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Ciencia ciudadana

Ciencia

“Cuando se comprueba la generosidad, dedicación, voluntad y buena fe de tantas y tantas personas, nos llenamos de sentimientos de esperanza y del convencimiento de que otro mundo mejor es posible.”

Federico Mayor Zaragoza

 

Rachel Carson acababa de publicar su clásico Primavera silenciosa (1962) cuando dijo: “Sentí que tenía una obligación solemne de hacer lo que pudiera”. Su libro, que provocó un gran revuelo en la época y cuyo mensaje continúa vigente, representa un legado para quienes sienten una honda preocupación por el deterioro del medio ambiente, inquietud que se ha convertido en un movimiento mundial. Y las rotundas palabras de Carson se erigen en una llamada de atención a las conciencias de todos. Parecía hacerse eco de lo que afirmó el Mahatma Ganghi unos años antes: “Nunca subestimes la capacidad del individuo de cambiar el mundo”. Paradójicamente, la problemática ambiental no pasa de ser una leve preocupación para una gran mayoría de la sociedad. Tal vez aquí se encuentre la clave de la ineficacia de muchas de las medidas conservacionistas adoptadas por las diversas administraciones para combatir el deterioro ambiental, que no se hace partícipe de la solución a la masa social, que no termina de asumir ni el problema ni el remedio.

Parece, sin embargo, que el desaliento no pudo con la firmeza de la antropóloga estadounidense Margaret Mead (1901-1978) cuando afirmó: “No dudéis nunca de que un pequeño grupo de individuos conscientes y comprometidos puede cambiar el mundo. Es justo lo que ha ocurrido siempre.” Sin duda creía ciegamente en el compromiso de la sociedad, algo que particularmente tengo entre mis más serias incertidumbres. Pero no era el caso del ornitólogo Frank M. Chapman, que en la navidad de 1900 propuso a científicos, observadores y público en general, ante el declive de la población de aves, realizar un censo que se conoció como Christmas Bird Count. Desde entonces, miles de voluntarios participan en estos censos de modo que las sociedades ornitológicas utilizan los datos recogidos para evaluar la salud de las poblaciones de aves y para sugerir acciones de conservación.

En el Reino Unido, el UK Ladybird Survey —algo así como Servicio Británico de Mariquitas—, que desde 1971 pretende crear un registro de todas las especies de mariquitas nacionales, y para ello cuenta con la ayuda de cientos de voluntarios en todo el país. También el Big Garden Birdwatch presume desde 1979 del apoyo de cientos de miles de aficionados a la observación de aves que proporcionan sus datos a la organización. Este tipo de investigación compartida por científicos y ciudadanos comprometidos que recopilan, analizan y difunden datos sobre fenómenos naturales recibe el nombre de ciencia ciudadana, y tiene sus bases teóricas en el Libro Verde de la Ciencia Ciudadana. He aquí un par de ejemplos que podemos encontrar en revistas especializadas:

“Como toda empresa ambiciosa, LIFE+”Olmos vivos” necesita de la sociedad para avanzar y prosperar. En concreto buscamos la colaboración ciudadana en nuestra búsqueda de olmos  y genotipos resistentes por toda la geografía española…”

“#FenoDato busca ciudadanos para medir el ritmo de la naturaleza. Expertos en clima, botánicos, geógrafos y ecólogos del CREAF y de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) formarán a ciudadanos para seguir los cambios estacionales que vean en la naturaleza.”

El trabajo desinteresado de los voluntarios tiene su recompensa en los múltiples conocimientos que adquieren. Ya se sabe aquello de “lo que se oye, se olvida, lo que se ve, se recuerda, y lo que se hace, se aprende”. Pero, sobre todo, al saber que sus datos van a servir para ilustrar el debate sobre problemas reales y para la toma de decisiones en materia de conservación. En España, este movimiento está implantado en la ciudad de Vitoria-Gasteiz desde 2013, donde se creó la Red de Participación en Ciencia Ciudadana, por la que se pretende implicar a la gente en labores de seguimiento de especies, conservación de la biodiversidad y mejora de la gestión de hábitats naturales y parques urbanos. Sin duda un proyecto con buena estrella desde el momento en que la población asume su responsabilidad y se compromete en la solución de los problemas.

Vitoria-Gasteiz forma parte de la Asociación Internacional de Ciudades Educadoras, como también Cuenca, pero la difusión que se hace aquí de este hecho es mínima —siendo generosos—, de modo que el conocimiento por parte de la población es prácticamente nulo. Si se diera la importancia que merece esta categoría de ciudad, tal vez se podría implicar a la población en la resolución de sus problemas ambientales. Los temas que cabría proponer son incontables, pero me permito hacer algunas sugerencias: un catálogo de especies botánicas de los parques de la ciudad, un registro de aves urbanas y presentes en las hoces, un seguimiento de mariposas diurnas, un catálogo de plantas medicinales… Estoy convencido de que habría suficientes voluntarios comprometidos con el cuidado de la Naturaleza cuya experiencia resultaría muy gratificante en lo personal, incrementaría el conocimiento de nuestra biodiversidad y serviría para reforzar los cimientos democráticos de la sociedad. Según el proverbio africano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo pequeñas cosas, puede cambiar el mundo.” En el futuro habrá quien sepa agradecerlo.