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Lo que sabía el onceno Alfonso sobre la caza del venado

Historia

Hay que ver el juego que ha dado —y sigue dando— el monte y la de palabras que ha parido. Una breve incursión en el DRAE nos muestra montanera, montano/a, montaña, montañismo, montaraz/a, montazgo, montería, montero/a, montés/a, montesino/a, montuno/a o montuoso/a. Detengámonos en la montería, un tipo de caza creado hacia la primera mitad del siglo XIV en montes de difícil acceso, solo a pie o a caballo, época en la que se usaban jabalinas, flechas y cuchillos.

El rey Alfonso XI, continuando la tradición del sabio Alfonso X, trató de recopilar datos sobre la caza de piezas mayores, así como sobre las castas de los perros que se empleaban para cobrar las piezas, su educación, sus enfermedades y curas, y también sobre los montes donde se podían celebrar las cacerías reales. Así nació el "Libro que mandó facer el Rey Don Alfonso de Castiella et de León que fabla en todo lo que pertenece a las maneras de la Montería", más conocido como “Libro de Montería”.

No se trata en realidad de un libro de autoría individual, sino de un conjunto de códices que se conservan en la biblioteca de El Escorial, y en él se describen las maneras de cazar en una época donde, aparte de los grandes montes reales o comunales, existían las llamadas venaciones, lo que ahora conocemos como cotos privados. Según definió Alfonso X en “Las Partidas”, la caza mayor era el “arte e sabiduría de guerrear e de vencer”. Así pues, para reyes y nobles era un deporte, un juego y, sobre todo, un adiestramiento militar. Contaban para ello con un amplio dispositivo de monteros que días antes de la jornada de caza reconocían el terreno, más un ejército de ojeadores, perros, vigilantes y enlaces que iban sacando a las reses de sus encames para dirigirlos hacia los puestos donde esperaban los cazadores.

El Libro de Montería cita los montes de la tierra de Moya y de Cuenca. Dicho en el castellano actual, “la sierra de Val de Meca es buen monte de invierno y verano y suele en ellos haber venado; comprende los montes de Royo Pedregoso, Cabeza de Cereceda, Hoz de Veceda, Hoz de Pie Mulo, Hoz del Collado Bajo, Cañada de la Ballestera, Hoz de los Castillejos, Hoz del Puerto y la de Teunes, esto en la parte de acá que linda con Beamud y Val de Moro”.

En cuanto a la manera de cazar este monte, dice: “Una vocería de veinte hombres en el collado de la Tajada de Tello y en el Val de Segures que no dejen ir al venado a la Hoz de Cañete. Otra vocería de pocos hombres en el Júcar en las Veguiellas para que no dejen pasar al venado a la muela de Paxaron. La vocería mayor se ha de poner desde las Molatiellas por el collado del Royo de Ceullos y por encima de la sierra hasta el mismo Robregordo. Sean castigados de tal manera que si el venado viniere de cualquiera de los otros montes de fuera de la dehesa que lo dejen entrar y si saltase dentro que voceen y no lo dejen salir. Las armadas son tres: una en el collado entre Rogregordo y la Cabeza del Moral, en el prado mismo; la más cierta es en Nava Redonda y la otra en el villar de las Nogueras. Pongan alanos en el Royo de Val de Meca, cerca de la Cabeza de Aylegosa, por si se escapase venado o por si ayi fuese que los encontrase descansados. Otrosí han de poner perros de vocería en la Rumariza que está encima de la Fuente de los Almogavares, cerca de la Cabeza del Moral, porque no pase el venado contra la laguna. Tomándolo de esta manera el monte es muy bueno.”

Ilustración de "Le livre de la Chasse", de Gaston Pheobus.

 

Este monte, algunos de cuyos topónimos han caído en el olvido, ocupa varios términos municipales y en ciertos parajes desapareció para siempre la caza mayor. En otro punto del libro se mencionan otros lugares de ojeo, buenos montes de puerco en verano, como “los Azarales y la Huerta del Escalzo”, o en todo tiempo, como “la Hoz de Cañete”, y donde hay oso, como “la Pinosa y la Sierra de Priego” o “Cañamares”.

Cacería de osos, "Libro de la montería de Alfonso XI"

 

No fue el venado, como vemos, el único objeto de caza en los montes de la Serranía de Cuenca, sino el jabalí y el oso, este último de más remota desaparición. Cuando allá por el primer cuarto del siglo XX se reclamaba la creación del Parque Nacional de la Sierra de Cuenca se denunciaba que “con la misma saña con que los monteros del Rey Alfonso onceno acorralaron al oso, cazamos nosotros la perdiz, la liebre y el conejo, mientras con estricnina se destruyen ciegamente animales de rara y preciosa piel y con dinamita se despueblan los ríos, de tal modo que nuestros descendientes (…) tendrán que estudiar en los museos de historia natural la perdiz, la fuina y la trucha, y quizás por alguna fotografía puedan darse idea de cómo fueron las famosas hoces y sus célebres bosques de pinos y sabinas”.

Conservación del patrimonio, caza sostenible y educación ambiental todo en uno.