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Descontaminando con chopos
Para alguien que viva abrazado por dos ríos como el Júcar y el Huécar, cinceladores incansables del paisaje, escultores de hoces tan magníficas, resulta muy complicado sustraerse a la tentación de referirse una y otra vez a esos árboles que desfilan copiando el agua del río, como decía Antonio Machado, los chopos. Más allá de sus innegables valores ornamentales, especialmente en otoño, los chopos se configuran como los grandes protagonistas del bosque de ribera, un bosque de importantes beneficios ecológicos: retardan la velocidad del agua en las crecidas, protegen la estabilidad de los terrenos adyacentes, facilitan el depósito de elementos finos transportados por el agua, contribuyendo a aumentar la fertilidad, aportan nutrientes al agua, proporcionan alimento y refugio a multitud de animales, y contribuyen a la depuración de las aguas, consumiendo parte de los nutrientes que llegan, sobre todo nitratos, calcio y potasio. Y no olvidemos su dorada contribución a la belleza otoñal.
No contentos con eso, los chopos son capaces de absorber un tipo específico de carcinógeno, el tricloroetileno (TCE), que es un disolvente industrial que se encuentra en muchos vertederos. Los investigadores han podido aislar al microbio responsable e inocular otros chopos. Los árboles así tratados realizan su labor de limpieza a un ritmo mucho más rápido que los no tratados. No solo el suelo que rodeaba los árboles tratados era significativamente más claro, sino que los bosques también eran más grandes y más saludables. Así se recoge en un estudio publicado por Environmental Science & Technology y del que se hizo eco la web scientificamerican.com en noviembre de 2017.
La contaminación del agua subterránea podría tener un nuevo verdugo: árboles con un microbioma potenciado. Los científicos cosecharon entonces una cepa particularmente efectiva de bacterias que degradan la toxina de un álamo específico y la transfirieron a otros. Esto mejoró la capacidad natural de los árboles para descomponer el carcinógeno tricloroetileno (TCE), un disolvente industrial que se filtró en fuentes subterráneas cerca de los vertederos en Estados Unidos. Los resultados del estudio sugieren que tales árboles podrían plantarse en áreas de aguas subterráneas fuertemente contaminadas como un método de limpieza eficiente y asequible.
A veces se plantan chopos para ayudar a eliminar el TCE de las aguas subterráneas ligeramente contaminadas. Pero eso no siempre degrada la sustancia química por completo, y las limpiezas más minuciosas pueden requerir máquinas que implican a menudo sumas millonarias solo para su instalación. En una investigación anterior, Sharon Doty, microbióloga de la Universidad de Washington, y sus colegas habían modificado genéticamente un chopo para hacer frente a los altos niveles de TCE. Sin embargo, el proceso requirió largas pruebas de impacto ambiental que disuadieron a potenciales plantadores.
Pero esta vez tales pruebas no serían necesarias. El equipo de investigación recogió el microbio, una cepa de Enterobacter llamada PDN3, de un corte de chopo, empapó sus arbolitos híbridos en la bacteria, y luego los plantó junto a árboles no tratados en tres puntos fuertemente contaminados con TCE, vertederos peligrosos destinados a ser limpiados.
Tres años después, los beneficios eran obvios. El suelo que rodeaba los chopos inoculados tenía un 50% más de restos inofensivos de moléculas TCE degradadas que la suciedad alrededor de los árboles no tratados. Los árboles enriquecidos con microbios también tenían troncos un 30% más anchos, lo que indica un crecimiento más saludable. Todo indica que es posible tener grandes esperanzas para el futuro de los árboles. Tal vez, incluso, se podrían convertir más fácilmente los vertederos en parques o en nuevos bosques. Y podríamos disfrutar de poéticos paseos junto a esos enhiestos chopos que parecen desfilar a ambos lados del camino o del río.
“De modo que el otoño fue pasando con la alegría de la vendimia y los cestos de uvas que llenaban mi casa y los paseos hasta el castillo de nuestro noviazgo. Desde allí se veían los chopos del río, abajo, con el oro de las hojas brillando al sol y el rojizo creciente de los robles extendiéndose por las laderas del monte”.
Josefina R. Aldecoa
Historia de una maestra