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Paz en la Tierra al musgo

Botánica

El papel que desempeña el musgo en el mantenimiento e incluso en el nacimiento de la vida es clave y complementa al de la madera muerta. Así lo cuenta el geógrafo francés Rénée Reclus en su Historia de un arroyo (1869):

El aire está tan cargado de humedad, que basta cerrar los ojos para hacerse la ilusión de que se está a la orilla de un arroyo, cuyas tranquilas aguas corren silenciosas. Después de todo, el agua allí está; si ha desaparecido es sólo en apariencia. El musgo que tapiza el fondo del barranco y recubre las raíces de los árboles, se presenta hinchado del líquido absorbido durante la última inundación: dilatados como esponjas, guardan, durante mucho tiempo, la fecunda y bienhechora humedad; después, a la más insignificante lluvia, se hinchan de nuevo, empapándose con avidez de las gotas caídas. Así, de musgo a musgo y de planta a planta, en la multitud infinita de células orgánicas, se encuentra aún el caudal de aguas corrientes del arroyuelo, desde, el principio al fin del barranco.

El musgo se las arregla desde hace millones de años para atrapar el agua y mantenerla aprisionada entre sus diminutas hojillas, conocidas técnicamente como filidios. Su cuerpo se convierte en una ávida esponja absorbente comparable a las jorobas de camellos y dromedarios, gracias a las cuales son capaces de soportar largos periodos de extrema aridez. Resulta sorprendente comprobar cómo algo tan pequeño y frágil puede ser tan importante para otras formas de vida por su extraordinaria capacidad de almacenar agua. Y todo ello sin ser nada exigente con el frugal sustrato que precisa para su propia supervivencia.

¿Es una planta el musgo o no? Sí, pero pertenece al grupo de las plantas no vasculares o briofitas, es decir, las que no tienen las típicas partes de una planta vascular: raíz, tallo y hojas. En el caso del musgo, encontramos ricina (o rizina), que hace las veces de raíz y mantiene a la planta fija al sustrato; caulidio, que es el órgano análogo al tallo; y los citados filidios, apéndices aplanados que parecen hojas. Las briofitas carecen de sistema vascular, esto es, no tienen vasos conductores de savia, aunque sí cuentan con unas células especializadas en realizar esa función.

Detalle de filidios y esporangios.

 

Su sencillez anatómica y fisiológica contrasta con la trascendencia de sus beneficios. Muchas formas vitales más complejas dependen del musgo para medrar, pues se aprovechan del aporte hídrico recopilado por sus mínimos y primitivos cuerpos. El musgo evita el arrastre impetuoso del agua, eliminando así sus posibles efectos desgastadores sobre el suelo. Frena el violento ataque de las gotas de lluvia, labor en la que cuenta con el apoyo incondicional de la hojarasca, la que viste a árboles y arbustos y la que tapiza el suelo agradecido.

El musgo sobre determinados sustratos, como este tronco caído, es garantía de germinación para otras plantas.

 

La densa y tupida trama casi microscópica de sus filidios atrae las partículas de polvo y las sustancias contaminantes que acarrea el aire, de modo que lo limpia para solaz de nuestros castigados pulmones urbanitas. Las chimeneas de las fábricas y los tubos de escape tienen en el musgo a un poderoso enemigo.

Disfrutamos de estos dones sin ser conscientes del servicio prestado por el musgo, como tampoco somos conscientes de las consecuencias cuando lo arrancamos de su espacio vital para adornar nuestros hogares en celebraciones puntuales como la que estamos a punto de iniciar, sin pensar que es algo así como ir arrancando poco a poco la piel de la Tierra a tiras. Qué bueno sería que viéramos en el musgo a un vigoroso aliado del suelo, del agua y de la vida.