Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Asombrosa biodiversidad (1)

Divulgación

Por más que lo intente, la Naturaleza no deja de sorprendernos, salvo que nosotros no poseamos la mínima capacidad para reaccionar al asombro. Y apenas conocemos una pequeña parte de la biodiversidad que se extiende por todo el planeta, de modo que nos iremos encontrando más y más sorpresas. David Attenborough sostiene que “el atractivo de la historia natural es que es impredecible, bella, dramática, nueva. No pretende venderte nada, no intenta que le votes, es algo muy distinto a lo que nos anuncian, a aquello con lo que nos bombardean continuamente, ofreciéndonos ganar dinero en un programa concurso. Y siempre resulta asombrosa y sorprendentemente hermosa.” Por eso es importante conocer, describir y divulgar el mundo de los seres vivos, sus formas de vida, sus costumbres, sus curiosidades. Por muy extravagantes que nos parezcan, todos son interesantes, desde las bacterias hasta los árboles más monumentales y añosos que existen.

Empecemos precisamente por las bacterias. En alguna ocasión ya contaba que el cuerpo humano es un ecosistema donde conviven multitud de organismos microscópicos, principalmente bacterias y parásitos. Y por difícil que parezca asimilarlo, no todos son perjudiciales, es más, los necesitamos. Es lo que llamamos una carga tolerable. Pero, ojo, que todo tiene un límite. La tapa del inodoro puede estar más limpia que la tabla de cocina donde cortamos la cebolla. ¿Cuántas bacterias alberga nuestro organismo? Difícil decirlo, pero podemos hacernos una idea: se calcula que tenemos unos cuarenta billones de células (1) —un cuatro seguido de trece ceros—; pues bien, si añadimos otro cero, nos dará el número aproximado de bacterias que llevamos encima. Vamos, que tenemos más de bacteria que de ser humano. Los microbios se encuentran por todas partes, incluso bajo tierra. Si alguna vez hemos pensado que la biosfera es el conjunto de formas de vida que se desarrollan en el agua o en la tierra en contacto con el aire, estábamos en un error. Se han descubierto microbios a 2,8 kilómetros bajo la superficie de la Tierra, en ausencia de luz y oxígeno, a unos sesenta grados de temperatura, alimentándose de materia inorgánica. En ese abismo parece estar el límite de la vida, que sepamos.

 

Volvamos a la superficie y demos un paseo junto al río, un estanque o un lago. Caminando sobre el agua encontramos a los zapateros (Gerris lacustris), desafiando a algo que consideramos como normal. ¿Cómo es posible que caminen sobre el agua? Bien podemos afirmar que nunca tres pares de patas se han hecho tan imprescindibles. El par trasero sirve de timón a este estilizado insecto, y tanto este como el central disponen de unos pelos que generan una bolsa de aire que permite la flotación. El par delantero está disponible para atrapar a sus presas. En realidad, el agua parece oponerse a la penetración de un objeto —las patas— y por capilaridad eleva su nivel en la zona de contacto. Es lo que se conoce como tensión superificial, fácil de observar en el borde del agua contenida en un vaso, por ejemplo.

 

Pasemos ahora al reino vegetal y conozcamos al árbol mamut. No se trata de un árbol extinguido por leñadores prehistóricos, sino de la secuoya gigante (Sequoiadendron giganteum). Pero no nos dejemos engañar por su apellido, pues no es el árbol más grande que existe, honor que corresponde a dos secuoyas rojas (Sequoia sempervirens), Hyperion, que alcanza 115,5 metros, seguido por Stratosphere Giant, de 113 metros, ambas en el Parque Nacional Redwood, al norte de San Francisco. Las condiciones de la zona –el aire fresco oceánico que mantiene una niebla y humedad constantes– les proporcionan el ambiente idóneo para crecer. Por otro lado, su gruesa corteza, rica en taninos, protege a estos árboles del fuego y los insectos, pero lo que más contribuye a que resistan de pie tanto tiempo es su estructura: a partir de la raíz crecen troncos independientes que se mantienen pegados entre sí; si uno resulta dañado, los demás se siguen desarrollando y aportan savia al tronco que la necesita. ¡Trabajo en equipo!

 

Quiero referirme ahora al primero. Pocas especies pueden competir con la secuoya gigante en longevidad, pues puede vivir entre 2.000 y 3.500 años. Y, aun así, tampoco es la especie más longeva, ya que este récord lo ostenta una especie de pino oriundo también de América del Norte, el Pinus aristata, del que ya se ha catalogado un ejemplar con más de... ¡4.700 años!

Uno de los ejemplares más famosos de secuoya gigante es el General Sherman (Parque Nacional Sequoia, California), cuyas cifras son escalofriantes:

Edad estimada:                               2.300 - 2.700 años
Altura desde la base:                      84 metros
Circunferencia en la base:              31,3 metros
Diámetro en la base:                       11,1 metros
Diámetro a 18 metros de altura:    5,3 metros
Diámetro a 54 metros de altura:    4,3 metros
Peso estimado del tronco:             1.385 toneladas (tanto como 19.000 personas)
Volumen del tronco:                      1.486,6 metros cúbicos

 

 

O sea, que nuestro Pino Abuelo, el que tenemos en Los Palancares como el más viejo del lugar, nació cuando el General Sherman ya había soplado unas 2.000 velitas, que harían falta tres “abuelos” para igualar la altura del General Sherman, que dentro del tronco de este se podrían meter casi nueve “abuelos”… Asombroso, ¿no?

 

(1) WILSON, Edward O. (2017). Medio Planeta. Errata Naturae. Madrid