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El profesor chiflado

Ciencia

Supongamos que un huevo de ganso es colocado en el nido de un ánade real o azulón. Al cabo de casi treinta días el pequeño ganso que salga del huevo se unirá sin problemas al bando de patitos azulones, siguiendo a los adultos por todas partes, nadando y alimentándose. Durante sus primeras correrías no parecen muy distintos, pero cuando el pequeño ganso adquiere su plumaje de adulto se empiezan a advertir diferencias. Lo que pasa es que él no lo sabe porque no es consciente de su propio aspecto físico. Por eso, cuando llega el momento de buscar pareja, si es un macho no se fija en una hembra ganso como él, sino en un ánade como aquellos con los que se crio. Perseguirá a las hembras por todo el río o la laguna donde creció con sus hermanos y hermanas ánades, pero sin resultado alguno, ya que encontrarán que sus movimientos y los colores de su plumaje son extraños.

Está claro que esas primeras experiencias vitales tuvieron sobre el ganso una influencia más poderosa que el hecho de saber a qué especie pertenecía, algo que viene reflejado en sus genes pero que en ese momento ha pasado a un segundo plano. El ganso, como creo que hubiéramos hecho cualquiera de nosotros, prefirió seguir lo aprendido y rechazar lo desconocido. Este proceso recibe el nombre de impregnación, impronta o troquelado, y fue bien estudiado por el etólogo austriaco Konrad Lorenz (1903-1989).

Lorenz era un tipo peculiar y a buen seguro que la gente de su época debió tomarlo por un loco al saber que pasaba largos ratos nadando en el Danubio en compañía de un grupo de gansos jóvenes que lo consideraban su madre. Este loco tenía en su casa una bandada de grajillas que le seguía allí donde fuera y no era extraño verle por la calle preguntando por el paradero de alguno de sus patos. Entre sus obras figura un libro titulado El anillo del rey Salomón (1949), conocido también como Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros. Cuenta la leyenda que Salomón tenía un anillo con el que podía interpretar el lenguaje de los animales cuando se lo colocaba en el dedo índice de la mano derecha. El libro llevaba este singular título porque, según afirmaba Konrad Lorenz, él era capaz de interpretar lo que decían los animales.

Y lo que suele pasar, los sabios del lugar y de su tiempo se lo tomaron a chirigota, pero no podían prever que en 1973 los trabajos de este loco, que describían los procesos que explican la relación y el comportamiento entre madre y cría tras el nacimiento, serían reconocidos con el Premio Nobel de Medicina. Según su teoría —que ha llegado a nosotros desde el inglés imprinting, y que hemos traducido como impronta, impregnación o troquelado—, si una persona coge un ave cuando acaba de salir del huevo y le dedica todos los cuidados maternales —alimentación, protección, juego—, logrará que el animal lo considere como a su propia madre. Si este animal es de carácter social, la persona será para él, además, su líder, el líder de la manada.

Los mamíferos también poseen este curioso patrimonio en su conducta, y el ejemplo más conocido y cercano lo tenemos en la relación de amistad que mantuvo Félix Rodríguez de la Fuente con unos cachorros de lobo que más tarde se convertirían en estrellas de sus documentales. Pues bien, las observaciones de Konrad Lorenz le llevaron a interpretar los diferentes sonidos de contacto y llamadas entre mamá y sus crías, hasta el punto de que cuando se hizo pasar por mamá ganso sabía cuándo le pedían comida, cuándo se desorientaban o cuándo sentían miedo, y aprendió a decirles dónde había comida, por dónde debían ir o qué peligros debían sortear. Por todo ello, bien podía presumir el profesor chiflado de hablar con las bestias, los peces y los pájaros.

El problema —y no pequeño— se le presentó cuando a una de sus gansas, a la que llamó Martina, le entró el interés por encontrar pareja. Por más gansos que tenía a su alrededor, ¿a quién diréis que eligió Martina? ¡En efecto, al profesor Lorenz! Algunas especies son capaces de enmendarse y volver a lo que podríamos llamar los cauces de la normalidad, pero otras tienen problemas para hacerlo, hasta el punto de aprender conductas que no corresponden a su especie. Estas cosas se siguen estudiando y nos siguen asombrando.

La obra de Konrad Lorenz y sus peculiares experimentos de sabio loco establecieron los principios de la etología, el estudio del comportamiento animal.