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Asombrosa biodiversidad, 3

Divulgación

 

Cuando Jean-Jacques Rousseau escribió su Nueva Eloísa (1761) no se olvidó de reflejar su afición por caminar en contacto con la Naturaleza al anotar que “se diría que, elevados por encima de toda sociedad humana, dejamos atrás todo sentimiento terrenal; y que, al aproximarnos a las regiones etéreas, el espíritu se imbuye de pureza eterna. Imagínate para ti todas estas impresiones unidas; la increíble variedad, la grandeza y la belleza de todas las cosas asombrosas; el placer de ver únicamente cosas nuevas, aves extrañas, plantas raras y desconocidas, de observar lo que, en cierto sentido, es otra naturaleza, y encontrarse a uno mismo en un mundo nuevo… un mundo aislado en las más altas esferas de la Tierra”.

Empecemos con fuerza para mantener vivo el asombro. Si tuviéramos que pensar en el animal más fuerte del mundo, seguro que hablaríamos del elefante, con un peso que puede superar las seis toneladas. Mantener esa envergadura le cuesta comer bien, y por eso es capaz de merendarse unos 150 kilos de hierbas cada día. Al elefante también le gusta el agua y usa su fuerte trompa como herramienta de succión para absorber 15 litros de agua de un solo trago. Sin embargo, a pesar de su tamaño, el elefante no puede levantar algo que supere la cuarta parte de su peso corporal. Pero ahí está la poderosa fiera, la descomunal y laboriosa hormiga, que, con sus asombrosos 3 miligramos, puede levantar una media de veinte veces su peso, aunque hay especies que llegan a cincuenta (1). Es como si una persona de 70 kilos pudiera levantar tres toneladas y media. El elefante no podría soñar con mover algo que pesara 300 toneladas.

 

 

Bebamos un trago de agua. Seguramente habremos observado alguna vez cómo bebe un perro o un gato. Se acercan al agua y la toman apenas lamiendo la superficie con su lengua, sin levantar la cabeza, pero escrutando el entorno con sus ojos alerta. Al introducir la lengua en el agua, la doblan de manera que unas gotas quedan en ella y han de tragarlas antes de que se pierdan. Las aves perforan el agua con su pico; fijémonos, por ejemplo, en un gorrión. Sin embargo, se ven obligadas a levantar la cabeza para hacer que el agua pase por su esófago y llegue hasta el buche y luego el estómago. ¿Todas? No. Las palomas y algunas aves esteparias como las avutardas pueden beber agua sin necesidad de echar la cabeza hacia atrás. Las palomas, además, pueden introducir toda la cabeza en el agua si les asedia la sed. Otras aves, incluso, como la ganga del Kalahari, son capaces de transportar el agua para sus polluelos entre las plumas de su vientre.

 

 

Demos ahora un paseo por el monte o el jardín. No resultará complicado descubrir sutiles telas de araña de diferentes formas y tamaños, y dispuestas en variados puntos estratégicos, pues, no en vano, han sido contruidas para la caza. Por cierto, es curioso observar cómo los hilos más o menos sirven para pronosticar el tiempo que hará: si los hilos son cortos, el tiempo será ventoso y lluvioso. Por sorprendente que nos parezca, las telas de araña constituyen un material asombrosamente duro y resistente, hasta cinco veces más que el acero. No sé cuánto tardaremos en ver a soldados y policías provistos de chalecos antibalas fabricados con tela de araña.

 

 

Y ya que estamos en el campo, tal vez tengamos ocasión de observar las evoluciones de los insectos escolítidos, capaces de acabar con un pino joven en pocos meses. O esas otras construcciones parecidas a las telas de araña, tan pacientemente elaboradas por una auténtica pesadilla para muchos, la procesionaria. Estos refugios de seda —nombre más apropiado que “nidos”— acogen a las orugas durante el día, hasta que llega la noche, momento que aprovechan para atiborrarse acículas de pino. Nuestra primera reacción podría ser la de eliminar estas larvas como fuera, pero conviene recordar que forman parte de la cadena alimentaria, que son alimento para otras especies, que romper esa cadena redundaría en perjuicio de esas especies y de nosotros mismos. Un monte sin insectos es un espacio sin vida.

 

 

Terminemos con un recordatorio. No hace mucho centrábamos nuestra atención en esa vida que se mantiene, a veces precariamente, colgando de un hilo. Me pregunto qué sería de esta vida sin los cables de la luz o del teléfono de nuestros pueblos y carreteras. Serán antiestéticos, pero son oteros de vitalidad. Podemos echar un vistazo a las golondrinas para comprobar que, aunque sociales, no permiten que sus compañeras se acerquen demasiado. Y si observamos a tres o cuatro muy juntas, seguramente se trata de hermanas que hace poco salieron del nido e intentan darse calor entre ellas (2). Por cierto, ya que estamos, ¿sabríamos distinguir el macho de la hembra? Las golondrinas no tienen dimorfismo sexual, pero algo habrá que las diferencie, ¿no? Pues sí, un pequeño detalle. Fijémenos en su cola ahorquillada. Las plumas que la forman se llaman rectrices. Dicen los científicos que una golondrina con rectrices de menos de 28 milímetros de largo es hembra, pero si sobrepasan los 35 milímetros, estamos hablando de un macho. El problema viene cuando las rectrices miden entre 28 y 35 milímetros. Aquí, ni los especialistas se ponen de acuerdo para determinar si la golondrina es macho o hembra (3).

 

(1) Torok, Simon; Holper, Paul (2005). Ciencia alucinante. Los más increíbles descubrimientos científicos. Ed. Oniro. Barcelona

(2) Déom, P. (1985). Los viajes de la golondrina. El cárabo 57.

(3) Déom, P. (1985). La golondrina. El cárabo 45: 3-18.