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Una pequeña artesana del barro

Fauna

Tratando de pasar casi desapercibidas entre las rugosidades de la roca caliza es posible encontrar unas extrañas formaciones de barro con apariencia de diminutas ánforas romanas. El caso despierta prontamente la curiosidad del observador. Se trata de nidos de una eumenes (Eumenes pedunculatus), uno de los insectos que por su forma de trabajar es conocido como avispa alfarera, y que no tiene la intensa vida social de otras avispas más conocidas. Se le ha puesto este nombre en honor a Eumenes de Cardia (362-316 a.C.), general al mando de Alejandro Magno, tal vez por su afán por preservar sus riquezas, lejos incluso del alcance de su admirado jefe. Veamos por qué.

Ánfora de avispa alfarera adosada a la roca (Imagen cedida por Marta Fernández).

 

Probablemente habremos visto diferentes clases de avispas merodeando por las charcas y zonas húmedas del campo. No es que tengan sed, están buscando barro para construir sus nidos adheridos a una ramilla, a las paredes, ocultos en taludes arenosos o, como es el caso, en la roca. Y no sirve cualquier barro. Para lograr sus propósitos, la hembra de avispa debe encontrar un material de la mejor calidad, con su grado justo de humedad y consistencia; por eso da vueltas y vueltas hasta encontrarlo. La avispa se afana entonces por recoger pequeñas bolitas de barro que transporta hasta el lugar elegido para construir su cámara de cría, una peculiar obra de arte. La avispa alfarera, de 1,5 mm de largo, pone en práctica la misma estrategia que los artesanos humanos para la elaboración de recipientes: una a una, las pequeñas bolas de barro se van transformando en filetes estilizados que cementa con su propia saliva y se superponen dando forma al habitáculo. Con sus patas comprueba que el grosor de la pared sea uniforme, a la vez que agita el material de obra de la misma forma que los albañiles humanos remueven el hormigón. Y así, un viaje tras otro, incansable.

Avispa alfarera buscando alimento (Fuente: wikimedia.org)

 

Para terminar su delicado jarroncillo, la avispa lo cierra con una elegante y estrecha embocadura a modo de labio. Tras esperar unas horas para que las paredes de la vasija se sequen, deposita un pequeño huevo que deja colgando del techo, junto a la entrada. A continuación rellena el interior con los cuerpos de orugas, aunque en realidad no se trata de cadáveres, sino de cuerpos paralizados por el veneno de la avispa. El objetivo es que esos cuerpos sirvan de alimento para la cría de la avispa durante el otoño y el invierno —esto permite destacar la utilidad de la eumenes para el control biológico de plagas—. Es entonces cuando la cámara de cría y despensa se cierra con una capa más de barro. Mamá avispa se aleja volando para construir otra vasija.

Interior de la vasija (Fuente: wikimedia.org)

 

Más tarde, en su interior, el huevo eclosiona y se encuentra con que tiene a mano una apetitosa despensa que no tarda en devorar. Tras una larga metamorfosis, la larva se transforma en una pupa a la espera de convertirse en un adulto de avispa alfarera. Su objetivo ahora es salir de lo que ha sido una estrecha cámara de cría. Para ello solo tendrá que excavar pacientemente la capa de barro que la protegía. Esto ocurre en verano. Y ya está, el ciclo de la vida, una vez más, se ha cerrado.