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Farmacia natural

Divulgación

Amansar animales, labrar la tierra, tramar fibras vegetales, cocer el barro y darle forma, inventar la rueda, levantar los primeros poblados, moldear el metal… Son algunos de los adelantos logrados por el hombre a partir del Neolítico, aquella etapa de la historia humana que supuso un drástico cambio en su relación con la Naturaleza. Yuval Noah Harari (1) se cuestiona si realmente esto del Neolítico fue un avance o “el mayor fraude de la historia”. Pero hay algo que probablemente cambió poco respecto al Paleolítico: la búsqueda de remedios naturales para curar enfermedades, suponiendo que conocieran el concepto de enfermedad. Así, la superstición y la ignorancia empujaban a todos a acercarse y dejarse llevar por brujos, chamanes, curanderos, encantadores y hechiceros, pues un asombroso y desconocido poder les permitía manejar con soltura la botica natural.

Lo que seguramente estaba lejos de su alcance era el hecho de que los animales ya estaban puestos en la materia miles de años antes que ellos. Como las abejas. Así lo cuenta Vitus Bernward Dröscher (2), “las abejas «inventaron» los antibióticos mucho antes que el hombre”. Estos insectos son capaces de producir un antibiótico que mata a las bacterias que entran en contacto con su cuerpo, otro sirve para cubrir sus panales, otro para proteger el polen, un cuarto lo mezclan con el néctar que sirve de alimento a la abeja reina, un quinto con la miel —lo que la convierte en un alimento muy sano también para el hombre— y el sexto se encuentra en la cera.

 

 

Si el cuidado de la salud es cuestión de supervivencia, no parece diferente en el reino animal. Los cérvidos, por ejemplo, acostumbran a encamarse entre la maleza del bosque. Despejan cuidadosamente el suelo de cualquier objeto que pueda molestarles y se acomodan como pueden. Pero no es raro observar que estos encames están dispuestos entre musgos y líquenes, y no es por casualidad puesto que estos organismos también producen antibióticos que acaban con bacterias y microbios.

 

 

¿Cómo lograron alcanzar semejante conocimiento? Cabe pensar que por ensayo y error. ¿Por qué, si no, podemos encontrar hojas de la planta del tomate en nidos de grajas? Tal vez estas aves están al tanto de que las hojas del tomate contienen sustancias que matan las pulgas y los piojos. Por tanto, colocando unas cuantas hojas en el nido, el habitáculo quedará libre de parásitos. De esta y otras muchas formas nidos, madrigueras, colmenas o encames conservan unas condiciones higiénicas que ya quisieran para sí algunas viviendas y establecimientos humanos.

Sigamos prestando atención a Dröscher, que relata cómo el caracol común posee su propio «laboratorio» para fabricar productos farmacéuticos. Tiene glándulas que producen una secreción que hace que las bacterias, al entrar en contacto con ella, se apelotonen y así, en forma de «paquete», son expulsadas del cuerpo. ¿No utiliza el hombre esa secreción por sus propiedades beneficiosas para la piel? Cada vez que acude a la farmacia natural, aprende.

 

 

Otro tanto puede decirse de la boticaria hormiga, que segrega ácido fórmico para lanzarlo a cierta distancia en caso de sentir el peligro. Pues bien, algunas aves, más allá de alegrarnos el oído con sus trinos, son muy observadoras. Toman una hormiga con el pico y con ella se frotan el plumaje. En ese momento la hormiga actúa, y lo hace tan deprisa que el ave debe estar atenta para que el ácido fórmico no le alcance los ojos. Algo así debieron hacer antiguamente los campesinos enfermos de reúma, que solían colocar sus brazos en los hormigueros. El picor y la molestia que las hormigas les causaban eran muy desagradables, pero, poco después, notaban un notable alivio en sus dolores. Con una diferencia: algunas aves, después de beneficiarse de la hormiga, se deshacen de ella o se la comen.

 

 

Lobos y zorros saben encontrar remedio a sus males estomacales. El lobo come una gran cantidad de ortigas o, en caso necesario, también hierba hasta que se siente tan mal que lo vomita todo, incluso la carne en malas condiciones. Y el zorro, sabiendo que el fruto del muérdago es venenoso, lo consume cuando ha ingerido algún alimento en mal estado, y con ello se hace un lavado gástrico en toda regla. Las ovejas resuelven su problema comiendo trébol blanco y los cérvidos combaten la diarrea masticando corteza de los árboles.

Miles de años le ha costado al hombre adquirir conocimientos semejantes. La especie humana ha contado con alquimistas y boticarios, conocedores de las propiedades curativas de las plantas, dotados de un carisma que sometía la voluntad de quienes les creían ciegamente. Muchas recetas tendrían que ver con la magia y los ingredientes podían ser de origen animal o vegetal. Cuántos de estos remendadores del mal acabarían en la hoguera por brujería… Pero no pocos poseían el don de acertar con el remedio adecuado gracias a la farmacia natural.

 

(1) Harari, Yuval N. (2014). De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad, Debate, Madrid

(2) Dröscher, Vitus B. (1982). Sobrevivir. La gran lección del reino animal. Planeta, Barcelona