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Objetivo: inmortalidad

Botánica

Un paseo por el monte. Uno más. Entramos en la época más propicia para la diversidad cromática, algo que llamó poderosamente la atención de un naturalista y escritor tan admirado como Henry David Thoreau, autor de Colores de otoño. “Octubre es el mes de las hojas pintadas. Su opulento resplandor destella alrededor del mundo. Mientras los frutos, las hojas y el día en sí adquieren un matiz brillante justo antes de su caída, el año también está a punto de ponerse”, escribe Thoreau. En nuestro intento por inyectar esa belleza del mundo natural que paciente nos espera, concentramos el interés en un punto del suelo que se enmaraña hasta el punto de dificultarnos el avance.

El tronco de una encina se encuentra prácticamente rodeado de brotes enhiestos de entre 20 y 50 centímetros de altura. Son plántulas de encina, y todo parece indicar que surgieron a partir de bellotas caídas hace unos años, probablemente en un buen año para el árbol. Una plántula de este tamaño puede tener una raíz central de unos 40-50 cm en terreno mullido. El gran entramado de estas raíces les otorga el apelativo de “matas de cadeneta”. Puede que incluso lo que a simple vista parecen pies diferentes pertenezcan a un mismo individuo.

 

 

No obstante, algunos botánicos sostienen la idea que ya defendían Goethe, Erasmus Darwin o su nieto Charles: aunque parezcan brotes de una misma planta, deben considerarse plantas individuales (1). Es algo comparable, decían los Darwin, a un enjambre de individuos o a un pólipo que echa brotes a sus costados. Un árbol como esta encina que acabamos de encontrar no es un ser simple, sino un ser colectivo, una asociación de individuos, todos estrechamente unidos. Sin embargo, si dispusiéramos del material y los conocimientos necesarios para obtener un fiel retrato de estas plántulas, observaríamos que todas tienen una información genética idéntica. Y eso no sucede con las plántulas que nacen de una semilla, cuyo material hereditario es diferente. Así pues, nos hallamos ante lo que los botánicos llaman renuevos.

Los renuevos son brotes surgidos de una yema a partir de una raíz. Una vez crecido, el árbol originado no se diferencia anatómicamente en nada de otro nacido de semilla. Constituyen, eso sí, una original estrategia de la planta para aspirar a la inmortalidad. La encina produce renuevos a partir de las raíces, algo parecido a clones de ella misma que con el tiempo se convertirán en encinas adultas y formarán otros renuevos. Todos ellos estarán unidos por una misma red de raíces. Si este proceso continúa en el tiempo, la planta alcanzará una longevidad y extensión de récord, ya que estos renuevos pueden aparecer a grandes distancias de los extremos de las raíces.

 

 

Dice el botánico francés Francis Hallé que el mostajo y el cerezo silvestre pueden producir renuevos a más de 80 metros de su tronco. Desde hace tiempo se ha tenido a Matusalén, un pino de la especie Pinus longaeva ubicado en las montañas de California, como el árbol más longevo del mundo, con más de 4.800 años. Después creyeron haber encontrado en Suecia otro más anciano, un pino de más de 9.500 años. Pero estos son árboles individuales, no de los que se desarrollan produciendo renuevos. Volvamos a Estados Unidos, donde se han encontrado clones de álamos con una edad de 10.000 años, o especies cuyos clones, de cerca de 12.000 años, se extienden ocupando 200 metros cuadrados. Allí la naturaleza no deja de asombrarnos con un “pequeño” arándano que abarca 40 hectáreas y alcanza la edad de 13.000 años. Si lo pensamos detenidamente, este arándano debió germinar a comienzos del Holoceno, cuando el ser humano en el Viejo Continente aún se dedica a la caza, la pesca y la recolección de frutos. Quién sabe si los primeros pobladores del continente americano pudieron alimentarse con arándanos de este arbusto que nos ocupa. Y para rizar el rizo, ahora van los australianos y aseguran tener en Tasmania una especie de acebo que se extiende 1,2 kilómetros, posee varios cientos de tallos y se le estima una edad de 43.000 años.

En fin, con cifras así sería estúpido que una especie prácticamente recién llegada al club de la comunidad de seres vivos continuara situándose en el centro del universo.

 

(1) Hallé, F. (2019). Alegato por el árbol. Libros del Jata, Bilbao.