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Bajo techo
La lluvia no ha dejado de caer durante varios días, con intensidad variable, regando una tierra sedienta y despertando aromas que han llenado el aire de promesas. Sin embargo, no todo son buenas noticias. Mamá zorzal ha visto cómo casi todos sus polluelos han sucumbido al aguacero, que ha calado a las indefensas criaturas y han muerto de frío. Mamá zorzal bien podría haberse quedado en el nido cubriendo con su cuerpo a los pollos, pero la necesidad de proporcionarles alimento la obligó a salir. A mamá zorzal le habría venido bien un techo bajo el que guarecer a su pollada.
Como esta ave, muchos animales han de pagar un duro tributo por no contar con un habitáculo acondicionado para hacer frente a las inclemencias climáticas. Podría pasarle lo mismo a la lavandera cascadeña, de vida ligada a cursos de agua en cuyas orillas suele criar varios polluelos. A veces, no obstante, parece dar muestra de más sensatez cuando elige un agujero en una pared. O a la garza real, que anida en un árbol sin más protección para los pollos que su propio cuerpo. O a la tórtola, de lánguidos arrullos, que se limita a construir un escaso y frágil nido, tanto que pueden apreciarse los huevos desde abajo. Igual de precaria es la plataforma diseñada por la paloma torcaz, que puede escoger entre un arbusto, el suelo, un árbol o un tejado.
Nido de tórtola (Fuente: wildlife.lowecol.com.au)
Otras especies, sin embargo, han avanzado algo en la construcción de techos o el aprovechamiento de refugios. La lavandera blanca y el gorrión duermen en los árboles de la ciudad o en carrizales, sin mayor protección que la enramada. Aunque, a decir verdad, la primera hace el nido en el agujero del tronco de un árbol o bajo algún montón de piedras. El lirón gris no es muy exigente cuando elige su refugio: una grieta o un agujero en el tronco del árbol donde vive le sirven. La urraca recoge ramillas y las acumula en algún lugar inaccesible de la arboleda o el soto, y el nido que construye adquiere forma de cesta cerrada, con una estructura de ramas a modo de techo (1). Oculta así tanto los huevos como los pollos a la vista de predadores, al tiempo que proporciona protección contra las inclemencias. Sin embargo, no quedan libres del ataque de otros córvidos, lagartos, ofidios y humanos.
Hay especies como el abejaruco o el avión zapador, que excavan túneles en las terreras por donde antes pasara el río. A veces pueden verse docenas de agujeros en estos taludes, auténticas ciudades, construidas con paciencia, donde viven familias enteras de aves. Y al fondo de estas galerías, a veces de hasta un metro de largo, instalan el nido utilizando briznas de paja, plumas, hilos. Allí, al amparo de esa cueva, criarán a sus polluelos, bien protegidos de la lluvia y otros elementos. Parientes del avión zapador son las golondrinas, aviones comunes y vencejos, aves no excavadoras, pero que saben cómo cobijarse bajo techo, ya sea en un cuenco de barro bajo el alero de un tejado o directamente bajo las tejas.
Nido de avión común
Otras, en cambio, se muestran aún más sofisticadas. Es el caso del mito, un minúsculo, esquivo e inquieto pájaro capaz de reunir todo tipo de materiales como musgo, lana, pelo, líquenes o flores para diseñar una bolsa tan delicada como resistente, bien camuflada en el soto, con un pequeño orificio abierto a un lado por el que será difícil la entrada de agua. También el diminuto chochín aprovecha cualquier hueco o grieta en un talud o pared rocosa para instalar su nido, a base de musgo, líquenes y ramillas. La ardilla utiliza ramillas para construir una esfera casi perfecta que la protege de las inclemencias. Y por si esto fuera poco, se puede envolver con su cola como parasol, abrigo o chubasquero. Al espinoso erizo le sirve una pila de leña para encontrar refugio y calor, que luego podrá complementar con hojas secas. Tal vez tenga que compartir este cobijo con numerosos vecinos invertebrados, y no será extraño que también pidan asilo anfibios y reptiles que van buscando esos suculentos manjares. Muros y montones de piedra serán muy apreciados por lagartijas y pequeños mamíferos como ratones, musarañas o lirones, aunque estos beben los vientos por un agujero o grieta en el árbol donde viven.
Nido de erizo (Fuente: www.wildlifeonline.me.uk)
El modesto ruiseñor ubica su nido cerca del suelo protegido por la enramada de algún arbusto. Pero, no contento con esto, el macho extiende sus alas para proteger a la hembra mientras esta empolla a los huevos. Ahora bien, cuando el hambre aprieta debe abandonar el nido. Las aves acuáticas no tienen problemas. Su plumosa librea está revestida de una sustancia aceitosa secretada por unas glándulas situadas en la base de la cola. Un ánade, una focha o un zampullín, por ejemplo, frotarán su cabeza contra esas glándulas y luego contra el resto del cuerpo, logrando así impermeabilizar el plumaje. Solo un desastre constituirá un peligro para estas aves. Lo mismo cabe decir de la nutria, cuyo pelaje está lubricado por una sustancia impermeabilizante que protege al animal del agua y el frío, a la vez que reduce la resistencia al nadar. El caso del flamenco es particular. Aunque vive en un medio acuático, no le gusta que su casa tenga filtraciones, y construye un nido de barro con forma de volcán.
La Naturaleza, con mayor o menor soltura, se las arregla para salir adelante. Los animales no dejan de sorprendernos con sus costumbres, y no desprecian una pequeña ayuda que nosotros podamos ofrecer: una caja nido, un refugio para murciélagos, un comedero de pájaros… Aún no se han escrito los límites para mejorar nuestra relación con la Naturaleza.
(1) ARAÚJO, J. y otros (1991). Enciclopedia Salvat de la fauna ibérica y europea. Salvat Editores, Barcelona.