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Retrato de David, un gigante
“Somos una plaga para Tierra. O limitamos el crecimiento de la población o la Naturaleza lo hará por nosotros.”
No resulta fácil hablar de un animal o una planta, de una conducta o de un problema ambiental. Es complejo, sobre todo si uno busca las expresiones y recursos más adecuados para hacerse comprender por los demás. No, no es fácil, y aún más ardua es la tarea de esbozar el retrato de una persona. Al menos a mí me ocurre. Pero si, además, se trata de uno de esos gigantes que la Historia ha tenido a bien donar a la humanidad para mostrarle la mejor manera de acercarse a la Naturaleza, un gigante en cuyos hombros nos atrevemos a encaramarnos algunos para recoger siquiera unas migajas de su sabiduría, ¡ay amigo!, entonces la cosa se pone peliaguda.
Empezó en la televisión cuando nadie quería trabajar en ella porque todos la consideraban una tontería. Sin embargo, aceptó. La familia, una hipoteca… Llegaba de hacer publicidad en la radio y alguna prueba le hicieron, pero no salió adelante como presentador porque —decían— sus dientes eran demasiado grandes. Hizo un curso en el que no aprendió nada, porque, en realidad, nadie sabía entonces nada de televisión. Corría el año 1951 e hizo programas de los más variados temas, excepto de naturaleza. Este chico desgarbado y con los dientes grandes era un tal David Attenborough, cuyo único mérito hasta la fecha era ser hermano de un actor, Richard, que ya había saboreado las mieles del éxito unos años antes.
Un buen día el muchacho propuso realizar un programa sobre historia natural, centrado concretamente en la conducta animal. Y lo diseñó y programó, pero otro lo sacó en antena, Julian Huxley, que era nada menos que nieto de Thomas Henry Huxley, feroz defensor de la teoría de Darwin, que ya había sido presidente de la UNESCO y que pronto sería nombrado caballero británico. El joven David no podía competir con alguien de semejante trayectoria. El caso es que Mr. Huxley se llevó toda clase de parabienes, mientras David no acertó a ver su nombre en los créditos del programa. Pero no cejó en su empeño y siguió adelante con otros proyectos.
Fue la naturaleza su principal interés desde la infancia, cuando ya se entretenía en buscar fósiles, piedras y otros objetos. Luego estudió zoología y geología, y más tarde hizo un doctorado sobre la importancia del cine como herramienta etnográfica. No, no estaba chalado, simplemente le gustaba. Con todo su bagaje a cuestas, se califica a sí mismo como profesor, y su máximo orgullo es que los estudiantes utilicen sus documentales como material para sus trabajos. Sus películas le han convertido en uno de los personajes más queridos de la televisión. Pero lo más importante es su esfuerzo por fortalecer el conocimiento del público, por lograr que este se forme una opinión sobre cuestiones ecológicas y de la naturaleza. Sir David (“¡Oh, por favor, no sir David!”) afirma (1):
“Tengo muchas esperanzas en que estos programas generen un interés mayor en la gente acerca del valor, la belleza y la importancia del mundo natural, en que consigan un conocimiento mayor de la importancia de su conservación y de que puedan crear cierta alarma cuando resulte dañado.”
Sin embargo, no se muestra demasiado optimista pensando en el futuro. Puede parecer un contrasentido después de leer su afirmación anterior, pero tener esperanza en el resultado de tu trabajo no significa necesariamente confiar en quienes han de tomar las decisiones y dejar de ser realista:
“Desearía decirle a la gente: «Voten por esto y el problema estará solucionado. Pero no es posible. No hay solución». Todo lo que puedo decir es que lo que hacemos acarrea consecuencias. Permanentes, para siempre. (…) Al final de todo es un asunto de moralidad conservacionista. (…) No soy particularmente optimista. No creo que la situación vaya a mejorar. Más bien, irá a peor. La cuestión es: mucho peor o un poquito peor. Creo que, trabajando duro, puede ir un poquito peor, en vez de una barbaridad peor.”
Visto así, no es fácil tener mucha confianza en lo que nos espera. Y él, dándose cuenta de que nos puede dejar un mal sabor de boca con sus palabras, nos tranquiliza con estas:
“A pesar del enorme crecimiento de nuestra especie y de la forma en que hemos devastado la Tierra, todavía hay esperanza de que podamos preservar buena parte de la riqueza para las generaciones futuras.”
¿Será, quizá, para reforzar esa idea del trabajo duro de todos, de la necesaria implicación de todos en la conservación?
Más que un prestigioso realizador de documentales, cuya estela han seguido, siguen y continuarán siguiendo muchos naturalistas, David —sin el “sir” delante, que no le gusta—es un contador de historias. Si sabemos apreciar los detalles de sus películas, más allá de lo que cuenta descubriremos cómo lo cuenta, pues la narración te engancha y siempre quieres saber qué viene después. Y lo mismo aparece en una montaña que en un valle, un desierto o un río, pero todo el relato forma parte de un hilo conductor que poco a poco te lleva hasta el desenlace final.
David Attenborough es un gran maestro en la presentación de documentales sobre la vida salvaje, con una rara habilidad para que comprendamos las a veces complejas conductas de los animales, añadiendo comentarios escuetos y precisos. Sus mensajes siempre han sido inteligibles e interesantes, sus recursos expresivos y documentales han servido de modo eficaz a la causa divulgadora y en todo momento David ha sabido encontrar un difícil equilibrio entre el rigor científico y el lenguaje corriente, que no vulgar, sin caer en la distorsión de la realidad. Y, aun así, no ha estado exento de críticas, como tampoco lo estuvo Rodríguez de la Fuente. Debe ser cosa de gigantes.
David ha dado a los demás todo lo que tenía. Ha investigado, ha innovado, ha recorrido todo el mundo para abrir nuestra mente y dejar que entrase en ella el conocimiento, para desvelar los muchos secretos que la Naturaleza atesora. Con sus más de noventa años dice que hay millones de cosas más por decir. Parece que tuviera treinta años. Sí, aún quedan muchos enigmas por descubrir, pero la luz que ha dejado encendida debe ser aprovechada por los naturalistas que saben apreciar su estela. Suban a hombros de este gigante y sigan su estela. A mí, sin embargo, me queda una seria duda, lo confieso. No sé si la vida apareció en la Tierra a la espera de ser escrutada por David Attenborough, es más, no sé si habrá vida después de él, pero ganas de aprender no nos faltarán a muchos que le admiramos por siempre. Admitamos que haya vida después de nuestro amigo David, pero lo que está fuera de toda discusión es que su figura y su obra serán inmortales.
(1) León, B., y otros. (2016). Conversaciones con David Attenborough, Confluencias, Almería