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La magia de las plantas (I)
Durante la jornada del 22 de junio pasado tuve ocasión de participar en una novedosa experiencia de senderismo organizada por la asociación ECEA, una ruta guiada por el entorno de Albalate de las Nogueras y su magnífica hoz. La novedad consistía en ser una ruta con horario de tarde-noche y la fecha elegida tenía que ver con la celebración del solsticio de verano, momento en que la magia y la superstición se han venido encontrando a lo largo de los siglos. En esta celebración, las plantas han adquirido un papel de singular relevancia, y esto era lo que yo debía transmitir a los participantes de esta jornada de senderismo.
El hombre ha recurrido a la magia desde el Paleolítico para dar respuestas a las incógnitas de la Naturaleza y de su propia existencia. Así aparecieron brujos, hechiceros, chamanes, encantadores, etc., cuyas extrañas cualidades fueron resaltadas por la superstición. Desde el principio el hombre utilizó la magia homeopática o “ley de semejanza”, de modo que bastaba que una planta tuviera hojas con forma de corazón para pensar que era buena para tratar las dolencias del corazón. El rosal silvestre (Rosa canina) era considerado un eficaz remedio contra las mordeduras de perros rabiosos, debido al parecido de sus espinas con los colmillos del perro. O la pulmonaria (Pulmonaria affinis), cuyas hojas se parecen a un pulmón, por lo que se usaba para tratar las dolencias de este órgano. O la hierba hepática (Anemone hepatica) que, por la misma razón, era buen remedio para las enfermedades del hígado.
Con el tiempo las plantas formaron parte del animismo y se las creyó dotadas de alma. El hombre asoció cada planta a un dios, llegando a ser reverenciadas y temidas por todas las culturas del mundo, principalmente en las de tradición agraria. Muchos de los ritos ancestrales siguen vigentes en numerosos lugares, y muchas de esas tradiciones se concentran en la mágica noche de San Juan, el solsticio de verano. Esas tradiciones estaban tan arraigadas en el pueblo que ni la iglesia pudo erradicarlas, debiendo conformarse con asimilarlas si quería implantar su nueva doctrina. Sin embargo hubo algunos padres de la iglesia que se opusieron frontalmente al culto a la naturaleza:
- San Martín de Dumio (siglo VI), rechazaba este culto y criticaba la adoración dispensada a plantas, fuentes y peñascos
- San Eloy (siglo VII), arremetió con fuerza contra las creencias animistas (“No creáis en las fuentes milagrosas y cortad los árboles que dicen sagrados.”)
Pese a todo, muchos autores creyeron en el animismo de las plantas. Paracelso (siglo XVI) dividía las plantas en tres partes: cuerpo, alma y espíritu. Erasmus Darwin (siglo XVIII), abuelo de Charles Darwin, aseguraba en su obra El jardín botánico que las plantas estaban dotadas de alma. Carlos Federico Felipe de Martius (siglo XIX), explorador alemán que recorrió Brasil, también creía en el alma de las plantas.
Finalmente la Iglesia se vio obligada a asimilar las creencias del pueblo en las plantas, hasta el punto de que hierbas, arbustos y árboles fueron puestos bajo la advocación de algún santo o virgen. Así, tenemos ejemplos como San Luis Gonzaga (lirio blanco), San José Obrero (gamón), hierba de San Cristóbal (Actaea spicata), hierba de San Jorge (Centranthus ruber), hierba de Santa Lucía (Salvia verbenaca), espina santa o espina de Cristo (Paliurus spina-christi), etc. La propia Iglesia adoptó como símbolo una jarra de azucenas.
En cuanto a los árboles, todos los mencionados en la Biblia son considerados santos en el cristianismo. La encina es el árbol donde se aparecieron los ángeles a Abraham; la madera del ciprés sirvió para fabricar la cruz de la crucifixión; con la madera de acacia se construyó el Arca de la Alianza; bajo el olivo oró Jesús en su última noche.
¿Por qué esta fecha es tan importante? Es la noche más corta del año, la mágica noche del 24 de junio, San Juan, en la que se dice que los malos espíritus se encuentran debilitados y en la que se recogen siete hierbas que servirán de base a remedios caseros para distintas dolencias. Las raíces de esta sagrada noche se asientan en tradiciones ancestrales como la de los fenicios, que solían encender hogueras en honor a su dios Melcarte.
Los romanos y los griegos retomaron la celebración y dieron lugar a las conocidas hogueras de San Juan. Aún hoy, antes de romper el alba, los aldeanos dejan cuencos llenos de agua y hierbas aromáticas para que la mezcla sea bendecida por los vientos nocturnos de San Juan. En este crepúsculo de prodigios y renovación tienen lugar distintos rituales purificadores cargados de simbolismo y teñidos por leyendas recurrentes sobre criaturas prodigiosas.
La elección de las hierbas de la noche de San Juan no es casual, ya que todas ellas “trabajan para la renovación y la limpieza del organismo”, propiedades que están en consonancia con la finalidad primordial de esta noche mágica de purificación.
¿Cuáles eran estas siete plantas? ¿Y por qué siete? Lo veremos en una próxima entrega.