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Pasar desapercibidos
El color del cuerpo de los animales sirve tanto para llamar la atención como para evitar ser descubiertos y capturados. Esto da sentido a las llamativas bandas alares de algunas aves, que tienen como objetivo el hacer fácil su localización por sus congéneres, sobre todo si se trata de una especie gregaria cuyos integrantes corren peligro si se encuentran aislados. El grupo ofrece más dificultades a los depredadores que el individuo aislado. Así pues, las bandas alares constituyen un instrumento de integración social.
Urraca, con sus llamativos contrastes cromáticos.
Lo fácil sería pensar que adornar el cuerpo con esos colores llamativos podría suponer para el animal un coste estúpido en términos de supervivencia, ya que eso atraería la atención de los depredadores. Pero esta idea fue desmontada ya por Darwin en su Teoría de la selección sexual, donde mostraba que tales caracteres cromáticos incrementaban el éxito reproductivo de quienes los poseían. Si nos fijamos en el macho del ánade común, sus llamativos colores iridiscentes parecen querer llamar la atención de la hembra, menos atractiva, sobre sus posibilidades de continuidad. Es como si le dijera que, a pesar de tal coloración, ha sido capaz de burlar el acoso del depredador, lo que demuestra su calidad genética, calidad que podrían heredar los vástagos que tengan juntos. De esta forma, lo que cabría entender como una desventaja se convierte en una oportunidad de supervivencia.
Macho de ánade azulón
Y si hablamos de grupo, no podemos olvidar esas pobladas bandadas de pájaros que se desplazan formando una masa compacta y uniforme que cambia de forma, se separa un grupo, se vuelve a unir, y esa masa parece obedecer a alguna extraña señal como si se tratara de un solo individuo. Es el caso de los estorninos, que utilizan la estrategia del vuelo en grupo para crear confusión a sus posibles depredadores. Si, por ejemplo, un halcón persigue a uno de esos estorninos, sus compañeros reaccionarán provocando ese baile ordenadamente caótico para confundir al cazador, que tendrá menos probabilidades de éxito cuanto mayor sea el bando de estorninos. Lo curioso es saber cómo se arreglan para no chocarse unos con otros. Parece que no existe la figura del líder que vaya indicando a los demás hacia dónde tienen que volar, sino que cada uno hace según los individuos que se encuentran más cerca, y esa reacción se va transmitiendo en décimas de segundo al resto del grupo. Este comportamiento social se repite en otras especies como las sardinas y otros peces que forman bancos de miles de individuos.
Otra forma de despistar al depredador es el fingimiento. Me ocurrió en cierta ocasión con una perdiz que estaba quieta junto al sendero que iba recorriendo. Yo no la había visto y de pronto salió de su encame corriendo, con las alas abiertas, pero más bien caídas, hasta ocultarse entre unos matorrales. En ningún momento emprendió el vuelo, y esa actitud me resultó llamativa. Me encaminé en su misma dirección tratando de averiguar la causa, que pronto se desveló en ocho o diez perdigones que se desperdigaron en desorden desde el encame. Entonces comprendí lo que había pasado: la perdiz, creyéndome un depredador, e ignorante de que no la habría visto de haberse quedado quieta, salió instintivamente para llamar mi atención y tratando de hacerme creer que estaba herida, con el objetivo de alejarme del encame donde protegía a su numerosa pollada.
Perdiz roja (Fuente: seo.org)
El tamaño es otra estrategia útil cuando se trata de pasar desapercibidos. Muchas aves se mezclan con individuos o grupos de otras especies cuyo tamaño es mayor, sabiendo que un depredador perseguirá antes a las presas grandes que a las pequeñas. Aunque lo normal es adoptar comportamientos como la inmovilidad, hacer frente al peligro o simplemente huir. Pero lo más sorprendente es cambiar el color del cuerpo, como hacen los camaleones o algunos cefalópodos (sepias y pulpos), o incluso cambiar su forma. Es el caso de los renacuajos de ranas y sapos, como nos cuenta el biólogo David Álvarez en su libro Los vencejos sueñan despiertos (Tundra, 2015).
Al parecer, un renacuajo que se encuentra por vez primera ante un depredador tiene pocas posibilidades de salir adelante al no haber sabido reconocerlo, pero aún tiene tiempo de liberar unas sustancias químicas de alarma que son interpretadas por el resto de renacuajos como una señal de peligro. Su reacción inmediata es quedarse quietos o huir, pero algunas especies experimentan una transformación de su cuerpo: la cola se ensancha llegando a duplicar su tamaño normal, ofreciendo una mayor capacidad de huida. La inversión de recursos en este cambio morfológico puede ir en detrimento de su desarrollo corporal, teniendo en cuenta que la cola es una parte que no tendrá utilidad en su estado adulto, pero cabe entender que el coste añadido de tener la cola ancha es asumible en ese momento ya que la propia vida del animal está en juego.
Una vez más nuestra capacidad de asombro se pone a prueba.