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Llamar la atención
El pino es una planta que necesita el concurso del viento para lograr la dispersión del polen y su encuentro con el óvulo. Es una planta anemófila. En su caso se encuentran también las gramíneas y poáceas (cereales, carrizo, masiega...), las quercíneas (encina, quejigo…) o las cupresáceas (cipreses, sabinas, enebros), entre otras.
Inflorescencia masculina de pino negral (Pinus nigra)
Cebadilla (Hordeum leporinum)
Pero hay otras plantas que requieren la ayuda de los insectos y otros animales para sus propósitos de continuidad vital. Son las plantas zoófilas, que disponen de unas estructuras especialmente diseñadas para llamar la atención de los polinizadores e interactuar con ellos: las flores. Y la mejor manera de llamar su atención es revestirse de propiedades singulares, como el color, la forma, el aroma, el número o el tamaño. En todos los casos las flores ofrecen su recompensa en forma de polen o néctar nutritivos a quienes prestan sus servicios multiplicadores.
Analicemos con varios ejemplos la estrategia del tamaño, que suele pasar desapercibida a nuestros apresurados ojos. Una flor grande es detectada con más facilidad que una flor pequeña. Observemos la flor de la jara pringosa (Cistus ladanifer). Lo que realmente interesa al polinizador, lo que supone su verdadero objetivo es la parte central, de color amarillo, que es donde se encuentra el polen. Para facilitar su localización, la flor extiende sus estandartes blancos alrededor, los pétalos, convirtiéndose en un auténtico semáforo natural. Por si fuera poco, algunas veces rompe la monotonía del blanco con unas manchas de color púrpura cerca del centro que convierten a la flor en una diana en la que acertará hasta el más torpe de los insectos.
Flor de jara pringosa con máculas poco patentes.
La misma especie con máculas patentes.
Lo normal es que la flor de esta jara tenga cinco máculas, pero aquí vemos una con seis, y se han llegado a encontrar flores con siete y ocho máculas.
Pensemos, por ejemplo, en el girasol (Helianthus annuus). ¿Cuántas flores tiene un girasol? ¿Una? En realidad tiene docenas y se encuentran en la masa amarilla del centro. Es lo que conocemos como capítulo floral. Recordemos que el girasol pertenece a la familia de las compuestas (Compositae), y que cada pequeña florecilla dará lugar a una pipa. Pero el girasol necesita llamar la atención sobre esas diminutas flores y lo hace con unas estructuras foliares que rodean al conjunto y que actúan a modo de señuelo. Son las lígulas y están diciendo a los polinizadores: “¡Eh, que están aquí!”. Esas estructuras le dan un aspecto de estrella mirando al sol para destacar más y que han logrado cambiar el nombre de la familia. Ahora se las conoce como asteráceas (Asteraceae), del latín aster, estrella. A este grupo también pertenecen, por ejemplo, las margaritas, la manzanilla y los cardos.
Pues bien, en ambos casos, cuanto mayor es el tamaño de la flor o del conjunto de flores, mayores son las posibilidades de ser elegidas por los polinizadores para recoger el polen, de modo que las flores grandes superan la prueba de la supervivencia con mayores garantías que las pequeñas, al menos en teoría. De esta forma, los polinizadores actúan como selectores naturales.
No obstante, el tener flores grandes también tiene inconvenientes: la planta necesita más recursos para su formación y mantenimiento. Dicho de otro modo, las flores grandes son caras. Es como hacer una casa, cuanto más grande, más ladrillos necesita y más cuesta mantenerla. Además, lo mismo que atraen a los polinizadores, las flores también llaman la atención de parásitos y depredadores (florívoros). Por tanto, algunas plantas prefieren ser menos llamativas y reducir costes de fabricación, especialmente allí donde los recursos andan más escasos.
Algunas flores como la de este cardo (Cirsium vulgare) no solo llaman la atención de los polinizadores, sino que se protegen con agudas espinas de los florívoros.
En nuestro entorno, las condiciones climáticas, con veranos secos y calurosos e inviernos fríos, imponen unas restricciones muy severas a la producción de flores, dando ciertas ventajas a las flores pequeñas sobre las grandes. El hecho de que las jaras den flores grandes es contraproducente y se debe compensar con otras estrategias de la planta para evitar la pérdida de agua, como la producción de sustancias pegajosas y aromáticas. Las jaras logran así un mayor número de visitas de los polinizadores.
El tamaño, una vez más, importa en la Naturaleza. Pero, como vemos, siempre quedará la duda entre el éxito y el fracaso de una flor grande.