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Continuidad vital (1)
Se lo ha pensado antes de empezar, pero ya la tenemos aquí. Más que la suavización de las temperaturas, la floración es el genuino símbolo de la primavera, y con ella llegan los insectos que dispersan la vida. Es probable que algunas plantas hayan florecido antes de tiempo; ya veremos cómo les afecta más adelante. Pero la polinización, esa difusión vital que tanto necesitamos los habitantes de la Madre Tierra, ya está en marcha.
La polinización es uno de los servicios más significativos de los muchos que nos ofrece graciosamente la naturaleza. Insectos, mamíferos como el pequeño ratón o el murciélago o el zorro, pájaros, el viento o el agua desempeñan un importante papel en el intercambio genético y la reproducción de las plantas. Bien podemos afirmar que su mediación es vital para el mantenimiento de la salud de los ecosistemas terrestres. Y de ello depende la agricultura y, por tanto, nuestra subsistencia. Aproximadamente 3 de cada 10 especies agrícolas tienen una dependencia directa de este proceso polinizador. Pero los polinizadores no solo intervienen en la reproducción de las plantas, sino que mantienen el equilibrio ecológico, conservan la cubierta vegetal y previenen la erosión y la desertización.
De entre todos los agentes que intervienen en el milagro polinizador, las abejas, no solo las que forman parte de la ganadería apícola, sino las salvajes, son los más importantes, hasta el punto de que su desaparición podría suponer el colapso de otras muchas formas de vida, incluida la nuestra. Nos cuentan ahora que la propia polinización corre peligro por la desaparición de las abejas silvestres. Mientras los investigadores tratan —si les dejamos— de descubrir los factores que afectan a los polinizadores, no está de más que nos adentremos en el papel que juega en este proceso el reino vegetal.
Para empezar, recordemos que el grupo de plantas que nos interesa en este momento son las que siempre se han conocido como fanerógamas, es decir, las plantas con flores. Pero para ser rigurosos con la ciencia, digamos que se trata de las plantas superiores pertenecientes a la división Spermatophyta (del griego sperma, semilla, y fiton, planta), o sea, plantas que producen semillas y, por tanto, tienen flor. De ellas, hay algunas que tienen especial interés para los polinizadores por su contenido en néctar, pero, por extensión, también se incluyen todas las que utilizan para la recogida de polen, mielada y propóleos, pudiéndose observar con cierta frecuencia la preferencia que tienen por unas u otras. En conjunto, estas plantas reciben el nombre genérico de flora apícola, pero según las preferencias podemos encontrar plantas nectaríferas, de las que solo se obtiene el néctar, nombre de la bebida de los dioses. Se trata de un jugo azucarado, producido por las flores, que chupan las abejas y otros insectos. La secreción alcanza su máximo durante el primer día de la apertura floral y va decreciendo paulatinamente. Ninguna flor tiene tanto néctar como para que la abeja llene su melario en una sola visita. Por esta razón necesita recorrer varias flores realizando involuntariamente el acarreo de polen de una a otra. En general, las abejas manifiestan preferencia por el néctar que contiene más del 20% de azúcar. Algunas plantas nectaríferas son el almendro o el hinojo.
Si las plantas solo ofrecen polen, hablaremos de plantas poliníferas, como los álamos o la espadaña. Pero si nuestros amigos polinizadores quieren tanto néctar como polen, deberán visitar a las plantas néctar-poliníferas, es decir, a la aulaga, los brezos o la mejorana, entre otros.