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Parecer lo que no es

Etología

 

Cualquier parque urbano —los ejemplos se apelotonan pugnando por salir— ofrece al paseante un bucólico espacio donde relajarse, abstraerse del ruidoso ajetreo de la ciudad y donde admirar las bellezas naturales que alberga. Centremos la atención en el Campo Grande de Valladolid. Tan amplio como acogedor, sus generosos paseos parecen interminables, y contiene varios elementos que bien podrían formar parte de todo parque que se precie: una gran pajarera, un elegante estanque de aguas tranquilas y algunos animales que pasean sus encantos junto a quienes desean disfrutar de su compañía. Como esos magníficos pavos reales que, de forma intermitente, llaman nuestra atención con sus guturales glugluteos.

Exhiben los pavos sus magníficas colas llenas de largas plumas, de hasta un metro de longitud, multicolores, con llamativos ojos que parecen observar a uno desde todos los ángulos imaginables. Una sofisticada decoración de la Naturaleza. Lo que hacen realmente es mostrar su soberbia imagen con el fin de que se acerquen las hembras. No precisan ser agresivos, simplemente dejarse ver, sabiendo que son ellas las que eligen al mejor, al más bello y portentoso, al que, según su criterio, domina mejor el arte de la supervivencia, al que puede dejar los genes más viables. Por esta razón están interesados los machos en parecer algo diferente a lo que son.

 

 

Si echamos mano de los consabidos documentales de naturaleza, recordaremos haber visto a los elefantes defender su posición en actitud agresiva extendiendo sus orejas para hacer creer que son más grandes de lo que ya son. Entre los insectos hay mariposas que ocultan su fragilidad ante posibles depredadores abriendo sus alas y mostrando dos grandes “ojos”, con lo que aparentan ser un temible enemigo. Lo mismo cabría decir de los ciervos, especie en la que las hembras escogen al macho de mejor estampa y más amplia cornamenta. Suele pasar, por cierto, que los individuos más jóvenes se quedan a dos velas, pues las hembras los prefieren maduros, fuertes, esbeltos y quién sabe si con experiencia. A veces, la veteranía tiene sus ventajas.

 

 

Vitus B. Dröscher (1) se pregunta cómo pueden las hembras establecer comparaciones de tamaño y belleza entre los machos. Al parecer, esa variedad cromática o la ostentación de gestos o elementos corporales —orejas, cornamenta, manchas…— no hacen sino apabullar a las hembras, desconcertarlas, paralizar sus posibilidades de reacción, y todo ello las fascina y deslumbra. El macho, entonces, solo tiene que esperar una decisión que culmine con la conformidad de la hembra. Aunque también puede darse el caso de que el macho esté agotado y no sea capaz de satisfacer a las hembras de su harén, circunstancia que puede aprovechar alguna de ellas para, dejándose llevar por sus instintos, ofrecer una oportunidad a alguno de los jóvenes que fueron descartados. La paciencia, y tal vez el desengaño y la infidelidad, son artes que también se cultivan en el reino animal.

 

(1) Dröscher, Vitus B. (1986). Los animales son también humanos, Planeta, Barcelona