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Amiga del hombre

Botánica

 

Hay muchas formas de ser una planta. Esto, que no deja de ser evidente, puede resultar natural para quienes tienen la paciencia de seguir estos escritos, pues ya hace algún tiempo nos preguntábamos qué es eso de ser planta. El caso es que hay maneras de ser cada cual lo que es. Los majuelos, por ejemplo, se toman su tiempo, generan anillos de crecimiento anual antes de florecer, producen bayas año tras año y sobreviven hasta alcanzar una gran vejez. Pero otras hierbas, como el amor de hortelano (Galium aparine) tienen prisa. Bonito nombre el que le han ido a dar a una planta que suele pasar desapercibida a nuestra apresurada mirada. El amor de hortelano completa su efímero ciclo de vida, semilla a semilla, en tan solo unos meses. Es enero, y ya podemos ver sus plántulas desechando las hojas en el fondo de un seto aún desnudo. Habrán germinado solo el otoño pasado, pero sus brotes de color verde vibrante se están adelantando a unos competidores cuyas semillas aún permanecen latentes en el suelo. Y el olor... Cuando recogemos y trituramos un puñado de sus precoces brotes, enterrados hace unos días bajo una capa de nieve, nos transporta a los primeros días cálidos de abril.

 

 

Cuando finalmente llegue la primavera, este escalador social de tallo débil y bien adaptado, que invierte poco en resistencia, se abrirá paso a través del seto. Se aferra a su camino hacia arriba con hileras de diminutos espolones en forma de gancho a lo largo de sus tallos y hojas en espiral, agarrando todo lo que toca. Luego, en mayo, las diminutas flores blancas de cuatro pétalos serán seguidas rápidamente por un fruto dividido en dos, con unos diminutos pelos en forma de gancho que se prenden en la piel, las plumas y la ropa. Una eficaz manera de dispersión en busca de otros pagos, desmintiendo a quienes piensan que las plantas no se mueven. Los niños pueden pasar un buen rato en el campo aprendiendo con qué tenacidad un puñado de amigos de caminantes —que así también se conoce esta hierba— se engarzan a los abrigos, gorros y guantes.

 

 

El amor de hortelano es omnipresente, persigue a la humanidad prosperando dondequiera que cultivemos el suelo. Seguramente por eso ha adquirido más de 70 nombres coloquiales locales: apegamanos, cariñosa, hierba pegajosa, planta del amor. Algunas de las plantas marchitas del verano pasado continúan tejidas en el seto, y las semillas de entonces siguen su destino y se adhieren a la ropa, como sintiendo una especial atracción por nosotros, y por ello no nos suelta. Puede que así las llevemos inadvertidamente a nuestro jardín, donde tal vez se convierta en lo que algunos llaman una mala hierba, pero conviene conocer y reconocer su utilidad. Por ejemplo, supongamos que tenemos un pequeño estanque donde el agua está superpoblada de lentejas de agua, esas delicadas hierbas que flotan apaciblemente hasta llegar a cubrir buena parte de la charca, lo que puede impedir el paso de la luz solar. Un puñado de amor de hortelano, arrastrado por la superficie del estanque, elimina mágicamente la alfombra flotante de lenteja de agua, que amenaza con sofocarla cada verano, sin perturbar la vida acuática debajo.

 

Lenteja de agua (Lemna minor)

 

Algo parecido hacían los pastores, que usaban los tallos del amor de hortelano para retirar los pelos de la leche recién ordeñada. En todo caso, ha demostrado sobradamente su querencia por nuestra especie, reconocida en su día por Andrés Laguna (1), botánico segoviano del siglo XVI, quien escribió:

 

Esta es la planta que llaman en Castilla, comúnmente, amor de hortelano. Dícese también philanthropos, ansí en latín como en griego, que significa amiga del hombre, porque a cuantos pasan por della los abraza y detiene como hacen a cualquier caminante los venteros de Italia para le desollar.

 

(1) Gómez, J.R. (2019). El filántropo amor del hortelano, Quercus, 403: 56-57.