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Plasticidad natural
Factores del entorno imponen cambios en la estructura de los organismos, tanto vegetales como animales. Los cambios estacionales modifican el pelaje de los mamíferos. En verano suele ser más corto, más claro y menos abundante, mientras que en invierno se hace más largo, más oscuro y más espeso. El clima o la temperatura del suelo durante la incubación condicionan el sexo de tortugas y cocodrilos. En el caso de las tortugas, bajas temperaturas en el nido producen más machos, mientras que las altas temperaturas dan lugar a más hembras. Así, el cambio climático tiende a generar más hembras que machos entre las tortugas, lo cual puede repercutir negativamente en la conservación de las especies. Justo lo contrario de lo que sucede con los cocodrilos, aunque su efecto sobre la preservación específica es el mismo.
Podríamos avanzar con ejemplos de seres capaces de adaptarse a la luz o la oscuridad, seres que se ven obligados a afrontar las duras condiciones de un ecosistema, seres que se ciñen a un determinado recurso natural o que son menos exigentes con lo que el entorno les ofrece… Ahora ya sabemos que hasta el entorno urbano provoca cambios en la envergadura de los animales. Y no vale pensar que estos son los únicos que se adaptan al entorno. También las plantas saben hacerlo o, mejor dicho, deben hacerlo si quieren seguir adelante. Un arbusto que se desarrolla en un páramo, expuesto a los fuertes embates del viento y las bajas temperaturas ha de tener un porte achaparrado, y no sacrifica su valor forestal por capricho, si lo que quiere es sobrevivir. La búsqueda de la luz solar modela el crecimiento normalmente rectilíneo de los árboles que viven en zonas hundidas del terreno o de los que crecen junto a un paredón rocoso, algo que les obliga a dirigir sus ramas hacia fuera. La encina, por ejemplo, hace que las hojas externas de la copa, las que están más expuestas al sol, presenten una marcada lobulación que ayuda a su refrigeración. Estas hojas se calientan mucho y sus estomas permanecen cerrados para reducir la transpiración. También suelen ser más pequeñas que las hojas de interior (las “de sombra”), que son más redondeadas, de bordes enteros y con menor recubrimiento aislante.
El relieve también hace de las suyas. No es lo mismo crecer en un llano, donde los nutrientes y la influencia de las condiciones ambientales llegan o intervienen de modo uniforme, que en una ladera o en pleno roquedo, donde los troncos se desarrollan retorcidos o doblados por efecto de la gravedad. En todo caso, la plasticidad de los organismos vivos y su capacidad de adaptación al entorno condicionan sensiblemente su supervivencia. En este sentido, la plasticidad vegetal es mayor que la animal, porque un animal cuenta con la posibilidad de recurrir a la movilidad para resolver los problemas que plantea el entorno. Sin embargo, las plantas deben desplegar un amplio repertorio de estrategias para sobrevivir allí donde viven, sin posibilidad de elegir otro entorno más apropiado a sus necesidades.
Una modalidad particular de plasticidad es la hibridación entre especies diferentes, terreno en el que vuelven a salir perdiendo los animales por estar peor preparados que las plantas. Pueden encontrarse casos de cruces, como trucha-salmón, burra-caballo, burro-yegua o león-tigresa. Pero los resultados son poco fértiles o completamente estériles, y su supervivencia en el medio natural es poco probable (1). En el caso de las plantas, la hibridación es muy frecuente, sobre todo en jardinería, dando lugar a especies que sí son fértiles y viables en el entorno. La diversidad genérica va en aumento.
Fuente: colordetinta.wordpress.com
La acción de los herbívoros hace que las hojas inferiores del acebo estén armadas con un potente borde espinoso, mientras que las superiores tienen el margen liso, aun siendo igualmente coriáceas. Las estrategias que tanto animales como plantas emplean para hacer frente a la depredación son tantas y tan variadas que harían falta varios artículos para esbozar una información clara y comprensible. El camuflaje, las armas de ataque y defensa, la carrera, la vida en grupo o la toxicidad son algunas de ellas.
Las especies no son estáticas, cambian de generación en generación y se adaptan al entorno por selección natural. La plasticidad natural se destaca como uno de los mecanismos más importantes en la evolución de los seres vivos, especialmente de las plantas. La cuestión que se nos plantea en este punto es si las especies serán capaces de adaptarse a cambios bruscos como los que provoca la acción humana. Porque, en caso negativo —y así lo señalan todos los indicios—, tendremos que recordar los postulados de la sexta extinción.
(1) Hallé, F. (2016). Elogio de la planta. Por una nueva biología. Los Libros del Jata, Bilbao.