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La biotecnología no es la solución

Ciencia

Cada vez confiamos más en la tecnología para resolver nuestros problemas. Que el conductor no enciende las luces del vehículo al amanecer o al anochecer, no hay cuidado, los coches ya disponen de un sistema inteligente que se encarga de tan complicada misión. Que tenemos que presentar una solicitud o consultar cuándo llegará el próximo autobús urbano, ahí está el móvil que nos resuelve la papeleta. Y si el médico debe examinar nuestro historial, echa mano del ordenador y asunto zanjado. ¿Será posible recurrir a la biotecnología para abordar la salud de los bosques?

Que muchos bosques se encuentran achacosos está fuera de toda discusión. Los avatares del clima, la contaminación, el ataque de insectos y otras circunstancias se alían para sacar tajada de los bosques, cada cual a su nivel e intensidad. Pero tampoco podemos negar que gran parte de los males del bosque se debe a las actividades humanas. La deforestación, el comercio mundial de madera, la introducción de especies invasoras, la sobreexplotación de recursos, los cambios de uso del suelo, políticas forestales deficientes… ¿Hace falta seguir?

 

 

Ahora está muy extendida por todo el mundo la idea, científicamente rebatida, de que podemos evitar el cambio climático quemando árboles para obtener electricidad. Los intereses de mercado no permiten comprender que el bosque es un poderoso y eficaz aliado contra el calentamiento global. Otras actividades, que en realidad estaban destinadas a “ayudar” a los bosques, han resultado perjudiciales, como, por ejemplo, no dedicar esfuerzo y presupuesto a desbrozar el monte, lo que, a la larga, está sirviendo para acumular vastas reservas de combustible que arden con extrema facilidad en devastadoras tormentas de fuego sin precedentes.

Pero si pensamos que el uso de la biotecnología en los bosques puede aliviar sus crisis sanitarias, puede que nos estemos equivocando, pues una intervención humana mal concebida es capaz de agravar el problema. En algunos países como Estados Unidos se está debatiendo la posibilidad de reforestar los montes con árboles genéticamente modificados de una manera que nunca podría ocurrir en la naturaleza, sin tener en cuenta los riesgos ecológicos o sociales a largo plazo.

Los bosques son ecosistemas increíblemente complejos que apenas entendemos. Los árboles, dotados de una inusitada sensibilidad, viven décadas o incluso siglos, pueden esparcir su polen y semillas a cientos de kilómetros, interactúan con polinizadores, aves canoras, insectos y mamíferos, sin olvidar las comunidades humanas que dependen de ellos. Los genes no se limitan a un solo rasgo y dentro de su genoma alteran sus funciones como respuesta a los cambios y tensiones externos e internos. Es imposible saber cómo responderán los genes de árboles genéticamente modificados en un ecosistema de bosque salvaje al estrés ambiental de años o décadas. La Federación de Científicos Alemanes señala que “una revisión de la literatura científica muestra que, debido a la complejidad de los árboles como organismos con grandes hábitats y numerosas interacciones, actualmente no es posible realizar una evaluación de riesgos significativa y suficiente de los árboles transgénicos, y no parece apropiada una evaluación de riesgo específica por rasgo”.

 

 

Los riesgos de manipular los genes de los árboles son desconocidos e inescrutables. Sin embargo, hay especies que se liberan en los bosques y terminan por contaminar los árboles silvestres con su polen diseñado. Si se continúa con la repoblación de estos árboles transgénicos, los bosques autóctonos que quedan podrían desaparecer por completo. Si algo sale mal, no habrá manera de revertir el problema. Los bosques sufrirían otro revés potencialmente catastrófico a manos de los humanos. Esta es la razón por la que genetistas, técnicos forestales, biólogos, agrónomos, pueblos indígenas, agricultores y muchos otros han denunciado las amenazas de árboles genéticamente modificados durante los dos últimos decenios.

Solo podemos esperar que los gestores forestales reconozcan lo que la ciencia y el sentido común dejan claro: el paso más lógico es prohibir los árboles transgénicos, ya que sus beneficios no están completamente probados y los peligros potenciales son demasiado grandes y evidentes. Sería deseable que no cedieran a las presiones del mercado con el argumento de que las grandes compañías tratan de reforestar extensas áreas despojadas de árboles. Las especies no autóctonas no están bien adaptadas a entornos extraños, y pueden representar una dura competencia a las propias del lugar, agotar los recursos hídricos y ser extremadamente inflamables. Y a veces de nada sirven las protestas de ciudadanos y organizaciones ecologistas, aunque, como tuvimos ocasión de comprobar, la problemática ambiental no se encuentra entre las principales preocupaciones de la población.

 

 

Los organismos internacionales advierten sobre los peligros de los árboles transgénicos y piden que se cultiven solo en condiciones de confinamiento respecto de las especies autóctonas. No existe posibilidad de certificar que sus productos sean sostenibles. Por fortuna, crece la idea de que los árboles transgénicos no tienen lugar en nuestros bosques. Pocos discuten si debemos proteger y restaurar los bosques. La evolución humana está estrechamente relacionada con ellos. Los bosques han hecho posible la vida en la Tierra. Cualquier estrategia para abordar las crisis de salud forestal debe afrentar las causas subyacentes e incluir a las comunidades afectadas en el proceso de toma de decisiones. Y vamos a dejarnos de tratamientos de biotecnología.