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Hazañas emplumadas
Cuenta Esopo en una de sus fábulas que aquel cuervo tenía mucha sed, en esto que vio un cántaro de agua en una granja. Se acercó, miró y descubrió que sí, que tenía agua, pero su cabeza no cabía por la boca del cántaro. El cuervo miraba y se negaba a rendirse. Tenía que encontrar una solución. Al final tuvo una idea: no lejos de allí había un montón de piedras, así que decidió coger una a una e introducirlas en el cántaro, de modo que el agua, poco a poco, tendría que ir subiendo. Lo consiguió. Y no puede decirse que conociera el principio de Arquímedes, pues este sabio aún tuvo que esperar algunos siglos para nacer. Más bien debió hacer caso de la máxima: la necesidad es la madre de la inventiva.
Lo que Esopo escribió tal vez naciera de la observación de la naturaleza, pues esta fábula tiene poco de fabulosa. Los cuervos son capaces de eso y más. Pero no todos los animales tienen las mismas habilidades. ¿Por qué es un paso tan difícil de dar para la mayoría de ellos? Puede que la explicación resida en el hecho de que muchos animales se ven obligados por la selección natural hacia un grado de especialización muy avanzado y ya llevan incorporadas en sus cuerpos las herramientas necesarias para resolver los problemas que su entorno les plantea —picos, en el caso de las aves—. No obstante, en la naturaleza abundan las situaciones en las que resulta mejor el uso de herramientas.
Cuervo (Fuente: Wikimedia Commons)
Probablemente sería arriesgado hablar de inteligencia “casi humana” para referirse a los animales y las aves en particular —aunque, bien mirado, no sabe uno si apuntar esta expresión en el haber de la cuenta aviar—. El caso es que, si por inteligencia entendemos la capacidad de aprender de la experiencia y sacar provecho de ella, podríamos afirmar que la historia de las aves es una historia de éxito. Las aves poseen una gran capacidad para realizar proezas que requieren extraordinarias habilidades, muy superiores a las que les hemos atribuido siempre. Su pico está adaptado para conseguir la comida. Curvos, alargados, afilados, con forma de pinzas o de gancho, aplanados… Pero con más frecuencia de la que ellas quisieran, el pico llega a limitar el tipo de alimento al que tienen acceso, razón por la que se ven obligadas a utilizar estrategias o herramientas que mejoren sus posibilidades culinarias.
Admitamos, por tanto, que las aves saben lo que hacen, aunque, para no pillarnos los dedos, será mejor que hablemos de destrezas cognitivas en lugar de inteligencia. Trataremos de comprobarlo en algunas de las especies más comunes en nuestro entorno. El caso al que suele recurrirse es el del cuervo, protagonista de la fábula de Esopo, pero no vamos a extendernos demasiado en profundizar más en lo que la bibliografía científica (2) ya ha dedicado cuantiosos esfuerzos. El siguiente vídeo ilustra fielmente sus hazañas:
Tampoco hemos de cargar las tintas sobre las proezas del alimoche, ni creo necesario volver a glosar las aventuras del pico picapinos, capaz de una igeniosa estrategia por la que supo utilizar la grieta de un pino o la horquilla de unas ramas de quejigo como yunque para obtener su alimento, una herramienta que el entorno pone a su disposición.
Siguiendo aquel adagio que dice “el que guarda, halla”, el arrendajo sabe guardar. Recoge frutos del bosque donde vive —bellotas, nueces, avellanas…— y las entierra o las esconde en la grieta de algún árbol, como si fuera una despensa. Luego vuelve a su árbol-alhacena para comer o reunir su cosecha. Bien mirado, el arrendajo está haciendo con el árbol lo mismo que los humanos del Neolítico con las vasijas de barro que aprendió a fabricar para guardar sus alimentos.
El alcaudón común no le anda a la zaga en eso de guardar en una despensa. Este pequeño pájaro no dispone de un pico largo o ganchudo, ni siquiera tiene garras en sus patas. Y, sin embargo, es un hábil predador de pequeñas aves, ratones, musarañas, lagartos, lagartijas y anfibios. Una vez atrapada su presa, no siempre la devora de inmediato, pero, como si pensara que no están los tiempos para derrochar, crea su despensa en las ramas de los arbustos espinosos, incluso en alguna alambrada, donde aprovecha las espinas o púas para ensartar su pitanza (1). El alcaudón no fabrica herramientas, pero sabe utilizar las que el entorno le ofrece.
Lo mismo le pasa al pequeño e inquieto trepador azul, un insectívoro de nuestros pinares que no se molesta en construir un nido. ¿Para qué, si cualquier grieta en un árbol o el nido ya practicado por un pico picapinos o un abejaruco le sirven? Ahora bien, el trepador debe hacer frente a un gran problema, grande por el tamaño de la entrada al nido. Aquí es donde entran en juego las asombrosas habilidades de este pájaro, capaz de convertirse en un diestro albañil. Porque, ni corto ni perezoso, se dispone a cerrar esa entrada con barro, faena que dejará el acceso al nido justo en su talla y lo hará menos vulnerable (1).
Trepador azul
Cabría preguntarse si el desarrollo de estrategias o el uso de herramientas hicieron más inteligentes a las aves o si su inteligencia permitió la mejora o adquisición de habilidades —lo del huevo y la gallina, vamos—. Aunque es posible que haya opiniones para todos los gustos, tal vez habría que echar mano del dicho: el hambre agudiza el ingenio. En otras palabras, el entorno ejerce la presión necesaria para desarrollar capacidades que permitan el uso de herramientas. Ahora bien, hace falta un cierto grado de evolución mental para hacer frente a los desafíos del entorno y una vez que una especie se inicia en estas lides sus habilidades cognitivas crecen exponencialmente (2).
Como vemos, no es necesario perderse en remotos lugares y escarbar en las intimidades de especies exóticas para ver cómo las aves alcanzan un nivel de habilidades cognitivas que les capacita para resolver sus problemas cotidianos. Esto es algo que podemos constatar tan cerca como nuestros montes, campos, o jardines. Será atrevido hablar de inteligencia, pero el carácter cultural que alcanza el uso de herramientas por parte de los animales es, al menos, llamativo, y estas prácticas se transmiten a través de la imitación y el aprendizaje. Habría que animarse a instalar sencillos comederos y observar con paciencia. Seguro que descubriremos estos y otros detalles curiosos que no dejarán de despertar nuestro asombro.
(1) Araújo, J. y otros. (1991). Enciclopedia Salvat de la fauna ibérica y europea. Salvat Editores. Barcelona.
(2) Ackerman, J. (2017). El ingenio de los pájaros. Ariel. Barcelona.