Blog
La vida se esparce
Creo que todavía no somos plenamente conscientes del problema que supuso para Charles Darwin el origen de las plantas con flores, esas que siempre hemos conocido como angiospermas y que ahora los botánicos llaman magnoliofitas. Este asunto se convirtió para nuestro sabio amigo en un abominable misterio porque no se ajustaba a los postulados de su teoría de la evolución. Lejos de aportar una solución a este dilema que traía de cabeza a Darwin, tratemos de aclarar algunos aspectos que interesan a la dispersión vital de estas plantas, ahora que nos encontramos en plena macedonia otoñal.
Recordemos de momento que las angiospermas o magnoliofitas tienen los óvulos encerrados por una cubierta protectora, el carpelo o pistilo, órgano que al madurar se convertirá en un fruto que alberga las semillas, lo que antes eran los óvulos. En esto se diferencian de las gimnospermas o pinofitas, plantas que no desarrollan frutos verdaderos porque sus óvulos no están encerrados en carpelos. Decir, por tanto, que la piña es el fruto de un pino es técnicamente incorrecto. Lo acertado sería hablar de la piña como el cono del pino, de ahí lo de conífera.
Conos (no frutos) de ciprés de Arizona (Cupressus arizonica)
En consecuencia, la misión que la Naturaleza encomienda al fruto es la protección y dispersión de las semillas con el fin de ampliar el área de distribución de la planta. Y para ello se vale de diferentes estrategias que intentaremos conocer algo mejor. Algunos frutos y semillas están provistos de unas pequeñas alas, falsas hojas o penachos pelosos para servirse del viento en su dispersión. Son frutos y semillas anemócoros y tal difusión de vida es la anemocoria. Estas estructuras aumentan la superficie del fruto o la semilla para facilitar el empuje del viento. Las alas reciben el nombre científico de sámaras, de modo que podemos hablar de frutos alados como los del arce, el fresno, el olmo, la candileja o el ailanto; y también hablaremos de semillas aladas como las del pino, el abeto o el cedro, entre otras especies.
Frutos del arce de Montpellier (Acer monspessulanum)
Semilla de pino negral (Pinus nigra)
Las falsas hojas se llaman brácteas, término introducido en Botánica por Linneo, y funcionan como auténticos parapentes que permitirán el vuelo y alejamiento del fruto o las semillas a cierta distancia del árbol progenitor. Un fruto alado, por ejemplo, es el del tilo —el término griego ptilon significa ala—.
Brácteas de la flor del tilo (Tilia platyphyllos), que se conservan tras la maduración.
En cuanto a los penachos de pelos, en Botánica se conocen como vilanos, y son muy frecuentes entre la familia de las compuestas o asteráceas. Se encuentran en el extremo de frutos (diente de león, clemátide, valeriana, cardos…) y semillas (adelfilla, adelfa, taray…).
Vilanos de diente de león (Taraxacum officinale)
De forma voluntaria o involuntaria los animales también desempeñan un valioso papel en esto de la dispersión de la vida. Es la zoocoria y los frutos y semillas que viajan de esta manera son zoócoros. Pueden realizar este éxodo en el tracto digestivo del animal o adheridos a su cuerpo. En el primer caso se propagan a través de las heces, como sucede con el muérdago, el cerezo, las moras o el saúco; y en el segundo caso se liberan cuando el animal roza algún elemento del entorno o se rasca. Aquí debemos citar a plantas cuyos frutos están provistos de ganchos, como el lampazo o la bardana menor.
Frutos de la bardana menor (Xantrium strumarium), que se pegan con facilidad a la lana del jersey o a la piel de los animales.
Las hormigas contribuyen a la dispersión de semillas, especialmente de gramíneas; es fácil verlas atareadas en el transporte de pequeños granos —enormes para ellas— hasta su hormiguero donde germinan o se convierten en su alimento. El agua también arrastra frutos y semillas por medio de ríos, arroyos o corrientes provocadas por la lluvia. Es la hidrocoria, y para ello las plantas desarrollan estructuras que facilitan la flotabilidad. Así ocurre en los nenúfares —como los que tenemos en la Laguna Grande de El Tobar— y tantas especies de ribera.
Y dejamos para el final lo que podríamos denominar la autopropulsión, es decir, plantas cuyos frutos se abren de forma casi explosiva para expulsar las semillas a cierta distancia. Debemos incluir en este grupo al boj, el pepinillo del diablo o el alfilerillo de pastor.
Alfilerillo de pastor (Erodium cicutarium)
Cualquiera que sea la vía elegida por la planta para perpetuarse como especie, es importante su conocimiento y comprensión. Conviene ver esta multiplicación de vida como algo más que un viaje en el espacio cercano de las plantas, porque no se trata de un viaje de placer, sino como una migración que busca la independencia y mejores oportunidades para echar raíces.