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No tan sapiens

Divulgación

Así lo hemos aprendido y así lo enseñamos: el hombre es lo que es, un animal diferente a los demás porque ha sabido organizarse mejor, porque ha sabido desarrollar un sistema de comunicación mucho más sofisticado que el de los animales, porque ha alcanzado un desarrollo tecnológico sin precedentes que no conoce fronteras. Pero de ahí a poder considerarse la superestrella de la evolución media un abismo. Conviene no perder de vista que somos organismos vivos como la araña o el chimpancé, más complejos, sí, pero seres vivos como ellos. Y conviene preguntarse si todos esos inventos y avances que consideramos humanos con cierta ligereza son realmente tan humanos, o tal vez han sido una serie de adquisiciones heredadas porque las aprendió observando atentamente a otros animales.

Pensemos, por ejemplo, en el uso de las herramientas. Una de las especies de homínidos que nos precedió en este mundo recibió el gráfico nombre de Homo habilis porque supo utilizar determinados instrumentos para realizar las más variadas tareas. Pero esta habilidad no es exclusivamente humana ya que un ser tan aparentemente simple como el bonobo ya lo hacía antes que él, ya utilizaba palos para sacar hormigas o larvas de un agujero, o usaba piedras para partir nueces.

Fuente: quo.es

 

Otro ejemplo: hay una especie de avispa que practica una pequeña sima en el suelo donde introduce una larva previamente paralizada por su veneno sobre la que pone un huevo. Después utiliza una piedra para sellar la entrada con repetidos golpes. ¿No es esta la esencia de nuestra moderna apisonadora? Y qué decir de la cerámica. Una de las consecuencias de la gran revolución del Neolítico fue la fabricación de vasijas y recipientes de barro para contener alimentos. La forma primitiva de hacerlo consistía en superponer tiras de barro, algo que aún se sigue haciendo en algunas culturas primitivas, pero que ya hacían hormigas y avispas millones de años antes. Incluso algunas especies de aves son capaces de construir y consolidar sus nidos con barro. Lo que ha hecho el hombre, en todo caso, ha sido plagiar el invento y perfeccionarlo.

Otro hito en la historia de la humanidad es el protagonizado por la escritura, hasta el punto de establecer el límite entre la Prehistoria y la Historia. Sí, la escritura es un invento humano, pero no lo es uno de sus soportes más duraderos en el tiempo, el papel. Y es que el hombre, atento y curioso, observó cómo una avispa masticaba madera y la mezclaba con su saliva para crear una delicada sustancia con la que construir sus panales. El ingenioso chino Cai Lun debió tomar nota y mejoró el producto.

Los ejemplos se agolpan deseando demostrar este argumento, como el del pájaro tejedor, que tal vez revelara al hombre cómo tejer sus primeras prendas de vestir o sus primeras redes de pesca. Otros casos aún no han sido superados, como la tela de araña, cuyas fibras son mucho más resistentes y elásticas que el acero de similar grosor.

Somos animales de imitación: hemos copiado, a veces burdamente, lo que hacían otros animales y nos hemos apropiado de sus derechos intelectuales. Son numerosos los casos en los que la frontera entre los animales y el hombre no es tan clara y evidente como pensamos. No existe un abismo entre nuestro comportamiento y el de las mal llamadas bestias. Mal que nos pese, nos parecemos demasiado, salvo por un aspecto que con frecuencia pasa desapercibido: la cultura. Entendida como el conjunto de informaciones —conocimientos, costumbres, acontecimientos— transmitidas no genéticamente de generación en generación, la cultura, que sepamos, es un hecho exclusivamente humano, aunque olvidemos que buena parte de ella la hemos adquirido exprimiendo las múltiples herencias procedentes de otros seres vivos.

Tal vez no tengamos razones suficientes para considerarnos seres superiores, pero tampoco necesitamos más razones para preservar el entorno que habitamos. Todos los animales aprovechamos los recursos de la naturaleza, pero solo el animal humano sabe que es responsable de su conservación. Y eso, al fin y al cabo, es una forma de creer en el futuro.