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Saber mirar, saber escuchar
Decir que el ser humano es visual no significa solamente poner de manifiesto lo que para algunos puede ser un defecto —uno más— de la especie. Hemos cambiado drásticamente la forma de comunicarnos. Entre otras muchas cosas, este cambio se acompaña de un aumento de los estímulos visuales y una modificación del hecho mismo de la escucha; el ser humano ha dejado de ser consciente de los sonidos que le rodean y a menudo tampoco lo es de los que produce.
La vista es el principal sentido que empleamos a la hora de captar y desarrollar la información que recibimos del mundo que nos rodea, y esto hace que otros sentidos, como el oído, se olviden y pasen a un segundo término, hasta el punto de haber perdido su valor social e incluso educativo. Las personas vivimos en una saturación visual, generada por la enorme cantidad de imágenes y estímulos visuales que nos encontramos en la vida cotidiana, lo que provoca el menosprecio de los demás sentidos. De hecho, esa supremacía de la vista, comparada con los demás sentidos, puede haber llegado a convertirse en un problema, y determinados impactos negativos permiten hablar de contaminación visual.
Reflexionemos: ¿Hasta qué punto sabemos mirar? ¿Realmente hemos aprendido en algún momento a escuchar? ¿Enseñamos a los niños a hacerlo? Hablo de desarrollar la mirada y la escucha crítica, para que creen espacios cercanos a la no imagen o al silencio, hablo de analizar y generar opiniones para actuar. Me refiero a integrarse en la sociedad de la mejor forma posible, y cooperar en el continuo desarrollo de esta, como ciudadanos activos. No se trata de que la escucha, reprimida más o menos a lo largo del tiempo, sustituya a la visión, sino que se empleen ambas. La escucha existe desde siempre y, sin embargo, se ha utilizado con menos conciencia que la visión.
En 1969 surge por vez primera el concepto de “paisaje sonoro” para hacer referencia a las propiedades acústicas de las ciudades que favorecen la relación de sus habitantes con espacios concretos de estas. Más adelante se perfecciona la definición diciendo que es el conjunto de propiedades auditivas de los paisajes (1). Posteriormente, el biólogo Bernie Krause entiende que, en los ambientes naturales no alterados, las criaturas vocalizan y se afinan unas en relación con otras, de una manera muy similar a la de los instrumentos en una orquesta (2). Y a partir de aquí, define las tres capas que forman el paisaje sonoro:
- BIOFONÍA: Sonido proveniente de los seres vivos (animales).
Vencejos
- GEOFONÍA: Sonido proveniente de elementos naturales y geoatmosféricos (elementos del ciclo del agua, viento, geomorfología, geodinámica...).
Cascada
- ANTROPOFONÍA: Sonido proveniente de la actividad humana (medios de transporte, industria, aparatos eléctricos o motorizados...).
Ambulancia
La interacción entre estas capas sirve de indicador para conocer el estado de salud ambiental de un hábitat, y nos permiten redefinir el concepto de paisaje sonoro como la colección de sonidos biológicos, geofísicos y antrópicos que emanan de un paisaje. Como vemos, la contemplación de un paisaje abarca algo más que mirar y observar sus bellezas plásticas. Requiere, además, escuchar los sonidos que en él se generan, algo que conviene aprender y enseñar desde los primeros años.
(1) Schafer, R.M. (2013). El paisaje sonoro y la afinación del mundo. Intermedio, Barcelona.
(2) Krause, B. (2021). La gran orquesta animal. Factoría K de libros, Pontevedra.