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Arden antes de desnudarse
¿Por qué cambian de color las hojas de las plantas caducifolias?
Así lo entiende Robert Macfarlane: “El color de los árboles en otoño es una expresión de muerte y renacimiento. Durante la primavera y el verano, la clorofila verde confiere a las hojas su pigmentación dominante, pero a medida que los días menguan y las temperaturas caen, la producción de clorofila se reduce, hasta paralizarse casi por completo. Al descender la producción de clorofila, otros pigmentos empiezan a brillar: son los carotenos naranjas, amarillos y dorados, los taninos marrones y los más raros antocianinos rojos. Los antocianinos se producen por la acción sostenida de la luz en los azúcares atrapados en las hojas mientras el sistema vascular del árbol se prepara para desprenderse de su follaje. Por eso los árboles caducifolios arden de un modo espectacular hasta quedar sus ramas desnudas, para sobrevivir en invierno y renacer en primavera.”
Es oportuno recordar que las hojas emplean la luz solar para fabricar su alimento, tarea en la que interviene de forma decisiva la clorofila. Cuando el otoño viene empujando, el verde cede el paso poco a poco a otros colores que estaban ahí, pero no se mostraban a nuestra mirada. Bien podríamos decir que la clorofila oculta a los demás colores. Primero suelen manifestarse el amarillo y el anaranjado —que son los dominantes en nuestros bosques—, producidos por los mismos carotenos que tiñen las zanahorias.
Melojo (Quercus pyrenaica Willd.)
Luego pueden aparecer los rojizos —dominantes en los bosques de América del Norte y Extremo Oriente—, formados por las antocianinas, que pueden surgir incluso por un exceso de glucosa en las hojas. Cabría preguntarse el por qué de estos colores tan llamativos. Al parecer, las antocianinas son tóxicas y suponen una defensa contra los insectos.
Serbal de cazadores (Sorbus aucuparia L.)
Curiosamente, las antocianinas necesitan de la luz para formarse, y ello explica que en una misma planta podamos encontrar hojas con diferentes tonalidades de rojizos, o que una manzana tenga una parte más roja que otras. Y finalmente asoman los marrones, síntoma de que el ambiente está muy seco o que la hoja ya ha finalizado su actividad vital.
Arce de Monteplellier (Acer monspessulanum L.)
Las temperaturas también quieren sumarse al circo de color. Se ha observado que las tonalidades rojizas son más frecuentes en los arbustos que en los árboles. La explicación es sencilla: los arbustos se encuentran en un estrato menos sometido a los rigores invernales, al contrario de las copas de los árboles, cuyos parásitos ya han sucumbido al frío. Por eso los arbustos necesitan teñirse de rojo.
Agracejo (Berberis vulgaris L.)
En este punto podríamos preguntarnos por qué esta variedad cromática se mantiene más tiempo en la montaña que en la llanura. La respuesta es que las temperaturas más frescas y la humedad contribuyen a la perduración del color otoñal. Me gustaría saber si este mismo fenómeno es el que hace que nuestros arces no tengan los mismos matices un año tras otro.
Cornicabra (Pistacia terebintus L.)
Habrá quien diga que esto es una prueba más de que la paleta divina está activa como cada otoñada, pero, como vemos, esto no es más que una sucesión de reacciones químicas que sirven para que las plantas caducifolias ahorren energía durante el invierno para renacer en primavera. La disminución del tiempo de luz y la bajada de temperaturas son la señal que tienen estas plantas para dejar de producir clorofila.
Sea como sea, conviene aprovechar esta época para regalar nuestra retina con una magistral composición de color al natural. El otoño, ciertamente, se convierte en una forma alternativa de turismo que cuenta cada vez con más seguidores.