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Viscosidad subterránea

Fauna

Sucede con cierta frecuencia. Ocurre si a uno le da por cavar el jardín para plantar o trasplantar alguna especie, por ejemplo. A poco que la tierra aún conserve cierto grado de humedad se la ve remover su cuerpo alargado, brillante, viscoso, dividido en segmentos, de aspecto algo repulsivo, para qué vamos a negarlo. De momento no se aprecia bien dónde está la cabeza y dónde la cola, salvo por el curioso ensanchamiento de su cuerpo, el clitelo, más cercano de la primera. Pongamos que hablo de la lombriz de tierra.

Antaño jardineros y hortelanos mostraban no poco desagrado ante semejante viscoso animal, por pequeño que fuera, y aún hoy comparten tal sentimiento gentes poco curiosas que no albergan interés alguno por conocer los entresijos de su oscura existencia subterránea. Le prestan escasa atención en la creencia de que no sirve para nada, que es acaso un insignificante eslabón en la cadena de la naturaleza, que no pasaría nada si desapareciera del mapa de la vida. No alcanzan a descubrir que las lombrices constituyen un delicioso componente en el menú de multitud de aves, anfibios y pequeños mamíferos. Pero eso no es todo; antes de nada, conozcamos algo mejor a estos anélidos.

 

 

Ya que he mencionado el clitelo, conviene decir que se desarrolla en la madurez para facilitar la unión de los individuos durante la fase de apareo. En él se depositan los huevos y el esperma, y de él saldrán las nuevas lombrices. Curiosamente, no es la única forma de multiplicarse. Si cortamos una lombriz en dos partes, cada una de ellas desarrolla la parte que le falta (1), dando lugar a individuos diferentes, aunque lo normal es que se regenere la parte de la cabeza. Pero aún cuentan con otro recurso menos traumático para la continuidad: las lombrices son hermafroditas y ponen huevos envueltos en una mucosidad que los protege y mantiene húmedos.

Las lombrices, ahí donde las vemos, promueven la vegetación, que quedaría sensiblemente perjudicada sin ellas. ¿Cómo lo hacen? Desempeñan una eficaz e incansable labor de zapa, taladrando, perforando y aumentando la porosidad del suelo, tarea que permite el acceso del agua y el nitrógeno atmosférico a la tierra, el intercambio de nutrientes y el desarrollo de las raíces. ¿No es eso lo mismo que hacen los agricultores cuando labran? Además, mezclan la tierra con pequeños fragmentos de plantas que sirven de abono. Las lombrices son relativamente fáciles de observar en el suelo, a pesar de que la mayor parte del tiempo la pasan horadando la tierra. Y es que van dejando pequeños montoncitos formados por bolitas de tierra. Son una auténtica máquina de procesar compost (1) desde el momento en que consume restos orgánicos y los mezcla en su aparato digestivo con sales minerales del suelo, devolviendo el resultado en forma de mantillo de la mejor calidad. Si aún nos parece insignificante la labor de este animal, sepamos que cada día es capaz de comer la mitad de su peso corporal —ahora cada uno de nosotros podría calcular lo que debería consumir para igualar a este pequeño viscoso subterráneo—. Las lombrices son, por tanto, lo más parecido a fábricas vivientes de suelo nutritivo destinadas a conseguir que la tierra tenga las propiedades adecuadas para que las plantas puedan vivir.

 

 

Una tierra sin lombrices sería una tierra pobre, fría, improductiva, dura. Las plantas en modo alguno se ven dañadas por su actividad excavadora y generadora de humus, una impagable contribución a la fertilidad que ya mereció la atención de alguien como Charles Darwin, que en 1881 escribió La formación del manto vegetal por la acción de las lombrices: con la observación sobre sus hábitos. Fue su último libro y por él fue considerado fundador de la biología del suelo. Con este libro, uno de los más vendidos en la época, las lombrices salieron ganando, pues empezaron a no ser consideradas como una plaga. Darwin expone cómo la acción continua y gradual de las lombrices ejerce cambios significativos en el paisaje, y a partir de sus observaciones se han prodigado los estudios sobre el papel de estos viscosos invertebrados en la formación de los suelos, en la dinámica de la descomposición y el flujo de nutrientes y en el funcionamiento de los ecosistemas terrestres.

Si después de leer estas líneas, alguien se encuentra una lombriz en su jardín, espero que el buen sentido le permita comprobar que ese anélido alargado, brillante, viscoso, dividido en segmentos, de aspecto algo repulsivo, para qué vamos a negarlo, sirve para algo más que como cebo de pesca. La tierra sabrá agradecer que dejemos en paz a la lombriz.

 

(1) Allo Hernández, J. (2011). Un safari en el jardín, Tundra, Valencia.