Blog
El (posible) encuentro con el perro
El mismo año de su muerte (1992) la editorial Ariel saca a la luz por vez primera en castellano el libro Historia y cronología del mundo, del gran divulgador de origen ruso Isaac Asimov. Propone en esta obra un deslumbrante recorrido por la historia del mundo y la humanidad, desde los orígenes hasta mediados del siglo XX, desde la agricultura hasta el descubrimiento de la fisión nuclear. Uno de sus relatos es un requiebro de la imaginación en torno a cómo pudo nacer la relación entre el hombre y el perro hace unos 11.000 años, cuestión que ya fue tratada en estas páginas hace unos años.
Si Asimov era o no consciente, no lo sabemos, pero algo más de cuarenta años antes alguien se le adelantó en este peculiar juego de hipótesis e intuiciones sobre un asunto que rara vez ha llegado a ocuparnos, cuando a nuestro personaje, motivado por la curiosidad, la observación y la ciencia, le mueve además un gran amor por los animales, con los que se jactó de haber sido capaz de comunicarse. Me refiero al sabio Konrad Lorenz, que aquí nos tomamos la licencia de llamarlo “profesor chiflado”. Y es que Lorenz ya publicó su propia teoría sobre cómo nació la relación del hombre con el perro en 1950 bajo el título Cuando el hombre encontró al perro (Tusquets, 2015).
El profesor Lorenz desarrolla su faceta de investigador en un viaje hacia atrás en el tiempo, en un momento en que bien pudo surgir la amistad del hombre con el perro o, mejor dicho, entre nuestros antepasados y el chacal. Evidentemente no hay documentos ni rastros de ningún tipo que nos muestren cómo sucedió tal encuentro. Lo que Lorenz nos relata es cómo pudo ocurrir un acontecimiento tan singular allá por el Paleolítico, un hecho en el que, por vez primera, un animal -el hombre- pone a su servicio a otro -el chacal- mediante una suerte de tratado que aporta beneficios a ambos.
En este peculiar retorno al pasado, Lorenz nos invita a trasladarnos a una estepa de alta hierba por la que avanzan unos seres humanos desnudos, salvajes, empuñando lanzas con puntas de hueso, inquietos y miedosos, sabedores de que tras cada arbusto, tras cada piedra puede ocultarse una amenaza. Una tribu más fuerte los obligó a abandonar su territorio de caza, donde dormían alrededor de una hoguera escoltados por chacales. Sí, resultaban molestos, pero sus aullidos delataban la proximidad de una fiera.
El grupo logra su botín: un jabalí ya abatido por algún depredador. De pronto se escucha un ruido, el aullido de un chacal, y todos miran alerta en la misma dirección. El cabecilla del grupo hace algo que, en principio, no es bien visto por los demás: toma un trozo de carne del jabalí y lo arroja al suelo, como invitando a los chacales al acercamiento. Luego tira otro, y otro…, pero aún queda suficiente para saciar el hambre del grupo de cazadores. Vuelve a escucharse el aullido de los chacales y los hombres comprenden que el campamento está rodeado por los animales. Esa noche dormirán tranquilos al amparo de sus fieles centinelas, como cuando ocupaban su antiguo territorio de caza.
Pintura rupestre en Tassili (Argelia) mostrando una escena de caza con perros.
Pasa el tiempo. Los hombres se han hecho más diestros en la caza y los chacales, que ya no los temen, les acompañan en sus cacerías. En una de ellas se cambian las tornas: es la jauría la que da con la presa antes que los hombres, la rodean, la acosan. Al llegar, los cazadores cierran el círculo y abaten a la presa, y todos, humanos y chacales, comparten el botín. Así pudo germinar la relación amistosa entre ambas especies, según Lorenz.
En sus desplazamientos más allá de las estepas africanas el hombre pudo ir acompañado por chacales semidomesticados. Es probable que con la llegada del Neolítico el perro ya fuera un animal domesticado. Lorenz especula con la posibilidad de que alguna niña recogiera un cachorro abandonado y le diera de comer, aun contando con la inicial oposición de su padre. Sin embargo, cuando crece se une a los cazadores, que se dan cuenta que resulta más valioso que los propios chacales, es más valiente que ellos. La asociación termina por reforzarse. En lo sucesivo, y en distintos puntos del planeta, los cazadores debieron llevar consigo perros descendientes de chacales y que, tras repetidos cruces, dieran origen a las numerosas razas que ahora conocemos.