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Enredarse para crecer

Botánica

En 1831 el geólogo y botánico inglés John Stevens Henslow, profesor de mineralogía en la Universidad de Cambridge, remitió una carta de recomendación al capitán Robert FitzRoy a favor de un alumno suyo que andaba dando bandazos en lo referente a sus estudios. Este muchacho no quería ser médico ni pastor anglicano, como le indicaba su severo padre. Lo que realmente le gustaba era estudiar la naturaleza. Pues bien, el capitán FitzRoy mandaba el Beagle, cuya misión entre 1832 y 1836 sería explorar las costas de Patagonia, Tierra de Fuego, Chile y Perú, y dirigirse hacia las islas del Pacífico realizando alrededor del mundo una serie de mediciones terrestres. Y el indeciso muchacho era nada menos que Charles Darwin.

Fueron innumerables las observaciones que hizo a lo largo del viaje —por tierra la mayor parte del tiempo— y no solo sobre fauna, sino también sobre vegetación, geología y costumbres de los pueblos indígenas. Todo ello constituyó el germen de su gran obra El origen de las especies, que publicaría en 1859, pero también de otras obras científicas que irían viendo la luz en los años posteriores al viaje, como el que recoge sus observaciones sobre plantas trepadoras bajo el título The movements and habits of climbing plants (Los movimientos y costumbres de las plantas trepadoras), de 1865.

Clemátide (Clematis vitalba)

 

Ignoro cuáles fueron las circunstancias que movieron a Charles Darwin a fijar su atención sobre las plantas trepadoras, pero bien puede afirmarse que con 22 años, durante su viaje en el Beagle, recorriendo tierras de Brasil, ya debieron ser parte de su interés. Impresionado por la formidable extensión del país, casi todo en estado salvaje, exclama: “¡Qué enorme población podrá alimentar este país en lo futuro!”, para añadir luego: “Durante el segundo día de nuestro viaje, el camino que seguimos está tan atestado de plantas trepadoras, que uno de nuestros hombres nos precede para abrirnos paso hacha en mano”, según recoge en su diario de viaje (1). Y más adelante señala que “las plantas trepadoras leñosas, cubiertas a su vez por otras plantas trepadoras, tienen un tronco muy grueso: medí algunos que tenían hasta dos pies de circunferencia. Algunos árboles viejos presentan un aspecto muy extraño: las trenzas de lianas que cuelgan de sus ramas parecen haces de heno”.

Matahombres (Lonicera etrusca)

 

Que las plantas no carecen en absoluto de la capacidad de movimiento, que se mueven para nutrirse o para mejorar su exposición a la luz del sol es algo que ya hemos tenido ocasión de comprobar a través de esta ventana, pero si lo afirma alguien de la categoría de Charles Darwin (2), eso son palabras mayores. Circumnutación. Curioso vocablo el utilizado por el sabio para definir un movimiento oscilatorio mediante el cual pueden las plantas rotar alrededor de un eje central durante su crecimiento —en Física, nutación es la oscilación periódica de un eje en movimiento—. Y las plantas trepadoras no son ajenas a este movimiento, aunque para ello deban enredarse en espiral alrededor de un soporte —madreselvas (Lonicera ssp.), corregüela (Convolvulus arvensis), glicinias (Wisteria ssp.), dulcamara (Solanum dulcamara)— o agarrarse a los más diversos apoyos por medio de sus hojas —clemátide (Clematis vitalba)—, zarcillos —guisante (Pisum sativum), arvejas (Vicia ssp.), vid común (Vitis vinifera)— y ganchillos o raíces adventicias —amor de hortelano (Galium aparine), hiedra (Hedera helix), fresa (Fragaria vesca)—. Digamos de paso que esta estrategia supone para las trepadoras un considerable ahorro energético, pues no necesitan dedicar tantos recursos al endurecimiento de sus tejidos como hacen los árboles, por ejemplo, lo cual podría explicar el hecho de que existan tantas plantas trepadoras. Para Darwin, los dos últimos tipos de plantas trepadoras —las que usan zarcillos y las que se valen de ganchillos o raíces— son de escaso interés por no mostrar movimientos especiales, de modo que se refiere a los dos primeros tipos —las enredaderas propiamente dichas y las que usan sus hojas para trepar— cuando habla de plantas trepadoras.

Hiedra (Hedera helix)

 

Las enredaderas son capaces de enrollarse alrededor de un soporte y elevarse con la ayuda de sus tallos, que cuentan con la flexibilidad necesaria para girar y lograr un mejor acceso a la luz. El soporte es de lo más variado: muros, vallas, rejas, postes… Algunas plantas de este grupo son de tal belleza que se cultivan en parques y jardines, pues aportan sombra, decoran, encubren estructuras, aíslan y forman espacios. ¿Qué tallos prefieren las enredaderas como soporte, los delgados o los gruesos? Parece que el grosor del tallo no es un condicionante para el crecimiento de estas plantas, pero Darwin confiesa su incapacidad para explicar de qué modo se han adaptado para trepar por según qué tallos. ¿Y cómo afectan las condiciones ambientales al crecimiento de las trepadoras? Darwin observó que una tormenta detiene los giros de sus tallos, giros que se ven considerablemente ralentizados por un descenso de la temperatura. Y, por regla general, una mayor exposición a la luz provoca un efecto notable sobre el movimiento de giro.

Zarzaparrilla (Smilax aspera)

 

En cuanto a las plantas que trepan con la ayuda de sus hojas, se ha observado que se valen para ello de los peciolos o del nervio central. Las hojas se mueven hasta lograr que sus peciolos entren en contacto con los objetos circundantes para agarrarse a ellos y favorecer el crecimiento de la planta.

Este podría ser un escueto reflejo del interés de Darwin por la morfología de las plantas trepadoras, aunque no se conformó con la publicación de sus conclusiones en 1865, sino que quince años después, dos antes de morir, sacó a la luz otra obra junto a su hijo Francis Darwin, The power of movement in plants (El poder del movimiento en las plantas), donde hacían extensivos los mecanismos propios de las trepadoras a las angiospermas en general.

 

(1) DARWIN, Charles: Viaje de un naturalista alrededor del mundo, Akal, Madrid, 2009

(2) DARWIN, Charles: Plantas trepadoras, Laetoli, Pamplona, 2010