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Lobos de los pulgones, alas de encaje
En los últimos días de un verano cualquiera me encontraba recorriendo la Hoz del Tejo, junto a la localidad de Collados. Como suele ocurrir, cuando uno busca una cosa, es fácil que encuentre otra. En aquella ocasión, iba escrutando con cierto detenimiento las acículas de los pinos en busca de procesionaria, cuando descubrí lo que sigo considerando uno de esos pequeños tesoros de la naturaleza que aún guardo con la máxima estima: una puesta de crisopa, probablemente una de las más curiosas, refinadas y gráciles que podemos encontrar en el campo. Un hallazgo de este tipo supone gozar de una suerte difícil de repetir, pues se trata de una de las puestas más diminutas e imperceptibles. Después de aquello he seguido buscando, pero sin éxito.
La crisopa es un insecto que pertenece al orden de los neorópteros, llamados así por el aspecto de sus alas transparentes, cubiertas por una red de nervaduras. Su esbelto cuerpo es de color verde y en su cabeza destacan unos grandes ojos iridiscentes —en Inglaterra y Estados Unidos la llaman a veces “ojos dorados”—. No es raro ver a esta grácil mosquita viviendo entre nosotros o buscando refugio y letargo en casas abandonadas durante el invierno y los primeros meses de primavera, adquiriendo entonces un ligero tinte rosado. De mayo a octubre frecuenta bosques y parques, y también la podemos encontrar revoloteando de noche alrededor de una fuente de luz.
La estructura de la puesta está formada por delgados filamentos en cuyo extremo se encuentra un diminuto huevo. Su estrategia de reproducción empieza por la selección del lugar donde quiere colocar a su descendencia. En el caso que presento en la imagen, la crisopa debió sentirse atraída por la acícula del pino, pero a veces elige el envés de cualquier hoja plana.
Después segrega una pequeña gota de fluido adherente sobre el que pegará un delicado filamento de unos 15 milímetros con el huevo en su extremo. Esta operación se repite tantas veces como huevos formen la puesta, esperando entre cada uno el tiempo suficiente para que el filamento adquiera la consistencia necesaria para sostener el huevo. Es probable que la intención de la crisopa sea engañar a los depredadores de huevos, haciéndoles creer que se trata de hongos.
Al cabo de unos días los huevos comienzan a vibrar y de cada uno surge un extraño ser que en nada se parece a su elegante madre, con el cuerpo cubierto de pequeños pelos.
El primer problema con el que se enfrenta la larva es cómo salir de la delicada estructura donde se alojaba y comenzar su viaje por la vida, pues carece de alas. Para resolverlo, se aferra con fuerza al huevo mientras busca una salida hasta que la encuentra: tendrá que utilizar el propio filamento que sujeta el huevo a su soporte vegetal y que le aísla del peligro.
Sucesión de imágenes tomadas de El jardín viviente.
El segundo problema de la larva de crisopa es la subsistencia, pero en seguida lo soluciona, pues ha heredado la voracidad y los gustos culinarios de su madre: los pulgones. Muy cerca de la puesta hay una colonia de estos pequeños insectos áfidos —mamá crisopa sabía lo que hacía—, de modo que las larvas encuentran rápidamente la comida. Provistas de unas agudas tenazas, inyectan un líquido en el cuerpo de los infortunados áfidos, deshaciendo sus entrañas antes de succionarlas como si tuvieran una pajita para beber.
No son los pulgones los únicos integrantes del menú de las larvas de crisopa, ya que también devoran otros insectos cuya abundancia los convierte en auténticas plagas. A veces se recubren con las cutículas desecadas de sus víctimas, quedando tan perfectamente camufladas que parecen un resto más entre los desechos.
Al cabo de tres semanas las larvas alcanzan su tamaño definitivo, se fijan a un soporte, se rodean de un capullo esférico de seda blanca producida por el ano y comienza la metamorfosis de otras tres semanas. Este proceso se repite dos o tres veces al año. La generación estival suele ser corta, pero la otoñal pasa el invierno en estado de pupa hasta la primavera.
La crisopa se convierte así en un valioso aliado del horticultor y el jardinero, pero, como suele ocurrir, no cuenta con la justa valoración por nuestra parte. Sin duda un mejor conocimiento de este insecto permitirá hacer justicia.