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Verde mocedad, negra vejez

Botánica

Si alguien nos pregunta por el color del otoño, pronto dirigimos la mente hacia el amarillo, el pardo y el rojo, con toda su extensa gama de tonalidades. Añadiremos a ellos la multiplicidad de verdes, que en nuestro entorno son eternos. Pero pocas veces tenderemos a incluir al negro, que en la mágica paleta de la artística estación ocupa un lugar destacado. En el libro Etnobotánica de la Serranía de Cuenca se recogen estas adivinanzas:

Blanco fue mi nacimiento,
verde fue mi mocedad
y negra mi vejez.

Y también:

Verde fue mi nacimiento,
roja mi niñez,
y ahora por mi mala suerte,
soy más negra que la pez.

Entre mayo y agosto hemos podido ver en flor a este apreciado arbusto espinoso, que ahora, en los albores del otoño, nos obsequia con su delicioso fruto casi negro, junto a otros igualmente oscuros como el saúco, el aligustre, el cerezo de Santa Lucía, el moral, el arándano o el agracejo. Es la zarza (Rubeus ulmifolius Schott), aunque Linneo prefirió llamarla Rubeus fruticosus, tal vez por ese valorado fruto que buscamos y comemos con fruición. Pero estas palabras esconden un pequeño error, que trataremos de corregir.

Hay más de 200 especies de zarzas, pero esta es la más frecuente en nuestras latitudes. Se trata de un arbusto de la familia de las rosáceas (Rosaceae) de ramas enmarañadas de hasta 2-3 metros de altura. Sus tallos crecen con rapidez extendiéndose por el suelo con la ayuda de sus afilados aguijones. Si nos fijamos de cerca, estas espinas crecen en dirección contraria al avance del tallo, lo que les permite agarrarse al suelo o a otras plantas. Esto le permite crecer más a lo ancho que a lo alto. Cuando estos tallos, llamados turiones, toman contacto con el suelo, generan nuevas raíces. En la Sierra, los turiones verdes y tiernos que brotan en primavera se llaman truchas, y se pelan con facilidad para consumir a modo de refresco los cilindros centrales. Con frecuencia la zarza forma setos impenetrables.

Las hojas son compuestas, con 3-5 foliolos algo correosos y desiguales, de color verde oscuro por el haz y blanquecinos por el envés. Terminan en punta y tienen el margen aserrado. Un cierto parecido con la hoja del olmo explica el nombre específico dado por el botánico austriaco Schott.

Las flores son blancas o rosadas, y forman ramilletes en la terminación de las ramas. Tanto el cáliz como la corola tienen 5 piezas. Presenta numerosos estambres y carpelos. Y aquí viene la aclaración al error mencionado antes.

De esa flor surge una fructificación, que no fruto, conocida como zarzamora o mora de zarzas, de color negro al madurar, formada por más de 20 drupitas agrupadas en una cabezuela globosa de sabor refrescante y agradable. Es decir, lo que cogemos con tanto interés en estos días, esa mora, es una fructificación, y cada una de las bolitas que la forman es un pequeño fruto.

A menudo se usa la mora para confeccionar mermelada, dar color al vino o preparar licores. También se usa en medicina tradicional por sus propiedades astringentes (debido a su alto contenido en taninos), diuréticas o hemostáticas, entre otras. Las hojas sirven de alimento para las cabras y la caza mayor. Tras dejarlas unos días en agua, se utilizaban para combatir las hemorroides. Y una vez machacadas, se preparaba un emplasto que se aplicaba para curar los granos.

Según Font Quer, "sus hojas, mascadas, tienen fuerza de fortificar las encías, de atajar las llagas que van cundiendo y las que en la boca se engendran". En otro momento señala: "Cuando las circunstancias obligan a echar mano de toda clase de sustitutivos, las hojas de zarza y, en general, las de la mayoría de las rosáceas, pueden ser empleadas para fumar, en lugar de tabaco. Realmente, no engañan a nadie, pero, por lo menos, son inocuas, que ya es mucho." A veces se cultiva la zarza para formar setos y aprovechar sus frutos.

Quizá ahora nos acerquemos a una zarza con el mismo cuidado que antes por no sufrir los aguijonazos de sus defensas, pero sabiendo algo más sobre lo que vemos y comemos.