Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

La terapia de lo semejante

Botánica

Jacob Böhme era un humilde labriego que vivió a caballo de los siglos XVI y XVII, y parte de su vida lo hizo como zapatero remendón ambulante. Cuando tenía 18 años sufrió una especie de trance, algo así como una inspiración “divina” que le cambió la vida. De esa intuición intelectual se derivó una extensa obra que influyó decisivamente sobre filósofos y teólogos. Poco después de 1600 escribió esto: “Todas las cosas llevan en su exterior las marcas de lo que son interna y esencialmente, y representan aquello para lo que pueden ser útiles y buenas.”

Vamos, que si algo tiene forma de cabeza, será bueno para combatir los dolores de cabeza, y si parece un corazón, podrá ser útil en las afecciones coronarias. Algo así debieron pensar los curanderos de la época, pues estaban convencidos de que la forma, el color y la manera de crecer de las plantas eran una señal de la función curativa que Dios les había asignado. Y probablemente esto sirvió para que el médico Samuel Hahnemann enunciara siglo y medio después el principio según el cual lo similar se cura con lo similar. Era el nacimiento de la homeopatía. Así, la hierba hepática (Anemone hepatica L.) se ha utilizado en medicina popular para tratar afecciones del hígado debido al parecido de sus hojas con este órgano.

Hojas de hepática.

 

La sanguinaria (Sanguinaria canadensis L.) tiene, entre otros, el efecto de provocar la menstruación, aparte de contener una savia de color rojo utilizada también como colorante.

Sanguinaria (Fuente: Wikimedia Commons)

 

La pulmonaria es un género de plantas boragináceas, una de las cuales, P. officinalis, tiene las hojas manchadas que representan pulmones ulcerados, por lo que se empleó en el tratamiento de enfermedades pulmonares.

Pulmonaria (Fuente: Wikimedia Commons)

 

O la viborera (Echium plantagineum L.), cuyo fruto es semejante a la cabeza de la víbora, por lo que desde muy antiguo se tuvo como planta protectora frente a las mordeduras de ese ofidio.

Viborera (Echium plantagineum L.)

 

Así podríamos seguir dando cuenta de cómo la clase científica se sintió atraída por estas creencias hasta el punto de que fueron ellos, los científicos —los ejemplos traídos aquí fueron descritos por Linneo—, quienes nombraban las plantas según su utilidad o la que los curanderos creían que tenían, lo cual no era sino una forma de recordar la dependencia del hombre respecto de las plantas.

Hoy en día esta regla nemotécnica ha perdido vigencia, pero no cabe duda de que la ciencia ha tratado de responder a las inquietudes del ser humano. Y esto debería llevarnos a constatar que el conocimiento de la naturaleza debe acarrear un gesto de humildad. Cada vez que el amante de la Naturaleza identifica o reconoce una especie, sea animal o vegetal, puede regocijarse por haber desvelado un pequeño secreto de la vida, pero lejos de vanagloriarse por ello, debe reconocer su pequeñez por la gran cantidad de secretos que aún le quedan por descubrir. Poco a poco, sin brusquedades ni estridencias, la Naturaleza va dando pequeños tirones de orejas para ayudarnos a bajar del pedestal de soberbia al que nos encaramamos hace tanto tiempo. Algo positivo se deja entrever en esta búsqueda del conocimiento: la toma de conciencia de la enormidad de nuestra ignorancia. Cuanto más observamos la vida, cuanto más la estudiamos, más se aleja de nosotros la esperanza de entender su complejidad.