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Útil y coherente

Etología

Lo recordamos como si fuera un hecho reciente. La estrecha carretera ascendía serpeando desde el embalse de La Toba, por Pie Pajarón, con ánimo de alcanzar el llano de la Muela de la Madera. El incipiente otoño comenzaba a colorear el paisaje con artísticas pinceladas de carotenos y antocianinas. El sol todavía calentaba las praderas despejadas, que poco a poco iban desprendiéndose de sus verdes matices. Estos amplios espacios luminosos, en las afueras del bosque umbroso, eran frecuentados por manadas de ciervos y gamos, hembras con sus retoños, ya crecidos, que correteaban inquietos ante la perturbadora presencia de nuestro coche. Aquel día llegamos a contar varias docenas. Los niños, hoy escalando la treintena, no se perdían detalle, la nariz pegada a la ventanilla. Vemos ahora que no éramos conscientes entonces de estar sentando las bases de nuestra particular alianza con la Naturaleza.

Tampoco llegamos a plantearnos una cuestión que tal vez tenga más recorrido del que imaginamos. ¿Resulta plenamente beneficiosa para el entorno la abundancia de estos consumidores primarios? ¿No sería deseable el regreso de sus naturales depredadores, encargados de conservar el necesario equilibrio del ecosistema? Podría argumentarse que tal papel ya lo desempeña la caza. Cierto. Bien regulada y con normas respetadas por todos, la actividad cinegética evita los excesos culinarios de los fitófagos que, de otra manera, removerían los cimientos de la armonía silvestre. Pero no todos se sienten inclinados a acatar la legalidad vigente, y el afán por lograr los mejores trofeos conduce a eliminar las piezas con la carga genética más prometedora. Por aquí y por allá se instalan llamativos comederos para favorecer el engorde de los animales que luego serán abatidos para mayor gloria de ufanos captores. Al fin y al cabo, es lo mismo que se hace en las granjas de cría y engorde.

 

 

Vivimos la depredación natural a pequeña escala, acaso sin ser conscientes de ello. Ante un ataque de pulgón en nuestros rosales disponemos de dos alternativas: recurrir al contraataque químico o contar con la inestimable contribución de sus depredadores naturales, como las mariquitas. Todo depende del grado de estima que tengamos a nuestro jardín. Al carbonero común le encanta la oruga de procesionaria, el zorro y el búho compiten por golosinas como conejos y roedores. La presencia de presas regula la actividad de depredadores. Borremos a estos del mapa y pronto estaremos hablando de plagas. El siguiente paso tal vez sea el desierto.

Si seguimos aceptando al animal cazador, sin duda mantendrá a raya al voraz herbívoro, dando tiempo así a la imprescindible recuperación de la cubierta vegetal. El depredador como aliado del bosque y el matorral. La menor población de presas significa menos cazadores, pues han de buscar nuevos recursos en otros espacios. La vegetación, entonces, desboca su crecimiento. Desorden y caos. Alimento para incendios forestales. Salvo que se incremente el número de presas, lo que hará aumentar el de depredadores. Y vuelta a empezar.

 

 

Más allá de estas fluctuaciones poblacionales, conviene no perder de vista lo que la situación descrita supone para el comportamiento animal. Volvamos al comienzo. ¿Por qué fuimos capaces de observar un elevado número de ciervos y gamos en entornos despejados? ¿Sería por no haber depredadores naturales? Ni siquiera nosotros, a bordo de nuestro vehículo, éramos una amenaza para ellos. Ahora incluso podemos sorprenderlos en las inmediaciones de los pueblos tratando de allanar, no siempre con nocturnidad, huertos y sembrados. ¿Qué pasaría si hubiera depredadores naturales? Los fitófagos abandonarían los entornos abiertos, que pronto se repoblarían de matorrales, y buscarían refugio en la fronda, donde tendrían más posibilidades de supervivencia, y difícilmente se llegaría al exterminio, algo que no interesaría a los propios depredadores. Estos serían nuestros aliados en la batalla contra el desierto.

Esta es, en esencia, la base de una de las ideas que nos dejó Aldo Leopold. Dejar la puerta abierta al regreso de los cazadores naturales sería mucho más útil y coherente que aportar especies de forma artificial.