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Aquellos abatidos búhos...

Botánica

En la entrada anterior planteaba un juego utilizando como herramienta un poema sin sentido llamado limerick, y siguiendo las indicaciones de Gianni Rodari. El poema habla de tres búhos en un fruto (Había tres búhos en un fruto), y la imagen que encabeza estas líneas nos muestra la primera pista. Podemos apreciar que las tres partes están unidas (que separarse no podían un minuto) y que no albergan nada parecido a semillas (En agosto sus ojos perdieron / y al seco suelo cayeron). Claro, ha sido durante el mes de agosto que los frutos se han abierto y han dejado salir a sus pequeñas semillas brillantes y negras que hacen las veces de ojos del búho. He aquí una imagen de estas semillas:

¡Pobres abatidos búhos los de aquel fruto!, termina diciendo el poema de forma extravagante, porque la realidad es que esas semillas en el suelo de nuestros montes son una promesa de vida y verdor casi eterno. De hecho, el nombre específico de este arbusto es sempervirens, siempre verde. Para los antiguos galos era la prueba de la eternidad. Y así llegamos al genérico Buxus. ¡Exacto! Es el boj, una de las especies más representativas de nuestra Serranía, donde también se le conoce como buje y a veces forma espesuras casi impenetrables. En otras latitudes recibe nombres como bujo, uje o boixo.

Lo normal es que no sobrepase los 2 metros de altura, pero en lugares inaccesibles, lejos de la influencia del hombre, puede desarrollarse mucho más y vivir hasta 600 años, aunque su crecimiento es muy lento. Sus pequeñas hojas coriáceas de color verde intenso ofrecen alimento y protección a multitud de especies animales. En otoño adquieren un vistoso color pardo rojizo. Las flores, que aparecen en primavera, no resaltan especialmente puesto que son de pequeño tamaño, pero desprenden un fuerte olor característico.

En muchos pueblos de la provincia se utilizan ramas de boj para engalanar las puertas de las casas y las calles en fiestas como el Corpus. También en Domingo de Ramos sustituye al olivo en la confección de ramos. En Tragacete existe una leyenda según la cual si algún valiente, en la noche de San Juan, se atreve a coger las “flores” del helecho (valiente por las cosas raras que le pueden suceder, como alucinaciones, apariciones, etc.) y las mete en un canuto de boj (cilindro utilizado para guardar agujas y otras cosas pequeñas y finas), estas “flores” se convierten en diablillos y obedecen a esta persona, por ejemplo, en las tareas del campo. En El Tobar se cuenta que hubo una señora cuyo marido estaba en la cárcel y estos diablillos le hicieron toda la siega en una sola noche.

Su dureza es tal que cuando sufre el ataque del fuego es capaz de rebrotar a partir de sus raíces. Esta reacción es muy importante, ya que constituye una parte esencial del sotobosque de los mejores pinares de la Serranía, donde se convierte en un refugio ideal para la caza. La madera, de color blanco amarillento, dura y compacta, simboliza la firmeza y la perseverancia. No flota en el agua. Dice Font Quer: “Inténtese partir una ramilla con una hoja de afeitar y se quebrará la hoja sin conseguirlo”. Es muy apreciada en carpintería para el torneado y tallado, así como para la fabricación de pequeños elementos: peines, cajas, vasos, cucharas, tablillas...

Desde el punto de vista medicinal, tanto las hojas como las semillas de este arbusto son muy purgantes. Se emplean para purificar la sangre y en infusión sirven además como eficaz laxante. Las hojas y la corteza de la raíz se empleaban en medicina, pues contienen un alcaloide llamado buxina que hace las veces de la quinina. Este producto se ha empleado en ocasiones para sustituir al lúpulo en la fabricación de la cerveza. El cocimiento de las hojas tiene propiedades febrífugas y antiguamente se utilizaba para prevenir la caída del cabello, pero hay que tener cuidado: es una planta tóxica y puede provocar la muerte, por lo que no resulta conveniente su uso casero. Tampoco se la come el ganado. Cuenta la leyenda más que la historia el caso de una campesina que, habiendo quedado pelona por completo, se frotó la cabeza con dicha decocción. Como resultado de este tratamiento, le creció una soberbia cabellera de color castaño. Pero como había cometido la imprudencia de aplicarse también la cara y el cuello con el producto, el pelo invadió aquellas partes de modo que más parecía mona que mujer.