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Hoy por ti, mañana por mí

Etología

 

Parece muy extendida la idea de que la especie humana está muy puesta en lo que a cooperar con sus semejantes se refiere, que, por encima de lograr un objetivo de forma individual, prefiere hacerlo en equipo, que todo esto requiere una compensación, una reciprocidad. Así al menos fue durante el Paleolítico, cuando los grupos humanos seguían a las manadas de animales y se organizaban para conseguir sus presas. Sin embargo, el Neolítico supuso el nacimiento del sentido de la propiedad —mi tierra, mi cosecha, mi casa…—, un paso atrás, según Yuval Noah Harari (1), y de ahí surgió la necesidad de proteger las posesiones, la organización de grupos de defensa, la guerra. Poco a poco nuestra especie se ha ido bregando en la competencia por ostentar más bienes que el otro, en echarle cara más que en cooperar, en vivir del cuento.

 

 

Conocemos poco sobre esta faceta del comportamiento entre los animales. Apenas unas cuantas escenas en los documentales televisivos que suelen pasar desapercibidos nos muestran que entre ellos también se da la cooperación para lograr objetivos comunes. El etólogo Frans de Waal (2) cuenta un curioso experimento. Dos chimpancés se encuentran en una jaula, al alcance de dos cabos de una cuerda atada a una caja donde hay comida. La caja es demasiado pesada para que uno de ellos pueda arrastrarla hacia la jaula. Hace falta que los dos tiren de la cuerda. Y lo hacen. Pero uno de ellos parece algo perezoso, de modo que, cuando deja de esforzarse, el otro le da una palmadita en la espalda para animarle, quién sabe si para recriminarle su cara dura. El problema del chimpancé perezoso es que hace poco tiempo que ha comido, así que su interés por la caja no es muy elevado. Y, sin embargo, tira de la cuerda, aunque sea a regañadientes. ¿Por qué? Pues porque, dotado de un sentido de la reciprocidad, piensa que tal vez en otro momento puede ser él quien necesite la ayuda de su compañero. Hoy por ti, mañana por mí.

Ni la especie humana ni otras especies con ella emparentadas, como los chimpancés, tienen la exclusiva de la cooperación. Conviene recordar que el mirmecólogo Edward O. Wilson (3) nos baja los humos cuando advierte que las hormigas ya vivían en sociedad ciento veinte millones de años antes de aparecer los primeros homínidos, de modo que no parece oportuno presumir de haber inventado la solidaridad. Capaces de levantar objetos mucho mayores que ellas, las hormigas son un magnífico ejemplo de ordenada colaboración, y saben ayudar a las compañeras heridas o fatigadas para regresar al hormiguero. Y si se trata de anteponer el interés general al individual, ¿quién supera a las abejas?

 

Fuente: necesitodetodos.org

 

No todos los animales actúan en equipo. En nuestras latitudes el gato montés, el lince o el zorro cazan en solitario, pero veamos el ejemplo del lobo (4). En cuestión de velocidad, no gana medallas; cualquier herbívoro es más rápido que él, aunque resulta difícil superar en resistencia. Su estrategia de caza, regulada por una marcada jerarquía, se basa en agotar a la presa y en el reparto de funciones. Así se produce el acoso y persecución, por difícil y agresivo que resulte el objetivo, como el jabalí, y entre varios miembros del grupo lo inmovilizan y devoran.

También la grajilla se mueve en grupo cuando se trata de defenderse de un predador o incluso de atacarlo cuando un miembro de la bandada es atrapado. El graznido de una grajilla desencadena la reacción de defensa y todo el grupo acude al lugar del suceso emitiendo graznidos que importunan al predador. Llegado el caso, pueden atacarle realizando vuelos rasantes para golpearle con el pico o las garras. En África encontramos al elefante, que forma grupos donde los adultos protegen a las crías, aunque no sean las suyas. Si una de ellas cae en una poza de agua o barro, rápidamente se moviliza la manada en su rescate. La unión hace la fuerza. Y los búfalos cafres pueden dejar de ser presas para hacer frente al mismísimo león que está a punto de cazar a uno de ellos. Al norte de Canadá y Groenlandia vive el buey almizclero, herbívoro de aspecto pesado y torpe que para protegerse de los depredadores se dispone en círculo junto al resto de la manada con los cuernos hacia fuera, mientras los jóvenes quedan amparados en el interior.

 

Grupo de bueyes almizcleros en posición de defensa (Fuente: deanimalia.com)

 

Una cosa tenemos en común todas las especies animales sociales: los individuos colaborativos nos caen mejor que los competitivos. No obstante, no resulta sencillo comprender la triste paradoja que se da en nuestra especie: si somos tan sociales, ¿cómo es posible que unos grupos humanos deban soportar situaciones de hambre, pobreza, guerra, desigualdad o exclusión? No sé si puede sostenerse la idea de que nuestra especie es mejor que otras a la hora de perseguir metas comunes, especialmente si observamos a determinadas sociedades. Las tribus que con cierta prepotencia consideramos primitivas siguen viviendo en el Paleolítico. Solemos asumir que corren el peligro de desaparecer porque no han sabido evolucionar y, sin embargo, se han mantenido así durante miles de años. Pero en lo que se refiere a su modo de vida colaborativo con los demás miembros de su comunidad y respetuoso con el medio ambiente son capaces de darnos varias lecciones cada día. Tal vez si nosotros quisiéramos practicar eso de “hoy por ti, mañana por mí” y recuperar la ética de vivir en equilibrio con la Tierra, deberíamos desevolucionar un poco.

 

(1) Harari, Y.N. (2014). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Debate, Barcelona

(2) de Waal, F. (2016). ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? Tusquets, Barcelona

(3) Wilson, E.O. (2012). La conquista social de la Tierra. Debate, Barcelona

(4) ARAÚJO, J. y otros (1991). Enciclopedia Salvat de la fauna ibérica y europea, Salvat Editores, Barcelona