletas, el agua se filtra a capas más profundas, incrementando el potencial hídrico y manteniendo la humedad del ecosistema local, a lo que contribuye la sombra foliar.

Tal vez convendría reflexionar sobre el hecho de que cada vez que se quema un monte o lo deforestamos sin regenerarlo es como si nos dejáramos el grifo abierto. La lluvia debería ser una buena noticia, no la causa para quejarnos de mal tiempo. Surge la pregunta de cómo se produce el transporte del agua desde las raíces hasta las hojas, pero tendremos que resolver esta cuestión en otro momento.

 

(1) WOHLLEBEN, Peter: La vida secreta de los árboles, Obelisco, Barcelona, 2016

(2) JAHREN, Hope: La memoria secreta de las hojas, Paidós, Barcelona, 2017

(3) TOMPKINS, Peter; BIRD, Christopher: La vida secreta de las plantas, Capitán Swing, Madrid, 2016

(4) VV.AA.: Los bosques ibéricos. Una interpretación geobotánica, Planeta, Barcelona, 2005