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Blog

Un oasis de 40 años

Historia

El 27 de diciembre de 1973 se encontraba en pleno apogeo la crisis del petróleo mientras continuaba la carrera espacial entre Estados Unidos y La Unión Soviética. España había ganado la medalla de plata en el Eurobasket, tras perder contra Yugoslavia, y Luis Ocaña ganó el Tour de Francia. Películas como El golpe y El exorcista se estrenaron por aquellos días de diciembre. Aquel año falleció gente tan variopinta como Picasso, Víctor Jara, Peral S. Buck, Nino Bravo, Bruce Lee, Pablo Neruda, Salvador Allende o John Ford. En el capítulo de nacimientos habría que mencionar a gente perfectamente desconocida, pero en pocos documentos se recoge el del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel.

Nacido en época de crisis, parece que su sino fue atravesar épocas de crisis. En otro tiempo, las aguas subterráneas de la cuenca del Guadiana rebosaron en cientos de lagunas formando un oasis de huertas pequeñas en medio del secarral. Pero a mediados de los años setenta la revolución del regadío llegó a estas tierras. La creación del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel en 1973 coincidió con la legalización de los primeros pozos en el acuífero 23. La afluencia de dinero fácil que proporcionaban los cultivos de remolacha, maíz o alfalfa trajo como consecuencia el espeluznante deterioro de las Tablas: de sus 1.800 hectáreas, apenas 50 quedaban cubiertas por el agua 30 años después de su creación. Esto, unido a los regadíos excesivos amenazaba con llevar a la parálisis de una zona que abarca 42 municipios con casi 300.000 habitantes. La recarga natural del acuífero 23 es de 320 hectómetros cúbicos al año, pero de él han estado saliendo 580 hectómetros cúbicos, en su mayoría para regadíos. Los agricultores, por su parte, esgrimían razones de supervivencia para defender el uso del agua para sus explotaciones. La solución, incrementar las inspecciones y la realización de estudios serios sobre las aguas subterráneas, debía evitar el uso del agua del subsuelo como un bien libre y gratuito, sin precio. De no ser así, La Mancha pasaría a ser un desierto hídrico cuyos habitantes tendrían que ser abastecidos con aguas traídas en tubería desde más de 150 o 200 kilómetros de distancia.

Y así pasó. Todos recordamos aquella sequía que prácticamente hizo desaparecer las tablas en 2009, hasta el punto de iniciarse la combustión de la turba generada pacientemente en el subsuelo durante cientos de miles de años. Mientras tanto se producía la gran paradoja: Castilla-La Mancha es la única comunidad autónoma cedente de aguas merced al fracaso histórico que ha supuesto el trasvase Tajo-Segura, situación que está llegando al límite de lo razonable, especialmente por el mal uso que se hace del agua.

Ahora el humedal de interior más valioso de España se encuentra de enhorabuena: ha recuperado buena parte de su extensión inicial, el Guadiana vuelve a su cuna y los pescadores vuelven a pescar. Y no será porque se hayan tomado medidas especiales para ello, cosa impensable en tiempos de recortes. Más bien se ha debido a un periodo inusual de lluvias que ha devuelto la vida al Parque.

Quedan muchas cosas —demasiadas— por hacer si no queremos perder todo lo conseguido en lo que se refiere a espacios naturales protegidos. Y lo primero es lograr que los recortes no se acerquen a estos espacios; no los queremos como visitantes. Los ecologistas hablan de mejorar cosas como la coordinación entre las políticas sectoriales y las diferentes administraciones con competencias, la aplicación de los instrumentos de planificación y gestión, la integración de las poblaciones locales en un proyecto de conservación que es de todos o la comunicación a la sociedad de forma clara e inteligible de los beneficios aportados por la red de espacios protegidos, que es lo que se intenta desde este blog. No se trata tanto de conservar lo que nos sostiene como de tener estos espacios en cuenta como generadores de bienestar y desarrollo, en todos los sentidos.

Lejos de levantar barreras que dificulten el acceso de la población a estos espacios, hay que facilitar su acercamiento, lo que no incluye, por ejemplo, cubrir de asfalto los montes y llanuras. Me refiero a elaborar y desarrollar un programa de paseos guiados dirigidos a todos los públicos, con diferentes grados de capacidad o discapacidad, y, por supuesto, gratuitos.

Las áreas protegidas son la base fundamental para la conservación de nuestro patrimonio vital. Pero también se pueden erigir en motor de crecimiento —empleo, actividad económica— en tiempos de crisis, sin llegar a la mera mercantilización de su uso y disfrute. Y en toda esta empresa desempeña un destacado papel la educación ambiental.