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La más bella historia de amor jamás contada
Tal vez aún no somos plenamente conscientes de que debemos a las abejas y otros insectos polinizadores la tercera parte de los alimentos que consumimos cada día. Según Greenpeace, el 84% de los cultivos de Europa depende de los insectos polinizadores. Una abeja es capaz de recorrer largas distancias para visitar miles de flores en una sola jornada, recogiendo néctar para alimentar a los miembros de su colmena y polen para llevarlo de una flor a otra. Habría que preguntarse si son conocedoras de la importancia de su trabajo, algo que llevan haciendo 100 millones de años. La naturaleza acababa de inventar una forma más eficiente que los vientos para que las plantas procrearan. Fue entonces cuando empezaron a desarrollarse rápidamente las plantas con flores, un fenómeno que se convirtió en un “abominable misterio” para un sabio como Charles Darwin. Así comenzó la más bella historia de amor jamás contada. Pero este idilio está en peligro.
Alrededor del 80% de las especies de plantas ahora usan animales, sobre todo insectos, para transportar granos de polen desde la parte masculina de la planta a la parte femenina. El aroma perfumado de las flores, sus coloridas exhibiciones y el dulce néctar están diseñados para cautivar a los polinizadores. Atractivas armas de seducción. Con el tiempo, unas 25.000 especies de abejas —todavía no sabemos exactamente cuántas— han evolucionado a nivel mundial para dejarse atrapar por las flechas de Cupido lanzadas por las plantas y árboles con flores específicas. Su corto ciclo de vida está perfectamente sincronizado con la floración. En cada visita repostan con néctar, recolectan polen para alimentar a sus crías y en el proceso se convierten en mensajeros del amor. Pero los grandes amantes de la naturaleza están atravesando malos tiempos, de los que es posible que no se recuperen. Nos interesa que este antiguo romance se mantenga porque aproximadamente uno de cada tres bocados que comemos depende de la polinización de las abejas, incluida la mayoría de las frutas y verduras, nueces, hierbas, especias, cultivos oleaginosos y café. Juntos proporcionan una importante cantidad de nutrientes en la dieta humana. Además, los cultivos forrajeros, los medicamentos derivados de plantas como la aspirina y la morfina y las fibras como el algodón son todos polinizados por abejas. Sin olvidar que muchos de los vegetales, fabricantes de oxígeno y sumideros del carbono de la atmósfera, son polinizados por abejas.
Muchas de las 250 especies de abejorros en todo el mundo, cuyos abrigos peludos y cuerpos redondos les permiten volar soportando temperaturas frías, están en declive drástico. Casi una de cada cuatro especies de abejorros europeos se extingue; en América del Norte, más de una cuarta parte están en decadencia. La ciencia se ha centrado en el papel de la agricultura moderna. La gran mayoría de los prados en flor que una vez alimentaron a las abejas con una dieta nutritiva se han arado y se han arrancado los setos, para dar paso a enormes campos de monocultivo rociados con un cóctel de productos químicos que son perjudiciales para las abejas y otros insectos. Esto no es nuevo, ya lo denunció Rachel Carson en su Primavera silenciosa a principios de los años 60. Al hacer que el paisaje sea inhabitable para las abejas silvestres nativas, los agricultores se han vuelto cada vez más dependientes de las abejas melíferas europeas para las labores de polinización, incluso cuando estas abejas están menos adaptadas a las flores. Los antiguos egipcios ya llevaban sus colmenas por el Nilo para polinizar los cultivos, pero 3.000 años después muchos apicultores transportan sus abejas en camiones, con lo que esta polinización migratoria está alargando al máximo la historia de amor entre la abeja y la flor.
Ahora es noticia el misterioso fenómeno denominado “trastorno del colapso de colonias”, y no deja de serprender la causa: kilómetros y kilómetros de árboles plantados en terrenos incapaces de mantener la vida, la fuerza de trabajo apiar engañada para faenar más duro y un mes antes de lo que la naturaleza pretende, cuando aún hace frío. La alta mortalidad de las abejas se atribuye a una combinación letal de mala nutrición, parásitos, que debilitan a las abejas y propagan enfermedades, y pesticidas, todo como resultado de la agricultura intensiva. La desaparición de las abejas también podría ser la nuestra, a menos que cambiemos la forma en que cultivamos nuestra comida. La Unión Europea ya ha prohibido el uso de los neonicotinoides, medida que aún no ha adoptado en países de gran producción como Estados Unidos, donde los árboles continúan empapados de productos químicos tóxicos.
Cubrir amplias extensiones de terreno con flores silvestres para proporcionar alimento adicional a las abejas podría ser una solución, pero hay que persuadir a los agricultores que aún no están convencidos. Los consumidores deberíamos apoyar a este colectivo para que trabajen con la naturaleza, no contra ella. De lo contrario, este frágil romance entre las abejas y las flores del que depende nuestra supervivencia se marchitará y morirá, y con él la vida tal como la conocemos.