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Una relación incómoda
La sensación de picor es espantosa y llega hasta la quemazón, con áreas de la piel rojizas provocadas por rascarse de forma compulsiva. La piel se inflama y se forman ronchas. En función de nuestra sensibilidad al ataque, puede llegar a doler la garganta. No cabe duda, queriendo o sin querer hemos entrado en contacto con un grupo de orugas de procesionaria del pino (Thaumetopoea pityocampa Schif.), que causan estragos a cualquiera que tenga la mala suerte de cruzarse en su camino.
Armadas con una buena cantidad de pelos venenosos, estas orugas son consideradas como una plaga para nuestros pinares ya que provocan su defoliación. Esos pelos, finos y rígidos, penetran fácilmente en la piel, liberan una toxina, la thaumetopoeína, y el cuerpo de la víctima libera histamina en respuesta de su sistema inmune. La reacción química es lo que provoca los efectos descritos. Aunque suelen desaparecer de forma espontánea, algunas personas pueden necesitar medicinas. Las personas especialmente sensibles pueden sufrir una reacción mucho más grave y potencialmente mortal llamada anafilaxia.
De forma sorprendente, pocas personas que padecieron el ataque de la procesionaria llegaron a ver al causante de su malestar. Los pelos pueden llegar flotando en el aire en un día ventoso. Esto es relativamente habitual ya que las orugas viven en colonias numerosas. Sabemos que se desplazan gracias al contacto de unas con otras, formando largas y parsimoniosas hileras. Y ello es posible precisamente por los pelos urticantes. Si no los tuvieran, estarían demasiado expuestas.
Ahora también se sabe que nuestras conocidas orugas no son las únicas que emplean estas estrategias defensivas y de movilidad. En África, por ejemplo, hay tribus que consumen una especie de oruga chamuscando previamente los pelos urticantes. Comer una o dos de estas orugas no supone ningún problema para ellos, pero esto no significa que basen su dieta en este plato, que puede resultar bastante indigesto y provocar síntomas como dificultades para hablar, alteración de la conciencia, los ojos en blanco, problemas de equilibrio y temblores. Recientemente se ha establecido que la tiaminasa, una enzima en el cuerpo de la oruga, destruye la vitamina B1 de la víctima. Afortunadamente, los síntomas desaparecen rápidamente con suplementos vitamínicos.
En el continente americano tampoco están libres del ataque de una procesionaria del género Lonomia. Se cuenta el caso de una mujer en Brasil que cayó en coma tras ponerse una zapatilla en la que se había alojado una de estas orugas. Los médicos encontraron lesiones en su pie izquierdo, donde los pelos habían atravesado su piel. La toxina había provocado hemorragias intracerebrales, de las que murió la víctima siete días después. Cada vez más personas están expuestas al peligro debido a la deforestación y la disminución de los enemigos naturales de la oruga.
Nuestra procesionaria del pino también cuenta con adversarios que nosotros nos empeñamos en ignorar. No seré yo quien rompa una lanza en favor de este incómodo vecino, salvo para recordar que es un herbívoro más y que forma parte de la cadena alimenticia de nuestro ecosistema mediterráneo. Los problemas de urticaria se pueden prevenir sorteando el contacto con las orugas, pero la mejor forma de combatirlos es proteger a las aves insectívoras y favorecer su asentamiento en nuestros bosques. Herrerillos, carboneros, urracas, cucos, abubillas o cuervos son algunas de las aves que pueden dar la cara por nosotros, pero también es encomiable la labor realizada por hormigas, cigarras, avispas y arañas. Entre los mamíferos que depredan a la procesionaria se encuentran el lirón y los murciélagos.
Por eso, siempre que podamos deberíamos participar en campañas de fabricación o colocación de cajas anideras o, al menos, no destruir las que ya están colocadas.