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El origen de todo (y 2)
Según la mitología nórdica, al principio no había ni cielo ni tierra, no había nada, sólo vacío. Los ríos cruzaban este vacío, pero no eran fuentes de vida. El calor, no el agua, fue la fuente de vida. Y en el Génesis bíblico encontramos esto: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos y las tinieblas cubrían el abismo, pero el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas”. Sólo la presencia del agua es, en este caso, el origen de la vida. En uno de sus numerosos viajes a África, Félix Rodríguez de la Fuente recogió la historia de un chamán bosquimano hecho prisionero por un grupo de blancos, a las órdenes de un pastor que enarbolaba la Biblia en una mano y el arma en la otra. “Según tú, ¿quién ha hecho todo esto?”, increpó el pastor al chamán. Éste le contestó: “Nuestros mayores dicen que antes de que hubiera animales que corrieran sobre las praderas, antes de que hubiera plantas que cubrieran las rocas y los barros, no había más que dos potencias, la luz y el agua, el sol y el mar. Y un día la luz se enamoró del agua, el sol se enamoró del mar, y tuvieron lugar las más felices, profundas y placenteras bodas que hayan ocurrido jamás. Y los rayos del sol, como el miembro viril de un gran dios, penetraron en el lecho de las aguas. Y de aquellas bodas surgió la vida, que somos todos nosotros”. El chamán fue ejecutado.
Pero dejemos de lado las leyendas y volvamos a encontrar el refugio de la ciencia. Ya tuvimos ocasión de ver cómo se formó la atmósfera, proceso que nos llevó a la conclusión de que debió originarse la vida antes que la atmósfera, al menos antes que la atmósfera actual. Si la vida es una de las “fábricas” de oxígeno junto a la disociación del agua por los rayos ultravioleta del Sol, entonces tuvo que formarse en una atmósfera sin oxígeno. Y para ello hacía falta una fuente de energía. Según nos cuenta Asimov, la Tierra primitiva contaba con cuatro fuentes: su propio calor interno, la energía eléctrica de las tormentas, la radiactividad de ciertos isótopos de la corteza y la radiación ultravioleta del Sol, todas ellas más potentes que en la actualidad.
Por otro lado, uno de los componentes estructurales de los tejidos vivos, las proteínas, están formados a su vez por nitrógeno. Por consiguiente, la vida debió formarse en una atmósfera que contara con la presencia de este elemento, lo cual significa que el amoniaco y el metano deben formar parte de la materia prima original de la vida. Esto se comprobó en sucesivos experimentos de laboratorio durante los años treinta a sesenta del siglo XX.
¿Cuándo sucedió esto realmente? Teniendo en cuenta que la corteza terrestre se formó hace unos 3.500 millones de años, y que se han encontrado restos de hidrocarburos —moléculas con carbono e hidrógeno— en rocas de unos 3.000 millones de años, la vida debió surgir durante ese relativamente corto periodo de 500 millones de años. Considerando las circunstancias descritas, es decir, contando con la materia prima adecuada y las fuentes de energía precisas, el origen de la vida era algo que tenía que ocurrir necesariamente, por lo que podemos concluir con Asimov diciendo que, en realidad, “la vida no es ningún milagro”, aunque observando la gran cantidad de maravillas a las que ha dado lugar, resulta bastante difícil asimilar esta afirmación.
A partir de aquí podemos plantearnos la siguiente cuestión: Si el origen de la vida no es ningún milagro, si solo en nuestra galaxia existen millones de planetas con características similares a la Tierra, con las mimas materias primas y las mismas fuentes de energía, ¿qué nos impide pensar que se haya podido formar vida en otros planetas? ¿Realmente podemos afirmar que estamos solos en el Universo? El propio Carl Sagan, astrónomo y divulgador estadounidense, tenía sus dudas: “A veces creo que hay vida en otros planetas, y a veces creo que no. En cualquiera de los dos casos la conclusión es asombrosa”.