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Oasis urbanos, 3

Estación de escucha

Este detallado y dilatado análisis que ahora llega a su fin nació como consecuencia de una cuestión que me abordó en un momento determinado: si quisiera coger un libro y sentarme a leer en algún parque de la ciudad, ¿cuál de ellos sería el más apropiado para disfrutar de una lectura con el menor nivel de perturbaciones externas? A medida que iba conociendo y profundizando en los paisajes sonoros de los llamados oasis urbanos me surgieron algunas dudas y sensaciones inesperadas. Las reflexiones que reflejo a continuación son personales, y probablemente no coincidan con las que otras personas pudieran extraer en el caso realizar el mismo experimento.

1. No existe el oasis sonoro como tal, y mucho menos el urbano. Las antropofonías están presentes en todos los parques, en mayor o menor medida, y en un altísimo porcentaje de paisajes sonoros, incluso naturales.

2. Como aún me considero miembro del reino Animalia, puedo dar fe del estado de ansiedad que provoca el ruido ambiental que existe en los paisajes sonoros, incluidos los parques urbanos. Algunas especies —incluyendo integrantes de la humana— son capaces de adaptarse a las condiciones de ruido, pero otras, la mayoría, prefieren cambiar de hábitat.

3. La diversidad animal es directamente proporcional al tamaño del espacio ocupado —en nuestro caso, a la extensión del parque— y a la diversidad vegetal del mismo. Si a un espacio reducido le añadimos escasa diversidad botánica y la proximidad de ruidos humanos, la biofonía es casi testimonial. Un ejemplo: pasamos antes de amanecer por el puente que une el parque de Los Moralejos y la zona de los institutos, cruzando el río Júcar. Pueden escucharse trinos variados, cercanos y no tanto, y el rumor del agua al fondo. Días después hacemos el mismo recorrido, pero un grupo de jóvenes aún se encuentra en la parte posterior del polideportivo castigando sus tímpanos con una insoportable barahúnda —no me atrevo a llamar música a eso, por respeto a la música y al buen gusto—. Las aves han decidido callar.

 

 

4. Los animales no tienen la guerra declarada a la especie humana, pero sí a las perturbaciones que esta genera. Podemos convivir en cierta armonía siempre que no provoquemos estridencias innecesarias. Otra cosa es hasta qué punto los animales asocian al humano con el ruido, una cuestión que tal vez merezca la atención de la ciencia.

5. Cuando alteramos los sonidos naturales, aunque nos encontremos en un parque urbano, también estamos alterando el equilibrio alcanzado en este espacio. Me cuesta creer que realmente seamos conscientes de este hecho, así como de las consecuencias de nuestra actividad perturbadora sobre la calidad de estos oasis urbanos desde el punto de vista acústico.

6. Cada vez resulta más complicado evitar el ruido ambiental, el que procede mayormente del tráfico rodado y las tecnologías. A muchos nos cuesta convivir con estas antropofonías, que con frecuencia provocan una cierta desconexión con el mundo natural e incluso con nosotros mismos y los miembros de nuestra familia y comunidad. La cuestión es si podemos reforzar nuestros vínculos con la naturaleza por medio de la escucha. Yo creo que sí.

7. Sin embargo, no podemos pretender encontrarnos en un entorno sumido en el silencio. No existe. Incluso en esos habitáculos especiales que usan los otorrinolaringólogos para calibrar la audición, llegamos a percibir nuestra respiración, los latidos del corazón o el leve zumbido de los oídos. Unos minutos en esa reducida estancia provocan que nos invada una cierta inquietud que anula lo que quiera que sea el silencio. Quizá esto explique nuestra necesidad de hacer ruido, lo que nos mueva a pasar un largo rato en el parque, no para encontrar el silencio, sino un paisaje sonoro que no altere nuestras emociones y nos proporcione una cálida sensación de serenidad.

 

 

8. Hace poco más de cien años los jardines de la Diputación eran el único lugar de recreo para una población necesitada de otras alternativas. Este fue uno de los gérmenes que dio origen al Parque de Canalejas (1), hoy de San Julián. Poco se imaginaban entonces aquellas gentes que en el primer cuarto del siglo XXI habría tal variedad de parques hermosos, acogedores y bien diseñados, y que estos espacios destinados a ser oasis urbanos habrían de estas invadidos, okupados por la tecnología, la mecánica, las estridencias, los excrementos… Han cambiado a lo largo de un siglo la idea que tenemos del medio natural y nuestras preferencias, pero eso no ha de significar que debamos renunciar a pasar un buen rato en cualquiera de nuestros parques urbanos, sean oasis o no, soportando el menor ruido posible.

9. Eso sería una forma bastante estúpida de negarnos una estrecha relación con el mundo natural, algo esencial para nuestro bienestar físico, mental y social, aunque dicha relación tenga lugar en un parque urbano.

10. Con estas reflexiones, creo que ya estoy en disposición de resolver la cuestión de inicio. He tropezado con varias sorpresas, pues mi elección final se aleja bastante de lo esperado a priori. De hecho, la atracción emocional que siento hacia algunos de los parques visitados —cuyas imágenes sonoras son llamadas “paisajes sonoros totémicos” por Bernie Krause (2)— no ha sido capaz de influir en mi decisión.

11. A medida que avanzaba en mi análisis sobre la banda sonora de los parques urbanos, se ha reforzado en mí la idea de que el paisaje sonoro de un entorno determinado varía a lo largo de una jornada, pero ¿sucederá igual en el transcurso del año? Tengo que averiguarlo. Las grabaciones que hemos escuchado en la segunda parte de esta exploración fueron realizadas en los primeros días de otoño, de modo que ahora me propongo reflejar cómo se escuchan las demás estaciones. Veremos si no me encuentro con más sorpresas.

12. En todo caso, sin apenas darme cuenta, soy consciente de hasta qué punto llegamos a adoptar ciertas soluciones por criterios acústicos. Y hay un último detalle que no debemos despreciar: los árboles y la diversidad animal que albergan juegan un papel esencial en el bienestar de los habitantes de las ciudades, pero ¿por cuánto tiempo?

 

(1) Rodríguez Laguía, J. (2015). Así nació el Parque de San Julián. Olcades, Cuenca.

(2) Krause, B. (2021). La gran orquesta animal. Kalandraka, Pontevedra.