Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola

Blog

Murmullos trenzados

Estación de escucha

 

Eriales y campos de labor. Dominan el ocre y la luz. Poco a poco se va acercando el verde intenso de la arboleda. El contraste promete. Como anticipo, una parcela de repoblación, con árboles perfectamente alineados, en vano intento por parecer un bosque. El camino atraviesa la serenidad del pinar y se viste de sombras. Fustes cargados de resina comparten espacio, poco, con quejigos y algún melojo distraído. De forma sorpresiva, se ilumina el entorno. El suelo, abrigado por la pinocha, cede momentáneamente el paso a la pradera, suave, radiante, tierna. Nuestros pies agradecen el contacto con la hierba mullida. Y lo mismo han debido pensar algunos jinetes de todoterrenos, detentadores de un derecho de profanación que a nadie corresponde. En la pradera se filtra el agua entre la hierba y apenas se deja sentir. Fluye relajada y los pinos cercanos se preguntan por qué trata de pasar desapercibida. Una detenida mirada a lo que nos rodea transmite la sensación de encontrarnos en una isla en medio de un océano de verdor.

Vive en la pradera una charca temporal, de esas que almacenan agua y vida según la época del año. De redondez casi perfecta, no demasiado grande, refleja el brillo del cielo como una lente tendida. Estas someras balsas, aspirantes a lodazales, suelen ser destino de la fauna más diversa: jabalíes, venados, aves… muchos de ellos de hábitos nocturnos. No obstante, nos sentamos al sol acomodando la espalda en un pino y esperamos, con la fugaz ilusión de sorprender a algún visitante. Los altos pinos susurran al viento y crujen con la tranquilidad de los muebles viejos. El espejo de agua apenas se estremece, y el color ocre de una hoja de melojo en el agua permanece, como una vela flotante. El arroyo cercano advierte con modestia que su exiguo caudal anda en las últimas.

 

 

El mirlo se agita entre la espesura, no sabemos si molestos por nuestra presencia o por la llegada de inquietos pinzones que van y vienen, del rosal al melojo, del pino al majuelo. Dan varias vueltas antes de detenerse y aterrizar en la pradera o de percharse en alguna rama, desconfiados, por más que tratamos de no mover un músculo. Luego un bonito herrerillo anuncia su llegada con un rasgado de alas alrededor del borde abierto del bosque. Y de la misma forma que llega, se va, gorjeando alegremente.

 

 

Si lo pensamos bien, los animales muestran unos patrones de actividad casi constante, uniforme, como nosotros. Compartimos la necesidad de buscar refugio, comida, compañía, soledad, seguridad. El cernícalo se perfila aleteando inmóvil contra el cielo otoñal, y al rato se aleja en busca de una nueva zona de caza donde rastrear el movimiento de ratones y topillos. El zorro trota olfateando el suelo, deteniéndose de cuando en cuando para escrutar el entorno y continuando su incansable merodeo. El rezagado abejorro exhibe su zumbido rebuscando entre las últimas flores antes de ocultarse en su cálida guarida pedregosa. Nosotros sabemos dónde descubrir a la garza, el gamo, el buitre o la ardilla. Otra cosa será si ellos no han sabido revelar antes nuestra presencia y nos están acechando desde algún recóndito lugar. Un gañido gutural nos saca repentinamente de estas reflexiones. Algo andan buscando los cuervos entre los pinos.

 

 

Tras este breve paréntesis, la trocha se introduce en un mundo secreto, escondido y sumergido casi en la oscuridad. El sonido de nuestros pasos se magnifica. A ambos lados el soto se aprieta tejiendo una densa urdimbre de ramas y hojas solo accesible a pequeñas aves inquietas. Sauces, majuelos y fresnos conviven hermanados en ese recodo, formando el sotobosque previo al gran pinar. Por allí anda el Arroyo de las Corralizas, nombre que evoca tiempos de una ganadería activa. No suele llevar agua este regajo, que desciende lamiendo la ladera, pero es la columna vertebral de un precioso barranco preñado de murmullos y habitado por singulares formas vitales cuya compañía deseamos.

Escaneamos con la mirada ambas laderas y percibimos claramente las diferencias, solana y umbría frente a frente.